CARTAS A DORA MALENGO
15 DE OCTUBRE DEL 2012
QUERIDA DORA: Tu ausencia y
los colores tristes del otoño me vuelven como si no tuviera ganas de casi nada.
No entiendo por qué te muestras tan huidiza y nerviosa. Así parece que sólo existieras
en mis sueños, en mi locura de loco, en esta memoria mía tan desvencijada por
el tiempo. Porque yo sé que estás ahí y que también oyes mis silencios
atronadores. Sin embargo, hay como una barrera infranqueable entre nosotros,
una barrera de miedos acunados durante mucho tiempo, tal vez demasiado, como si
la vida misma se hubiera preocupado de que el amor jamás se dignara a mirarnos
de frente. Te comprendo mejor de lo que piensas. Sé muy bien por qué te
escondes, como las diosas, en la espesura blanca de la nada. Tienes miedo a
mirar el abismo que provocan los sentimientos cuando se desbocan. Yo también.
Pero piensa que el abismo es la vida plena, la jungla que nos protege de
participar del castigo más penoso de todos: el aburrimiento. Y para mí el aburrimiento
no es otra cosa que el “no ser” de los
filósofos. Cuando falta el amor, todo se marchita a nuestro alrededor, los
campos se agostan, las fuentes se secan, las piedras se desmigajan y hasta la
locura se vuelve realmente locura. ¿Por qué piensas que los políticos, mi
querida Dora, nos tienen así de revuelto el mundo? Pues porque en su lista de
preferencias han optado por el poder en vez de por el amor. Un político
enamorado no es ambicioso y se enfrenta con honradez a los problemas de la
gente. También un escritor enamorado escribe con esa embriaguez numinosa que
sólo la diosa Afrodita es capaz de poner en su pluma. La inspiración, por
tanto, sólo es posible si el amor o el odio bullen en el alma del poeta. Porque
el odio, Dora, es el reverso del amor, su otra cara, y tan poderoso como él.
Vivimos entre la tensión agotadora de estos opuestos, y para mí que en el punto
medio habitan la nada y el tan temido aburrimiento.
Sobre la tensión de los
opuestos ha escrito mucho Carl Gustav Jung, un psiquiatra suizo a quien yo he
leído con verdadera devoción. Ahora precisamente estoy sumergido en la lectura
de “El libro rojo”, que no es otra cosa que unas anotaciones realizadas por
Bernardo Nante para la compresión de la teoría junguiana. Ya sabes que Jung fue
más allá que Freud en el estudio del inconsciente. Jung pensaba que además de
un inconsciente personal, límite psicológico de la teoría freudiana, existe un
inconsciente colectivo cargado de imágenes primordiales preexistentes en toda
la especie. A estos contenidos Jung les llamó “arquetipos”, que son los
responsables de las pautas del comportamiento humano. Si te decidieras a
estudiar la psicología de Jung, te recomendaría que empezaras por un libro
titulado “El hombre y sus símbolos”, en el que varios autores desarrollan la
teoría desde varios puntos de vista.
Hoy también me he dado una vuelta por el museo Thyssen. La
exposición que ahora funciona es la titulada “Gauguin y el viaje a lo exótico”.
En realidad, lo exótico no es más que los paisajes idílicos de esas
maravillosas islas del Pacífico. Y sobre todo sus esplendorosas indígenas,
mujeres de inocencia entre célica y angelical retozando medio desnudas entre el
follaje de una naturaleza paradisiaca. Pero no sólo hay expuestos unos
espléndidos cuadros de Gauguin, sino también de otros pintores no menos
importantes como Kirchner, Paul Klee, Matisse y Wassily Kandisnky, por poner un
ejemplo. Desde luego, la exposición merece la pena verse muy despacio. Incluso
puede dar para varios días, si se quiere disfrutar de una manera más intensa.
Para que te hagas una idea de lo que te decía de Jung, la mayoría de estos
cuadros representan simbólicamente la influencia en el artista de un arquetipo
tan arcaico como el Paraíso Terrenal y ese afán inexplicable del hombre por
regresar a vivir entre sus frondas. Sin esta tendencia arquetipal, diría Jung,
no habría sido posible este arte. Ni tampoco esta nostalgia de los orígenes tan
cincelada al rojo vivo en la psique humana.
No dejes de escribirme. Siempre tuyo. Antonio
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