Lunes,12 de marzo
Me paso por El Corte Inglés
para comprar ropa interior y unas camisas.
Almuerzo en un restaurante italiano. Los “espaguetis a la siciliana” me
han parecido absolutamente magníficos. Después me siento a leer en una terraza
del puerto. Estoy entusiasmado con el libro de Safranski sobre Nietzsche. La huida
del aburrimiento, dice Nietzsche, es la madre de todas las artes. Sin embargo,
también podría ser, y de hecho lo es, la madre de la zafiedad, el mal gusto y
la degeneración. Ese es el motivo por el que me resulta más práctico hacer del
aburrimiento en sí una obra de arte. No como el emperador Domiciano, que
entretenía la vida matando moscas, sino como Oscar Wilde, por ejemplo, cuyas disertaciones
sobre los temas más banales y aburridos resultaban deliciosas. ¿No sería
terriblemente aburrida la contemplación de un sólo cuadro durante toda una
tarde? Digamos que ese cuadro es, por un casual, “La Primavera”, de Sandro
Boticelli: ¿no supondría para el espectador un aburrimiento tan artístico como
la propia obra de arte? Comprendo que haya temperamentos que necesiten de la
acción trepidante para que su vida cobre sentido, un tremendo error sería en mi
caso, pues tal actitud existencial sólo lograría provocar en mí un colapso
mental de consecuencias impredecibles. En cambio, la lectura de Proust durante
horas y horas, que para la mayoría supondría más allá de lo humanamente
soportable, me causa un placer tan físico como indescriptible.
Cenamos gazpacho, croquetas y fresas. Por la televisión
vemos una buena película. “El demonio bajo la piel”. Jessica Alba, con su
voluptuosidad juvenil, me deja fuera de combate. En cambio, Casey Affleck, aunque
su trabajo sea verdaderamente brillante, me deja plenamente al pairo. Para mí
se trata de un actor sin enjundia ni presencia. En mi opinión, ese papel estaba
destinado a un actor del estilo de Matthew McConaughey, por ejemplo. Uno de
esos actores que llenan la pantalla con cualquier papel que interpreten.
Además
de la encantadora Jessica Alba, lo que más me gusta de esta película es la
historia criminal de Jim Thompson, un magnífico escritor de novelas policiacas.
También es el autor de “La huida”, que fue llevada al cine por Sam Peckinpah.
Antes de dormir me quedo con el pensamiento de Nietzsche
acerca de la desaparición del canto de las sirenas. Nos dice el filósofo que en
el mundo moderno ya no tiene cabida el coro que estremecía el alma de Ulises. Hoy
día son las masas enfervorizadas las que cantan a coro sus infamias. Por
desgracia, ahora soy yo el que se estremece de pavor, pero ni siquiera, como el
griego, puedo amarrarme al mástil. No son edades.
Miércoles, 21 de marzo
Hoy me levanto con la idea de
que la apariencia debería ser el principio más respetado en el hombre. De ahí
que sea de sabios elegir la máscara más adecuada para vivir en sociedad. Si es
usted un asesino en serie no debería ir por ahí con el hacha bajo una gabardina
de estilo Jack el Destripador. O, por poner un ejemplo algo más cercano, nadie debería vestir como un
pordiosero si realmente se es un pordiosero. Sería toda una declaración de
intenciones. De pordiosero ahora sólo van los millonarios. Y a los millonarios
no hay que pisarles el terreno. Siempre son los últimos en reír. Confieso que
mi máscara preferida sería aquella que me convirtiera en invisible. Uno de los
placeres que me gustaría experimentar cuanto antes. Tal vez la muerte me lo
proporcione alguna vez.
Jueves, 22 de marzo
Empiezo a notar como una
especie de bloqueo mental.
Viernes, 23 de marzo
Dejo de leer y de escribir.
Espero que no sea para siempre. En realidad, sólo me apetece leer al guarro de
Bukowski. Ni el más mínimo sonrojo al confesarlo. Quedo con Miguel Delgado para
tomar el aperitivo en “Casablanca”. Creo que hoy es el santo de las Lolas. Me
pondré camisa limpia, corbata de seda y zapatos de piel fina.
Después de Casablanca vamos a “La niña del pisto”. Bebemos
“moriles en rama” y comemos “porra antequerana”.
A las nueve recibo llamada
telefónica de Dora Malengo. De fondo se oye el rumor oscuro de una catarata. No
me quiere decir si son las del Niágara, Iguazú o, simplemente, las del Jerte,
si es que las hay.
Telediario:
creo que pasa algo en Cataluña. Seguramente esta última frase pueda servir para
toda la eternidad.
Antes
de dormir vuelvo a leer algunas páginas del libro de Safranski. Siempre
he relacionado la “voluntad de poder” con las fuerzas irracionales del inconsciente
humano. Como dice Jung todo es psíquico, y por ahí deberían ir nuestras
interpretaciones. Hay una idea que me gusta y respeto. Me refiero a cuando nos dice, citando a Schopenhauer, que mediante el arte nos liberamos del impertinente impulso de la voluntad. En
mi opinión, el arte es el pacto de paz que en el interior de la psique firman el
ego consciente y los contenidos inconscientes: dioses les llamaban los
antiguos. Un pacto en realidad entre los dos conceptos claves de la filosofía
de Nietzsche : lo apolíneo y lo dionisiaco. Para comprender esta idea recomiendo
la visión del cuadro, “El andarín por las nubes”, del pintor alemán Caspar
David Friedrich. En realidad, casi toda su obra nos podría servir como ejemplo.
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