CARTAS A DORA MALENGO
MADRID, 1 DE DICIEMBRE DEL
2012
QUERIDA DORA: Hoy me he
levantado con una lesión de rodilla, probablemente por una patada lanzada al
viento en una de esas pesadillas que de vez en cuando nos asaltan de noche como
si fueran ladrones al acecho. El hielo ha sido sin duda el bálsamo de Fierabrás
que ha paliado en parte los efectos catastróficos que en un principio temí.
Además, para colmo de males, hace días que siento los músculos del cuello como
si formaran parte de un equipo de rugbi recién vapuleado en el campo de juego. Te
aseguro que cuando llega la noche los tengo tan cargados y doloridos que sólo
un masaje puede calmarlos hasta el día siguiente. No me extraña por tanto que
no quieras saber de mí, ya que me siento como una antigua promesa víctima de su
proverbial egolatría y otras limitaciones sin especificar. A veces me imagino
que vivo para llegar a una meta imaginaria previamente establecida, aunque sospecho
que debería conformarme con el placer del propio vivir, a pesar de estos
contratiempos físicos y puramente funcionales. Decía Goethe que cada vez estaba
más convencido de que el sentido de la vida era simplemente vivirla.
Pero no todo son quejas y malestares, nada de eso, sino que
también he de participarte dos buenas noticias. La primera es que la editorial “La
val de Onsera” comienza por fin a desperezarse y a poner en movimiento mi
novela “El asesino de Venecia”, que por motivos desconocidos la ha tenido invernando
seis meses en el limbo de los justos. Espero que esté en las librerías antes de
Navidad, o al menos para los regalos del día de Reyes, aunque no soy demasiado
optimista al respecto.
La otra buena noticia, mi queridísima Dora, es que he
firmado un contrato con la editorial “Laertes” de Barcelona para la publicación
de mi novela “Yo, Hemingway”, que si Dios quiere verá la luz a mediados de
febrero. Ni que decir tiene que estoy como unas pascuas de contento, sobre todo
porque el plazo de salida se ha acortado mucho más de lo que yo hubiera soñado,
y también porque el libro ha caído en manos de un sello de prestigio, con gente
de una profesionalidad intachable y con los conceptos muy claros.
El libro lo escribí una noche en que el fantasma de Hemingway
se me apareció de pronto. Yo estaba en mi estudio, tratando de empezar una
biografía sobre él. No te puedes figurar el susto que me llevé. Lo tenías que
haber visto, allí sentado, en la butaca que tengo al otro lado de la mesa, casi
me da un infarto. Tenía el pelo muy blanco y brillante y peinado todo hacia atrás;
curiosamente, lucía un bigote bastante negro que le hacía contraste con la
blancura del pelo. Yo le eché, a ojo de buen cubero, como unos cincuenta años.
No obstante, lo que más me impresionó fue la profundidad de su mirada, una mirada
de un azul muy vivo e intenso. Y de pronto empezó a hablarme de una forma de lo
más natural, como si fuera un amigo de toda la vida que viene de visita para contarme
sus cosas. Porque me dijo precisamente que venía a hablarme de su vida con el
fin de que escribiera una biografía suya sin las inexactitudes y mentiras cometidas
por otros biógrafos. Eso fue lo que me dijo. De ahí que el libro lleve el subtítulo
de “Confesiones desde el otro lado”. De modo que nos pusimos manos a la obra y,
milagrosamente, el trabajo había concluido al amanecer.
Yo
creo que es un libro muy sincero y altamente revelador, pues se aclaran
situaciones muy comprometidas para el propio Hemingway. Sobre todo, se pone de
manifiesto que bajo esa capa mundana y de héroe duro y tenaz de la que hizo
gala toda la vida para forjar su leyenda, se encuentra un ser humano sensible y
profundamente vulnerable, ya que su presencia aquella noche tenía como
finalidad primordial la de hacerse perdonar las injusticias y errores que había
cometido en vida, tanto para los demás como para consigo mismo. Por esta razón,
estoy seguro de que la novela provocará un cierto rechazo entre los lectores y
admiradores de Hemingway, sobre todo entre los miembros de ese club exclusivo
de la “Izquierda Exquisita”, llamada así por Tom Wolf en aquel libro del mismo
nombre.
Sin
embargo, de eso se trata, precisamente. Hay que entablar discusiones, refriegas
y peleas dialécticas, con el fin de entretener la vida y de que la vida vaya
pasando sin que el tedio se apodere de nuestras almas. Mi querida Dora, el
tedio es el único pecado que los dioses jamás perdonan. Otra cosa, naturalmente,
es el esplín de los dandis, “spleen”, que dicen los ingleses, el cual es todo
un arte concebido sólo para iniciados, un verdadero juego privado que implica
un profundo conocimiento de uno mismo, semejante a la meditación transcendental
y otras técnicas orientales al uso.
Pues bien, para celebrar la firma del contrato, un acontecimiento
planetario, como diría la inefable Leire Pajín, hoy he comido con unos amigos
en Casa Salvador, calle Barbieri 12, uno de mis restaurante favoritos. Sobre la
mesa había habas con jamón, callos a la madrileña, morcilla de Burgos, merluza
rebozada, estofado de rabo de toro y un excelente lenguado a la plancha. El del
lenguado y las habas he sido yo para rebajar la ingesta colesterolémica del
resto de los platos, aunque confieso que también he caído en la tentación de probar
los callos. ¡Riquísimos!
Luego
hemos formado tertulia con Pepe Blázquez, el dueño y señor de la casa, nada
menos que hasta las ocho y media. Lógicamente, hemos hablado de Hemingway, de
Ava Gadner, de Antonio Ordóñez, de Luis Miguel y sus Dominguines y de otras
familias taurinas, literarias y cinematográficas. Si mal no recuerdo también
hemos tocado el tema de las casas de lenocinio en los años cuarenta y de sus
clientes más ilustres.
Después
hemos emigrado a una chocolatería que hay en la plaza de Chamberí para dar
buena cuenta de una rueda arzobispal de jeringas con chocolate. No obstante, a
las once ya estaba yo sentado en mi cuarto y trabajando en mi nueva novela.
Desde luego, Dora, el día habría sido perfecto si nos hubieras acompañado,
aunque en ese caso estoy seguro de que tú y yo habríamos vuelto a casa mucho
antes. Ya sabes, amor, que a veces las prisas, aunque malas consejeras, son
inevitables y hasta necesarias. Tuyo para siempre. Antonio
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