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4 de enero de 2013

UN DIAMANTE TAN GRANDE COMO EL RITZ



CARTAS A DORA MALENGO
MARBELLA, 3 DE ENERO DEL 2013

QUERIDA DORA: Ya sé por las revistas del corazón que lo pasaste muy bien en la última noche del año. Eres joven y a tu edad aún no se notan los estragos de una exposición excesiva a los rayos lunares. Por mi parte, durante las campanadas, sólo me atreví a sostener, con la mayor dignidad posible, una copa de champán. Me refiero que a las doce y media ya estaba en la cama con uno de los cuentos de Fitzgerald, concretamente con ese de título tan sugestivo: “Un diamante tan grande como el Ritz”, que es exactamente lo que me gustaría regalarte en tu próximo cumpleaños. Dicen algunos críticos que Fitzgerald, en este cuento, ataca despiadadamente a los ricos. Es del todo correcto, pero dudo mucho de que semejante análisis responda a las verdaderas intenciones del escritor. Hay una parte de Fitzgerald que venera a los ricos, es más, se trata de esa zona epicúrea de su alma que desea ser uno de ellos, fue la razón de que toda su vida realizara equilibrios circenses para mantenerse firme sobre la estela dorada de su órbita. Sin embargo, aunque vivió en el lujo, nunca tuvo demasiado dinero, todo lo contrario, sus deudas eran terriblemente cuantiosas y sólo su fama de escritor y, por qué no decirlo, también sus extravagancias, tanto las suyas como las de su mujer, permitieron que formara parte de tan privilegiado círculo de amistades. Pero era la otra parte de Fitzgerald, aquella que anhelaba una vida tranquila de escritor, la que insultaba a los ricos cuando se encontraba bajo los efectos del alcohol.
Desde mi punto de vista, en este cuento, “Un diamante tan grande como el Ritz”, Fitzgerald deja traslucir toda esa admiración de la riqueza que le abrasa por dentro, al mismo tiempo que lanza un ataque feroz contra ella y tras un salto mortal inesperado trata de imponernos la idea de que sus deseos son tan modestos como la vida que pretende seguir.
He llegado a la conclusión de que los verdaderos problemas en la vida de Scott Fitzgerald fueron el alcohol y la enfermedad mental de su mujer, Zelda Sayre, una esquizofrenia elevada a su máxima potencia por culpa precisamente de una desmedida afición a la bebida. Y, naturalmente, el alcoholismo de Fitzgerald fue propiciado por la inestabilidad emocional de su mujer y por la vida alocada que ésta le impuso desde el primer momento de su relación. No obstante, a veces me pregunto si Fitzgerald habría escrito mejor en otras condiciones. Nunca lo sabremos. Pero sí sabemos que escribió una de las grandes novelas de la historia moderna de la literatura americana, “Suave es la noche”, magnífica en su intensidad lírica y emocional Tal vez habría producido más libros, pero ninguno con ese conocimiento de la vida y del mundo interior de sus personajes.
Es verdad que el pobre Fitz casi se viene abajo como escritor y como ser humano (Ciorán, en un artículo sobre el escritor, habla de la noche oscura del alma) cuando termina su vida alocada en Europa y su mujer es internada en un sanatorio psiquiátrico por culpa de un agravamiento de su enfermedad mental. Sin embargo, en tan horribles circunstancias vitales fue capaz de escribir, desde mi punto de vista, uno de los libros más profundos de su carrera: “El crack-up”, una interesante y descriptiva meditación sobre su vida y las causas que lo bajaron a los infiernos.
Curiosamente, emocional y profesionalmente derrotado, decidió aceptar una oferta de Hollywood para escribir guiones. No recuerdo si llegaron a producirle alguno, pero sí sé que lo acusaron de que sus textos resultaban demasiado literarios, como era normal por otra parte dado su estilo novelístico. Salvo excepciones, los mejores novelistas nunca fueron buenos escritores de guiones, salvo alguna honrosa excepción como, por ejemplo, Faulkner, un excelente guionista y uno de los más grandes novelistas americanos de todos los tiempos. No obstante, Fitzgerald necesitaba ganar dinero para pagar las facturas de la clínica de su mujer y el colegio de su hija, y, obviamente, fue en Hollywood donde lo ganó con más abundancia, desde luego mucho más que en toda su carrera de novelista y escritor de cuentos. De modo que nadie le podrá acusar de no haber sido un buen cabeza de familia, al estilo tradicional, como siempre había intentado comportarse, al menos en lo que se refiere al pago de las innumerables facturas que las circunstancias adversas de su vida le generaban.
         Como verás, mi querida Dora, he empezado el año muy didáctico, y es que cada vez que pienso en ti me brillan en la imaginación todos los diamantes del mundo, pues no de otra manera te imagino que rodeada de piedras preciosas, siendo tú la más refulgente de todas. Por eso he querido dedicarte estos pensamientos sobre un escritor que entregó su vida al brillo cegador de los diamantes. Yo padezco de la misma obsesión, pero en mi caso el diamante eres tú, claro está. Así que te mando un beso de muchos quilates para que te dé suerte durante todo este nuevo año. Tuyo. Antonio

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