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17 de noviembre de 2012

EL JAMON DEL SEÑOR CANDIDO




Al rojerío ugetista todavía les queda pasta de aquel desfalco suyo de la PSV. Al menos es lo que han supuesto los seis millones de parados cuando la última noche de huelga descubrieron un hermoso jamón en el cubil del señor Cándido. De modo que los comedores de Cáritas llenándose cada día hasta la bandera, y estos “sans-culottes” de tres al cuarto poniéndose morados a fuerza de un suculento jamón de bellotas. ¡Qué bellotas más desperdiciadas! Pero lo grandioso es que el señor Cándido dispuso, en la noche de autos, hasta de un cortador profesional para que la lonchita tuviera el grosor reglamentario. El muy sibarita, al ser extremeño como un servidor, sabe perfectamente hasta dónde pueden llegar las delicias de un jamón si está bien cortado. Es de suponer, naturalmente, que el vino sería por lo menos un Habla número siete o un Vega Sicilia para completar el tándem “luxuruosus”, rematando la noche con un buen puro de los que se fuma Rajoy en la Quinta Avenida. Sin hablar, claro está, de que alguno después consumara el matrimonio en ciertos lupanares de la Costa Fleming, que es dónde el marxismo se despoja de sus dialécticas, hegelianas o no, dejando sobre la mesilla de noche cualquier materialismo histórico, plusvalía, superestructura o dictadura del proletariado. Y es que una huelga general como la del catorce, mucho más festejada que el armisticio del mismo nombre, había que rematarla con una orgía gastronómica, jamonera y vitivinícola, para ser más exactos, y luego un paseo por las nubes de la mano de una buena jai, rusa o polaca, recental a ser posible, dejando bien claro que por mucho que el Gobierno les reduzca la subvención, ellos siempre dispondrán de fondos suficientes para tomar el Palacio de Invierno, y, como suele don Toxo, emprender un crucero por el Volga y degustar una lata de caviar a la puerta del Hermitage.   
         Uno pensaba que solamente los señoritos, como mi amigo Patricio Santana y un servidor de ustedes, teníamos un exclusivo derecho a la “dolce vita”, es decir, al haraganeo glandular y al trote nocherniego por las capillas sixtinas del mejor arte venusino. Y es que después de la revolución de las masas que predijo Ortega, más la cabalgada por Europa de ese fantasma vislumbrado por Groucho Marx, los señoritos nos hemos visto relegados a viajar en los duros asientos de madera de roble del furgón de cola. ¿Quién nos hubiera dicho a don Patricio y a mí que para comer jamón del bueno tendríamos que afiliarnos a la UGT, cuando en otros tiempos éramos nosotros los reyes de cualquier jamonería? Me refiero a que antiguamente, o sea, cuando antes de la crisis, nos íbamos a comer, un suponer, a La Baraka, y allí éramos los reyes del mambo y no nos faltaba de nada: buen jamón, magníficas anchoas, bacalao al pilpil, estofado de rabo de toro y toda esa ambrosía que primorosamente cocina Herena Esbec. Éramos dos señoritos en manos de una gran chef y también de un gran “sommelier”, como es mi amigo Chema. Pero la crisis de Zapatero nos arruinó y los impuestos de Rajoy nos dieron la puntilla y ya ha salido Montoro al ruedo con las mulillas del arrastre. Quiero decir que la Revolución ha llegado y han vencido los piquetes violentos de Kelly, seguidores acérrimos de la política eficacísima de Zapatero. Como es natural, a los señoritos nos han dado el paseo y el matarile social, justo en el camino que va de la cheka a la tapia del cementerio. Mientras, el señor Cándido ensaya el salto del tigre frente al jamón de Jabugo, como si éste fuera la Nardos con sus siete velos de tul ilusión. Unos velos diseñados por Jean Paul Gautier. No se vayan a creer.

         

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