El huracán Sandy no ha sido
nada comparado al show electoral que se avecina en Cataluña. No sería mala idea
que el orondo gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, se diera una vuelta
por las Ramblas con el fin de dirigir, una vez producido, las labores de
desescombro. Sin embargo, puede que me equivoque en mis previsiones y el viento
cambie de rumbo antes de llegar y vuelva a reinar en España la gloriosa
placidez de los días antiguos. Me refiero a que el soplo espectral del señor Artur
Mas, tan poderoso por su alto grado de resolución mandibularia, es muy probable
que se desinfle por las advertencias de última hora. Las declaraciones de la
vicepresidenta de la Comisión Europea, doña Viviane Reding, han dejado muy
claro los requisitos para permanecer dentro del club de campo europeo. Para mí
que las próximas elecciones catalanas puede que se conviertan en el huracán
Sandy Show, pero en contra de los intereses de Convergencia y todos aquellos
que piensen que el centro del Paraíso Terrenal se encuentra en Barcelona, justo
en la confluencia de las calles Aribau y Mallorca.
A lo catalanes puede que se les convenza fácilmente de que
en una Cataluña independiente se convertirían en los ciudadanos más altos, más
guapos, sanos, delgados y ricos del mundo, pero si en tal caso tuvieran que
ahuecar de la Unión Europea, ¡que ahuecarían!, semejante truco electoral no creo
yo que vaya a funcionar tan ricamente como piensan algunos. Al menos, yo
siempre he estado convencido de que los catalanes son gente inteligente y de un
refinamiento intelectual elevado. No en vano, a lo largo de mi vida como
lector, la literatura catalana ha ocupado un puesto principalísimo en mis
preferencias. Les puedo asegurar que, entre otras, he venerado hasta la
exageración la obra de Josep Pla, sobre todo su “Cuaderno gris”, que con el de
Kafka, me ha parecido de una delicadeza y maestría insuperable. También de Juan
Marsé pienso sinceramente que es uno de los grandes novelistas en lengua
española, a la altura de Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez. Además,
confieso con humildad, no exenta de veneración y agradecimiento, que mantengo
con la memoria de Manuel Vázquez Montalbán una deuda impagable, pues gracias a
su magisterio he aprendido, en mi modestia, a escribir novelas policiacas. Naturalmente,
no puedo olvidarme de Eugenio Trías, quien con sus libros “Los límites del
mundo”, “La razón fronteriza y “La edad del espíritu”, ha conseguido rellenar
un vacío profundísimo en mi comprensión filosófica de mundo.
Tengo pues plena confianza en que los catalanes recapaciten,
y por ende se muestren escépticos a la hora de creerse las mistificaciones de
sus políticos, que no tienen otro interés que el poder absoluto, aunque sea a
costa del aislamiento y el empobrecimiento de su pueblo. Pienso que si los
catalanes son capaces de cocinar un plato como el “bacalao a la llauna”, pongo
por caso, no pueden dejarse engañar por un atajo de orates ignorantes e hinchados
de soberbia, vanidad y codicia. Yo, por mi parte, sigo pensando que, en
Barcelona, entre las calles Aribau y Mallorca, no está el centro del Paraíso
Terrenal, pero sí está el pub Ideal, regentado por mi buen amigo José María
Gotarda, el mejor barman de España, cuyos cócteles, sobre todo los negronis,
están a la altura de la ambrosía de los dioses. O sea que el nuevo huracán,
“Sandy Show”, amenaza con llevarse por delante la locura de Artur Mas y de
todos esos políticos analfabetos y agitadores de masas. Y aquí no tenemos al
gobernador de Nueva Jersey, con su enorme mole catedralicea, para dirigir el
desescombro y limpieza de las zahúrdas nacionalistas. Cuando llegue ese
momento, brindaremos con negronis en el Ideal, entre un floreo de carcajadas de
mansa prudencia. ¡Qué país, Miquelarena, qué país!
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