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11 de diciembre de 2012

POR EL CAMINO DE SWANN



CARTAS A DORA MALENGO
TRUJILLO, 9 DE DICIEMBRE DEL 2012

QUERIDA DORA:
Tres días sin escribir, sin leer, sin sentarme un rato a meditar, ni siquiera unos minutos para establecer una pauta a seguir en lo que se refiere al libro que acabo de empezar. Tan sólo me he dedicado a pasear por Trujillo, mayormente por las calles de la Villa, recordando mis tiempos jóvenes, de cuando las recorría igualmente aunque con otro ánimo, más juvenil, me refiero, con más agilidad y poderío, sin que las caderas me crujieran como las cuadernas de una goleta en plena tormenta. Me he divertido mucho subiendo a pleno pulmón la cuesta de San Andrés, una pendiente larga y empinadísima que no todo el mundo puede presumir de haberla vencido. La subí ayer sábado por la tarde y hoy domingo por la mañana. O sea, dos veces, como un verdadero héroe olímpico. Lo cierto es que he acabado por tomarle cariño, al fin y al cabo la jodida cuesta me ha confirmado que aún puedo dar alguna que otra batalla. Pero lo mejor de todo ha sido el tiempo, sobre todo el primer día, ayer sábado, ya que una lluvia lenta y muy delgada caía casi sin apenas notarse, como para no molestar, pero que terminaba por calarte hasta los secretos más recónditos. De cualquier manera esta lluvia, el orvallo, como lo llaman en Galicia, resultó ser un sutilísimo placer para mí como paseante. Hubiera escrito los versos más tristes ayer tarde, pero como te digo, no tuve ocasión de sentarme a una mesa, si bien todas aquellas imágenes de todas esas calles tan de otra época, veladas por la lluvia, permanecerán en mi memoria para siempre.
         Me llevé un libro para leer durante el fin de semana, “Por el camino de Swann”, pero como te digo, las cosas se pusieron de tal manera que no tuve un instante de sosiego. Bueno, miento, sí que lo tuve, al acabar del día, justo en el momento de meterme en la cama, pero estaba uno tan terriblemente cansado, digo yo que por la subida/escalada de la cuesta de San Andrés, que entre las sábanas tan sólo pude leer un par de páginas cada noche. ¡Pero que dos páginas! ¿Cómo se puede escribir tan maravillosamente sobre unos hechos de carácter tan superficial? Imagínate Dora que me pusiera yo ahora a relatarte las manías de alguna de mis tías, ¡qué horror!, pues eso mismo hace Proust, o sea, se dedica a contar acerca del control visual que su tía Leoncia ejerce sobre la gente que pasa por la calle, en Combray, bajo su balcón de enferma imaginaria. Supongo que terminarías por condenarme al olvido, como más o menos has hecho ya por motivos que trato de entender sin demasiado éxito. Pues eso es lo que leí de Proust estas dos últimas noches. ¡Pero que delicia de lectura!
         Ayer tarde, después del paseo, entré en la tienda de productos extremeños de mi buen amigo Paquito Sanz, que de tendero no tiene nada sino más bien de escritor, pues ya lleva unos cuantos libros acerca de la historia de Trujillo. El último, por ejemplo, se titula “Los colores en la arquitectura de Trujillo”, magníficamente editado,  que me regaló por las buenas y que a cambio quedamos en que yo le enviaría dos de los míos. Y le mando dos porque ese libro le dobla el valor a cualquiera de los que yo pueda escribir jamás. Y en la tienda, como si fuera una rebotica improvisada, estuvimos de tertulia más de una hora, despiojando la memoria histórica de algunos personajes trujillanos. Unos vivos y otros muertos.
         Por cierto, también subí al cementerio a visitar a mis padres y abuelos. Una pena que alguien haya optado por quitar la grava del camino de entrada. Ya no suenan las pisadas como hace unos años, es decir, como si la tierra se deshiciera bajo los pies, un sonido que avisaba a los muertos de la llegada de otro muerto. En cambio, los cipreses de siempre cada vez están más altos, o sea que tampoco son los mismos, como los muertos, que se van desgastando con el paso del tiempo igual que si estuvieran vivos. Tarde o temprano, nada termina pareciéndose a sí mismo. Para entender la existencia primero deberíamos comprender el tiempo, mejor dicho, lo que sería la vida sin el tiempo, una idea rechazada por la razón todopoderosa que necesita para brillar de un comienzo y un final, de un antes y un después, de un aquí y de un allí, de un tú y de un yo. El universo es el tiempo que brilla por la noche en forma de estrellas. Sólo tú, mi querida Dora, vives fuera del tiempo, o sea, más allá de la frontera, al otro lado de la verja, porque tú no estas hecha de tiempo ni has nacido del tiempo, sino del sueño de los hombres, de mis sueños, como todas las diosas. Tuyo para siempre. Antonio
P.D. En la fotografía podrás ver el asado de cordero, cocinado por Manolo Zubi, que me permitió una subida feliz por la cuesta de San Andrés. Claro que más feliz fue la bajada.

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