CARTAS A DORA MALENGO
MARBELLA, 28 DE DICIEMBRE DEL
2012
QUERIDA DORA: Lo peor de cambiar
de sitio es arrastrar el romancero de libros y ordenadores que uno lleva
consigo para la cosa del trabajo. Levantar y montar de nuevo el campamento de
la Literatura es como dirigir un circo ambulante, con su lona pesada, el
maderamen de las gradas y una manada de elefantes atronadores. De ahí mi pereza
existencial a cualquier cambio de aires, por muy lozanos y saludables que sean.
No obstante, he de reconocer que Marbella me sienta divinamente, tanto desde un
punto de vista cosmético/estético, pues mi piel se hidrata y dora igual que la
de un jovencito hormonalmente activo, como psicológico, ya que mis nervios se
templan, mi tensión sanguínea se sosiega y, lo que es mejor, me despojo de las lanas
invernales para disfrutar de una temperatura amigable y de una brisa
acariciadora. Sin embargo, procuro mantener la guardia en alto para no caer en
la desidia y conceder al trabajo las horas que por costumbre le pertenecen.
Quiero decir que aunque cambie el panorama exterior, mi rutina diaria, o sea,
la escritura mañanera, la lectura intensiva y el visionado al menos de una
película, permanece inalterable. Por eso se le llama rutina, claro.
Ahora tengo de libro de cabecera, me refiero al libro que
ocupa la mesilla de noche, el “Bhagavad Gîtâ”, que como tú sabes se trata de la
obra que resume todas las enseñanzas de las antiguas escrituras de la India.
Sólo llevo unas noches en su compañía, desbrozándolo a paso muy lento, supongo
que para que sus pensamientos calen con la debida profundidad en esta
angustiada alma mía tan tozudamente occidental, y así pueda uno asimilarlos y
aplicarlos a la vida como un nuevo Evangelio. No entiendo cómo las religiones
se encierran en sí mismas y sus sumos sacerdotes levantan límites prohibidos a otras
espiritualidades, como si el mundo estuviera formado por compartimentos
estancos en cuestión de dioses y fieles. No me extraña que, en el fondo, todas
las guerras que hasta el momento han sido puedan considerarse como guerras de
religión, aunque fueran el poder y el dinero los detonantes.
Pues bien, el Bhagavad Gîtâ es algo así como un diálogo
entre el héroe Arjuna, quien para mí representa la figura simbólica del “yo”,
el “ego cogito” de Descartes, y el dios Krishna, personificación simbólica del
“Sí mismo” junguiano, o la “Esencia” de los gnósticos, o del “Cristo” de los
cristianos, por poner una serie de ejemplos unificadores. El último diálogo que
he leído, un suponer, dice más o menos así:
Arjuna: Oh Krishna, ¿qué es
lo que empuja al hombre al mal incluso en contra de su voluntad, como si le
obligasen por la fuerza?
Krishna: Ese deseo que
contrariado se convierte en ira surge del “guna rajas”, que todo lo devora y
mancha. Tienes que saber que ese es en este mundo el enemigo a vencer. Al
conocimiento lo cubre ese “guna”, ese perpetuo enemigo de la sabiduría: el
insaciable fuego del deseo.
Sin embargo, no tengo otra opción que preguntarme cuál
habría sido el destino de la civilización humana sin la colaboración estelar de
los deseos. ¿Cómo es posible que la voluntad, según el concepto de Shopenhauer,
pueda ser el origen de una acción exenta de deseo? ¿Acaso no va el desear
implícito en el actuar? Dudo que pueda coincidir con el escritor del Bhagavad
sin haber establecido previamente un acuerdo de lo que se entiende por desear.
Para mí, desde un punto de vista ético, desear
un vaso de agua porque se tenga sed no es lo mismo que desear la muerte de un
hombre para obtener poder o dinero. Pero en el fondo ambos son deseos. Y ambos
también pueden ser insaciables. Te repito que en la acción de desear debe de
existir algún ligero matiz semántico que desconozco. ¡Ya entiendo! Tal vez el
autor del Bhagavad haya querido decir codiciar y el traductor, en este caso don
Francesc Gutiérrez, no haya captado bien la diferencia de significados. En tal
caso, podríamos hablar del “insaciable fuego de la codicia”. Es la única manera
de que encajen todas las piezas.
A ti, mi querida Dora, ¿qué te parece? Muchos besos y
¡FELIZ AÑO NUEVO! Antonio.
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