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12 de junio de 2014

GEORGE PLIMPTON


San Marcial, 10 de junio del 2014
DIARIO

Todas las mañanas me levanto, leo la prensa y escribo lo que dejé sin escribir la noche anterior. Ahora estoy con otro libro sobre Hemingway y me paso el día entero en gran cazador blanco y hasta me subo al ring para cruzar guantes con el fantasma del Bombardero de Detroit, que es como llamaban entonces a Joe Louis. Por cierto, siempre que menciono a Joe Louis no me acuerdo tanto de sus dos peleas con Max Schmeling como del artículo que Gay Talese escribió sobre él para el Times. El artículo se titula “Joe Louis, el rey en su madurez” y ustedes lo pueden leer en el libro “Retratos y encuentros”, editado por Alfaguara hará unos cuatro años.
Ya saben ustedes que Gay Talese es uno de esos escritores que Tom Wolfe incluyó en la moda literaria bautizada como “Nuevo Periodismo” y que surgió allá por los años cincuenta/sesenta en los Estados Unidos. Junto a Talese brotaron talentos como los de Rex Reed, Terry Southern, Jimmy Breslin y por ahí todo seguido hasta llegar al mismísimo Tom Wolfe. La cosa consistía en escribir los artículos y las crónicas para el periódico con el estilo narrativo de una novela.
Talese también tiene un artículo sobre Hemingway, que obviamente es el que a priori más me podría interesar, pero Hemingway sólo aparece como una sombra, ya que en realidad versa en su totalidad sobre la pandilla de escritores y periodistas que fundaron en París la famosa revista “Paris Review”. Estoy hablando, naturalmente de gente como George Plimpton, Harold Humes, Peter Matthiessen, William Styron, Terry Southern, John Phillips Marquand y, en ocasiones, James Baldwin. En el fondo, a quien ellos buscaban en París, deambulando por los cafés, como señoritos hambrientos de aventuras, era nada menos que a Hemingway, pero Hemingway hacía tiempo que se había largado a la guerra de alguna parte y todos ellos terminaron trasladando los trastos a Nueva York, que empezaba por entonces a convertirse en la capital cultural del mundo.
Quiero decir que George Plimpton, además de llevarse la revista, abrió piso en Nueva York y sus fiestas empezaron a ser famosas entre la “gauche divine” y otras faunas de la gran ciudad. A decir verdad, en dichas fiestas se reunía gente de distinto pelaje, desde Jacky Kennedy, Lee Radziwill, que era hermana de Jacky, y el Aga Khan hasta Truman Capote, Lillian Hellman, Philips Roth e Irwin Shaw, entre otros muchos escritores.
Pero como una cosa lleva a la otra, resulta que he descubierto una entrevista de Plimpton nada menos que a Hemingway, como caída del cielo, y s _﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e sustancia y me interesa. a que descubro una entrevista de Plimpton a Hemngwaycie de recopilacis mejores relatos.y ovi tuviera sustancia y pintara razonable, que aún no lo sé, digo yo que me podría servir como material de relleno para mi libro y a ver qué pasa. O sea que me tomo un descanso para leerla con mucho interés. Incluso me concedo la libertad de almorzar antes de leerla, al fin y al cabo, son las tres de la tarde y hay que reponer fuerzas. De cualquier manera  mi almuerzo es de lo más frugal: pisto manchego con huevo frito y un yogur de chocolate. Después duermo la siesta, escucho un par de canciones de Billie Holiday y vuelvo al trabajo.
¡Qué decepción! La entrevista es una porquería y eso que Hemingway se permite el privilegio de contestar por escrito. Resumiendo, la entrevista de Plimpton sólo es un conjunto de tópicos a cual más deprimente: “El teléfono y los visitantes son los grandes enemigos del escritor”. “Se escribe mejor cuando se está enamorado”. “La preocupación destruye la capacidad de escribir”. Y otras idioteces por el estilo. Creí que Plimpton sería menos superficial en sus preguntas de lo que ya suponía, pero qué se puede esperar de alguien que su mayor aspiración fue llegar a ser como Hemingway. Y como tampoco he leído su libro sobre Truman Capote, ya que no está traducido al español, me ha parecido que el genio de su arte lo tenía reservado para las fiestas que organizaba en su casa, donde se reunía toda la crisolinfa palatina de Nueva York. Me refiero a que su salón se convertía en una pasarela de moda para el lucimiento social del cogollito prustiano de la intelectualidad neoyorquina. 
