CARTAS A DORA MALENGO
MADRID, 6 DE NOVIEMBRE DEL
2012
QUERIDA DORA: Ayer estuve de
visita en el colegio donde estudié el bachillerato. Pero ahora ya no se trata
de un internado, sino de un colegio abierto para chicos y chicas. Yo ingresé en
el año cincuenta y nueve y salí en el sesenta y cinco. Entonces era como una
cárcel con aulas, dormitorios corridos y un campo de fútbol. También había una
iglesia, pero ahora esa iglesia ya no está porque han levantado otra más
moderna y como de otro estilo. Aquella estaba dedicada a María Auxiliadora y la
nueva a San Juan Bosco, que es el fundador de los salesianos. Todo sigue como
siempre, si bien los dormitorios antiguos, que estaban en el segundo piso, han
sido convertidos en aulas. Lo que no comprobé es si el comedor desprendía aquel
olor tan característico de entonces, y eso que pasé al lado, pero no se me
ocurrió entrar y comprobarlo. Tampoco bajé al teatro, un teatro que inauguramos
nosotros en 1961. La primera película que se proyectó fue “El capitán King”,
protagonizada por Tyrone Power y Terry Moore. Aunque debido a la tijera del
maquinista no creo yo que viéramos mucho a la explosiva señorita Moore, pues
así se las gastaban los curas en materia de censura. Una vez pusieron una de
Sofía Loren y sólo conseguimos verla de lejos, en algún plano general, reduciendo
la película a la mitad de su tiempo normal.
Curiosamente, yo, que siempre
he sido un manazas, fui tramoyista de ese teatro durante tres cursos seguidos,
los últimos de mi estancia.
Pero
lo que más me entristeció de la visita de ayer fue enterarme de la muerte, a
los ciento dos años de edad, de don Inocencio Rodríguez, que fue mi profesor de
ciencias naturales. Te aseguro Dora que era verdaderamente un genio. Él fue
quien me enseñó, a mí y a toda la clase, claro, los entresijos del ADN,
descubrimiento que acababa de ser publicado, a bombo y platillo, en las
revistas científicas de la época. Yo creo que ha sido el mejor profesor que he tenido en mi vida y
el culpable de mi equivocación al elegir la carrera de medicina. Sin embargo,
no hay que arrepentirse de nada, ya que son sin duda los errores las mejores
enseñanzas de la vida. Tuyo para siempre. Antonio. P.D. En la fotografía estoy
en el patio del colegio, apoyado sobre la verja del jardín, lugar donde recibíamos
a las visitas cuando hacía buen tiempo. Otro beso.
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