Ya sabemos para qué demonios airean la oriflama del separatismo estos nacionalistas de zarzuela barata. Decía don Pío Baroja, lo cito por el placer de cruzar la madrugada de difuntos, que los factores que más influyen en los separatistas son la vanidad, la antipatía y el interés. Céntrese la duda en los dos primeros, porque en el tercero, el interés, para mí ya es una verdad inapelable. No en vano, resulta un clamor de campanas al viento la desorbitada voracidad de la familia Pujol por el dinero público, pues parece que sus miembros se han pasado la vida camelleando con el dinero de los españoles. Sin embargo, ahora dicen que España les roba como si fuera una de esas mandilonas brujuleando por las Ramblas.
Mi padre, que era franquista, cada vez que veía a Pujol por televisión, decía que tenía cara de sinvergüenza. Qué no hubiera dicho hoy al enterarse de que guarda más de trescientos millones de euros en Suiza, la mayoría afanados cuando aquello de los Juegos Olímpicos. Juegos, maldita sea, que financiamos todos los españoles. O sea, que mi padre tenía razón y el honorable Pujol no ha sido otra cosa que un cacique comunitario y trincón, como todos los caciques. Al menos eso fue lo que escribió don Joaquín Costa, que le dio por la vaina de estudiar el caciqueo español en aquel libro suyo titulado “Oligarquía y caciquismo y no sé qué más”.
Pero los caciques de toda la vida, y Pujol no iba a ser menos, han llevado tras ellos, por pura tradición, a los vulgarmente llamados vinculeros, bien amarrados a la estela cosmética y monetaria del cometa iluminador de voluntades y beneficios. Y ahí tienen ustedes al honorable Mas, considerado como vinculero mayor del reino, aupado en su magnificencia altanera, contemplando cómo sus carcajadas de entonces bordan hoy el velo negro de los grandes fracasos. Si bien, por desgracia, ahora pululan por la política catalana muchos más vinculeros y tan peligrosos como el titular. Me refiero, claro, a los chicos de la Ezquerra, unos pajarracos de mal agüero, capaces de vender a su mamá querida por las migajas que puedan caer de la mesa de don Jordi, el más astuto y mondaine de la gran kermés nacionalista y visca el Barça.
Quiero decir que el nacionalismo sólo es un majestuoso negocio, o sea, unas cuentas bancarias en Suiza, repletas de millones, a la espera de una Cataluña independiente, para gastarse la pasta con putas y chaperos en algún local de la calle Aribau, que los hay con muy buen ambiente, no se lo pierda, chicas argentinas y por ahí todo seguido. Las argentinas son ideales por lo comprensivas y por lo mucho que hablan con uno, tal que si fueran psicólogas tituladas, a lo Andreas Salomé y toda su cohorte de amantes freudianos, rilqueanos y demás salidos de rima.
¿Por qué si no necesitan estos caciques y vinculeros separarse de España? No me consta que sea, un suponer, por la antipatía que tengan al oso cántabro-astur o a la oveja merina de Extremadura o al jamón cinco jotas de don Toxo y el señor Cándido. Tampoco creo que sea por la vanidad de ser los más altos y guapos de Europa, al menos don Jordi no tiene mucho porvenir en dicho sentido. No estoy de acuerdo, por tanto, con don Pío Baroja, en lo que se refiere a estos dos factores. Pero sí lo estoy en cuanto a la sinvergonzonería del interés. En mi opinión, el separatismo hinca sus raíces en los abisales fondos de la más rancia de las codicias. Me refiero, claro, a que Pujol y sus vinculeros son un atajo de piratas en busca de la isla del tesoro. Es decir, John Silver el Largo y compañía tras el dinero de nuestros bolsillos.
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