Hay filósofos que alimentan
su narcisismo predicando las bondades de la masa, como si ambicionaran quedarse
a solas con su propia individualidad. La persona no vale nada, dicen, hay que
integrarse en el grupo. Mientras tanto, ellos se miran en el espejito mágico de
Blancanieves para cerciorarse de que una coleta, cuatro camisas y un medallón
les convierten en divos frente al mundo. Decía Baudelaire que el amor es la
necesidad del hombre a salirse de sí mismo; claro que igual se podría decir del
odio. Pero el odio, desde mi punto de vista, es rentable y más práctico y la
masa lo asimila sin gran esfuerzo. No obstante, salirse de sí mismo nada tiene
que ver con pertenecer a la masa, sino con la acción de intercambiar soledades
con el otro, siempre condicionada a ciertos límites y, por encima de todo, al
respeto mutuo. En cambio, lo que pretende el filósofo es el despojo absoluto de
la personalidad individual en beneficio de una colectividad informe y manejable
por no se sabe qué o quién.
Y
es aquí, obviamente, cuando surgen, por arte de sortilegio, los políticos
conductores de la voluntad de las masas, convirtiéndose en su pensamiento y en
su razón de ser. Les recomiendo que, si tienen tiempo, revisen la película titulada
“El manantial”, dirigida por King Vidor y protagonizada por Gary Cooper. Su
argumento trata de la lucha encarnizada entre el individuo y las masas. O mejor
dicho, entre dos individuos, uno que se vale tan sólo de su propia integridad y
otro que, mediante la manipulación de la opinión pública, pretende controlar el
pensamiento de la masa para conseguir el poder.
Hoy vivimos en España la explosión generalizada de las
multitudes, aunque agitadas y conducidas, sin ninguna duda, por el interés
particular de unos pocos, quienes las manejan a su antojo, sacándolas de paseo
cada vez que las circunstancias son las convenientes. Ahí tienen ustedes, sin
ir más lejos, cómo arrastrando la mentira de la privatización de la Sanidad y
la Educación, los socialistas orientan la voluntad de la gente, y aunque llueva
o granice, las mueven y articulan como a marionetas para que luchen en favor de
sus objetivos políticos. La miríada de manifestaciones que se viene sucediendo
desde que los populares accedieron al poder no responde a otra cosa, en mi
opinión, que a la típica acción callejera para desgastar al Gobierno, o sea,
una estrategia, tan burda como habitual, en pos de conseguir unos cuantos votos
de más en las próximas elecciones. Sobre todo para devolver a Rajoy a la
oscuridad del pacto de Tinell y regresar así a la senda del gasto
indiscriminado.
Al señor Rubalcaba, pongo por caso, le importa un carajo que
los funcionarios vean mermado el sueldo o que la Reforma Laboral abarate los
despidos. No en vano, tanto el PSOE como UGT y Comisiones han utilizado las
nuevas leyes laborales para despedir, con la mínima indemnización posible, a
cientos de sus trabajadores. Los sindicatos, obviamente, lo único que ambicionan
es recuperar el porcentaje que este Gobierno, con el fin de ajustar el
Presupuesto, ha recortado de su habitual subvención multimillonaria. Me refiero
a la mordida con que Zapatero apacentaba a su rebaño.
También al señor Mas y al señor Pujol les
importa un bledo el bienestar de los catalanes, ni les inquieta demasiado el
resultado desastroso de las elecciones. A estos dos forajidos de la política lo
único que les interesa es su propia gloria, es decir, pasar a la Historia, no
como John Dillinger y Billy el Niño, que es lo que se merecen, sino como
libertadores del “poble” catalán y, sobre todo, llenarse aún más los bolsillos
a costa de la incomprensible generosidad del señor Montoro. Y don Mariano aún
subido en el guindo. Nunca mejor dicho.
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