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13 de julio de 2014

HEIDEGGER


San Marcial, 13 de julio del 2014
DIARIO


Hoy como es domingo me he levantado religioso y me he puesto a leer, como si fuera un misal, en el primer libro que he encontrado de Heidegger. Todo el mundo cree que Heidegger es ateo y como que sólo cree en la existencia y cosas así, pero eso no es cierto porque Heidegger cree en el Ser o se pregunta por el Ser, que viene  a ser lo mismo. En lo único en que Heidegger no cree es en eso de la fe cristiana como vehículo para pensar la metafísica. Se puede tener toda la fe que uno quiera, cómo no, pero a la hora de llegarse a la metafísica y hacer metafísica hay que dejarla colgada en el perchero de la entrada, junto al abrigo y al sombrero, de cuando se llevaban los sombreros. A la metafísica hay que atacarla con tan sólo las armas de la razón, que están ya muy limitadas en su alcance como previno Kant en su Crítica, pero por eso mismo se hace la cosa mucho más interesante y el mérito del pensador es de mayor enjundia y así es como uno va para premio Nobel y para que te alfombren de claveles la Gran Vía, que es lo que cantaba Celia Gámez mucho antes de lo del Ser y la Nada.
Los escolásticos construyeron todas sus teorías filosóficas en el sentido de ir acomodándolas hábilmente a su creencia inalienable de Dios, pero Heidegger enseguida se dio cuenta, durante su paso fugaz por la Escolástica, de que eso era algo así como hacer trampas en el juego y que lo más deportivo era llegar al Ser mediante los mecanismos limpios y puros de la razón, un instrumento muy oxidable si no se usa, aunque no nos lleve de por sí a ninguna parte y sólo nos sirva, como dice Heidegger, para andar por casa y hacer la colada, que no es poco.
Pues bien, como hoy es domingo, yo le rezo a Dios abrevando en ese breviario breve y sacerdotal que es, por ejemplo, la conferencia de Heidegger sobre el tiempo, donde explica, como también lo hiciera en su “Carta sobre el humanismo”, todo lo que nos dijo, que fue mucho y complicado, en “El ser y el tiempo”, esa obra fantástica y monumental que conmovió los cimientos de la metafísica y que muchos no le perdonaron por meterse después a nazi, que eso siempre estuvo muy mal visto entre los filósofos. En realidad, la intelectualité filosófica no hace otra cosa, desde hace décadas, que preguntarse por cómo a un hombre tan sabio como Heidegger pudo entrarle esa ventolera de hacerse nazi y hasta sacarse el carné de socio por si las flais.
Sin embargo, me reconforta saber que  Heidegger se ocupó, un suponer, de eso que él llamó “la caída”, un tema que a mí me gusta mucho y que tantas reminiscencias bíblicas contiene. Y eso es, precisamente, la caída, lo que a mí me ha animado al rezo de esta mañana, es decir, el hecho de que Heidegger utilice esa cosa del “ser-ahí”, que es uno de sus conceptos más famosos, para decirnos que hemos sido arrojados en el tiempo, de cabeza y sin salvavidas y sin un manual de instrucciones, y ese es nuestro principal problema por si fuera poco.
¿Pero qué carajo es el tiempo?
Entonces va Heidegger, y con una larga cambiada, nos responde que el concepto de tiempo hay que comprenderlo a partir de la eternidad, y si nuestro acceso a Dios pasa por la fe y si el hecho de entrar en el asunto de la eternidad no es otra cosa que esa fe, pues nuestro gozo en un pozo, ya que la filosofía se queda sin su pase eclesial para acceder al cotarro del tiempo y si te he visto no me acuerdo. De modo que lo único que he podido entender al señor Heidegger es que el Ser ha sido arrojado al mundo como “ser-ahí”, para convertirse ipso facto en ente, o sea, en “ser en el mundo”. No obstante, lo más difícil de entender de todo este embrollo es que el “ser-ahí”, el "Dasein", según Heidegger, es nada menos que el mismísimo “tiempo” en persona. O sea que todos somos tiempo, estamos hecho de tiempo y de nada más que de tiempo. Sin embargo, para ser tiempo hay que ver cómo se nos va de las manos y lo deprisa que corre el muy cabrón, pues ni echándole un galgo se frena por ver que pasa. Sin ir más lejos, mi “ser-ahí”, que va a cumplir ya los sesenta y cinco, se jubila el mes que viene y a mí me parece como que acabo de dejar la Escuela Primaria. Por cierto, lo único que hasta ahora me resulta una verdad inalienable es que “ignoro más que sé”, como dijo Tomasín después de confesarse con don Luis Buenadicha y tirarse al pozo de la carretera de Cáceres, que es el pozo donde se juntan todas las almas suicidas de mi pueblo, “seres-para la muerte” o “seres-en el pozo”, para quitarse la angustia de la artrosis jugando un rato a la brisca y cantar las diez de monte, incluida también el alma de Heidegger, que tenía fama de tahúr en el bar de Messkirch, que era su pueblo de allá en Alemania, justo de donde son las salchichas y las jarras de cerveza. Un respeto.
        






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