Pues bien, de los escritores que he nombrado, sólo he leído a muy pocos: William Styron, Phillips Roth, Terry Southern, Norman Mailer y James Jones. A los demás no los puedo juzgar porque me no me consta que hayan sido traducidos al español.
Ya saben, William Styron es el de “La decisión de Sophie”; Phillips Roth es el autor de “El lamento de Portnoy”; Terry Southern escribió “A la rica marihuana”; Norman Mailer es el inventor de “Los ejércitos de la noche” y James Jones escribió “De aquí a la eternidad”, que más tarde sería llevada al cine por Fred Zinnemann.
La verdad es que me gustan casi todos los novelistas americanos; de siempre han hecho gala de una frescura que es difícil entrever en los europeos y mucho menos en los españoles, siempre tan pulcros y pomposos. Sin embargo, en estos momentos estoy con una novela de Sherwood Anderson, se titula “Winnesburg, Ohio”, y no me parece nada del otro mundo, como me habían dicho. La idea central del libro es buena, pero no me gusta el estilo de leyenda que utiliza el autor. Se trata en realidad de unos relatos en apariencia independientes, pero que en el fondo están relacionados por medio de una misma ciudad y unos personajes que pretenden ser grotescos y que sólo algunas veces lo consiguen. Lo cierto es que leo esta novela como parte de mi preparación para el segundo libro sobre Hemingway.
Por si no lo saben, Anderson fue una persona clave en la vida de Hemingway, todo un maestro y un padre intelectual para él. Al parecer, le enseñó todo lo que sabía acerca de la profesión de escritor, además de recomendarle una buena lista de autores para que le sirvieran de guía en su carrera. Sin embargo, el cabronazo de Hemingway se lo pagó con uno de los mayores desagradecimientos que se han dado en la historia general de los desagradecimientos. Se podría decir que Anderson cumplió con su misión de desasnar a un joven demasiado intrépido y fanfarrónn_﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽blo  de desasnar a todo un fanfarr iba me los desagradecimientos. ve en la vida_______________________________________óón que le dijo que quería ser escritor y cuyo bagaje de lecturas no iba más allá de los relatos de Ring Lardner y los libros sobre la vida de San Nicolás. La afrenta de Hemingway consistió en escribir una novela corta, “Torrentes de primavera”, parodiando el estilo de Anderson con el fin de cachondearse de él, sin escrúpulos ni remordimientos. Supongo que, psicológicamente, habría que calificar este acto de insumisión filial como la tendencia freudiana del hijo a matar al padre.
Por la noche, en la televisión, me entretengo con la película “La hoguera de las vanidades”, adaptación de la novela del mismo nombre de Tom Wolfe, y casi tan pasada como "Mujercitas" y "Qué bello es vivir"  juntas y como en fila, que ya es decir. Y les aseguro que entre todos los personajes que salen de relleno he visto a un tipo que se parece a George Plimpton. Incluso juraría que era él.

P.D. En la fotografía, el señor que está sentado sobre el ángulo inferior izquierdo es George Plimpton. También, si se fijan con atención, Truman Capote está medio de lado y sentado en el sofá, y, un poco más a la derecha, el tipo con gafas que tiene apoyada la mano en la cadera es nada menos que Mario Puzo. Y el señor con gafas, primero por la derecha, apostaría el hato y el garabato a que es Irwin Shaw, el mismo que escribió "Hombre rico, hombre pobre". No conozco a nadie más, si bien es posible que una de las chicas sea la altisidórica Lee Radziwill, cuñada del presidente Kennedy. Descuiden, porque me he puesto a investigar quién es el Don Juan a quien tan interesadas miran las tres mujeres. Pues bien, ocho horas después creo que estoy en condiciones de asegurar que se trata de Harold Humes. 



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