CARTAS A DORA MALENGO
TRUJILLO, 9 DE DICIEMBRE DEL
2012
QUERIDA DORA:
Tres días sin escribir, sin
leer, sin sentarme un rato a meditar, ni siquiera unos minutos para establecer
una pauta a seguir en lo que se refiere al libro que acabo de empezar. Tan sólo
me he dedicado a pasear por Trujillo, mayormente por las calles de la Villa,
recordando mis tiempos jóvenes, de cuando las recorría igualmente aunque con
otro ánimo, más juvenil, me refiero, con más agilidad y poderío, sin que las
caderas me crujieran como las cuadernas de una goleta en plena tormenta. Me he
divertido mucho subiendo a pleno pulmón la cuesta de San Andrés, una pendiente
larga y empinadísima que no todo el mundo puede presumir de haberla vencido. La
subí ayer sábado por la tarde y hoy domingo por la mañana. O sea, dos veces,
como un verdadero héroe olímpico. Lo cierto es que he acabado por tomarle
cariño, al fin y al cabo la jodida cuesta me ha confirmado que aún puedo dar
alguna que otra batalla. Pero lo mejor de todo ha sido el tiempo, sobre todo el
primer día, ayer sábado, ya que una lluvia lenta y muy delgada caía casi sin apenas
notarse, como para no molestar, pero que terminaba por calarte hasta los
secretos más recónditos. De cualquier manera esta lluvia, el orvallo, como lo
llaman en Galicia, resultó ser un sutilísimo placer para mí como paseante.
Hubiera escrito los versos más tristes ayer tarde, pero como te digo, no tuve
ocasión de sentarme a una mesa, si bien todas aquellas imágenes de todas esas
calles tan de otra época, veladas por la lluvia, permanecerán en mi memoria
para siempre.
Me llevé un libro para leer durante el fin de semana, “Por
el camino de Swann”, pero como te digo, las cosas se pusieron de tal manera que
no tuve un instante de sosiego. Bueno, miento, sí que lo tuve, al acabar del
día, justo en el momento de meterme en la cama, pero estaba uno tan
terriblemente cansado, digo yo que por la subida/escalada de la cuesta de San
Andrés, que entre las sábanas tan sólo pude leer un par de páginas cada noche.
¡Pero que dos páginas! ¿Cómo se puede escribir tan maravillosamente sobre unos
hechos de carácter tan superficial? Imagínate Dora que me pusiera yo ahora a
relatarte las manías de alguna de mis tías, ¡qué horror!, pues eso mismo hace
Proust, o sea, se dedica a contar acerca del control visual que su tía Leoncia
ejerce sobre la gente que pasa por la calle, en Combray, bajo su balcón de
enferma imaginaria. Supongo que terminarías por condenarme al olvido, como más
o menos has hecho ya por motivos que trato de entender sin demasiado éxito.
Pues eso es lo que leí de Proust estas dos últimas noches. ¡Pero que delicia de
lectura!
Ayer tarde, después del paseo, entré en la tienda de
productos extremeños de mi buen amigo Paquito Sanz, que de tendero no tiene
nada sino más bien de escritor, pues ya lleva unos cuantos libros acerca de la
historia de Trujillo. El último, por ejemplo, se titula “Los colores en la
arquitectura de Trujillo”, magníficamente editado, que me regaló por las buenas y que a cambio quedamos
en que yo le enviaría dos de los míos. Y le mando dos porque ese libro le dobla
el valor a cualquiera de los que yo pueda escribir jamás. Y en la tienda, como
si fuera una rebotica improvisada, estuvimos de tertulia más de una hora,
despiojando la memoria histórica de algunos personajes trujillanos. Unos vivos
y otros muertos.
Por cierto, también subí al cementerio a visitar a mis
padres y abuelos. Una pena que alguien haya optado por quitar la grava del
camino de entrada. Ya no suenan las pisadas como hace unos años, es decir, como
si la tierra se deshiciera bajo los pies, un sonido que avisaba a los muertos
de la llegada de otro muerto. En cambio, los cipreses de siempre cada vez están
más altos, o sea que tampoco son los mismos, como los muertos, que se van
desgastando con el paso del tiempo igual que si estuvieran vivos. Tarde o
temprano, nada termina pareciéndose a sí mismo. Para entender la existencia
primero deberíamos comprender el tiempo, mejor dicho, lo que sería la vida sin
el tiempo, una idea rechazada por la razón todopoderosa que necesita para
brillar de un comienzo y un final, de un antes y un después, de un aquí y de un
allí, de un tú y de un yo. El universo es el tiempo que brilla por la noche en
forma de estrellas. Sólo tú, mi querida Dora, vives fuera del tiempo, o sea,
más allá de la frontera, al otro lado de la verja, porque tú no estas hecha de
tiempo ni has nacido del tiempo, sino del sueño de los hombres, de mis sueños,
como todas las diosas. Tuyo para siempre. Antonio
P.D. En la fotografía podrás
ver el asado de cordero, cocinado por Manolo Zubi, que me permitió una subida
feliz por la cuesta de San Andrés. Claro que más feliz fue la bajada.
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