Después de poner la cama en
Cataluña, llega Rajoy, en un acto de puro vicio, y se baja al moro. No entiendo
cómo todo el que se sube al trono de la Moncloa tiene que rendir pleitesía
tanto en Barcelona como en Rabat. Entendería que fuese una cuestión de tamaño
en el caso de la morería, cuya fama alcanza cotas de leyenda, pero en lo que se
refiere a nuestros polacos me niego a creer en las venturas, pongo por caso, de
Jorgito Pujol y su descendencia ferrusolana. Se felicita Rajoy por la eficacia
marroquí mostrada en el control de la emigración ilegal, pero nadie en su sano
juicio puede creer que cumplan lo pactado sin recibir nada a cambio, pues ya
sabemos de siempre la habilidad de nuestros vecinos en el comercio de toda
clase de mercaderías, desde las alfombras para el adosado hasta el canuto del
chaval y toda su panda.
En
el lugar de Rajoy, ahora que está bajo los efectos gozosos del vicio nefando, uno
le preguntaría al alauita por los secretos del 11M que esconden sus espías, es
decir, trataría de sonsacarle, porque seguro que lo sabe, los nombres de los
españoles: políticos, funcionarios y terroristas, que participaron en tan
horrible matanza. Al fin y al cabo, el atentado no tenía otro objetivo que Rajoy
perdiera las elecciones, aunque es posible que a éste tampoco le interese saber
la historia peninsular de la infamia, prefiriendo que todo aquello permanezca
enterrado bajo el estiércol de una sentencia amañada, y evitarse así las
molestias que siempre implica devolver la paz a los muertos.
Pues bien, según nos dice la experiencia, si a los catalanes
les apacigua el color del dinero, y Rajoy les acaba de apoquinar una miríada de
millones de euros, a los marroquíes sólo se les tranquiliza transigiendo con
sus pretensiones en el asunto del Sahara; y por ahí creo yo que van los tiros
de las buenas relaciones entre los dos países. De modo que vayan dilatando los
chicos del Polisario porque, en nada que se descuiden, el tal Mohamed va a poner
en marcha la tuneladora y les va a abrir una fístula como el canal de Suez. Una
vergüenza para la ONU que aún sigan coleando los problemas de la
descolonización del Sahara, uno de los episodios más vergonzosos de la
diplomacia de Franco, si bien éste se encontraba entre la flebitis y los
electrodos del marqués, y ya no era ni la sombra de sus antiguos terrores ni,
mucho menos, aquel César Visionario y su guardia mora con retumbo de cascos en
el pavimento. Recuerdo que, desde la puerta de Chicote, lo veía yo pasar, como
una estatua, asomado al Rolls Royce que le había regado Hitler, mientras me
tomaba un negroni con aceitunas a la espera de que la Pasionaria, que en paz
descanse, convocase la huelga general de la minería asturiana, y que Radio
España Independiente anunciara, desde Checoslovaquia, la caída del Régimen y de
todos sus falangistas y tecnócratas del Opus, es decir, de los padres y abuelos
de casi todos los que hoy militan en la izquierda española, nacionalistas
catalanes y vascos, seguidores del Barsa y demás indignados de la Historia.
Sin embargo, es posible que el sometimiento actual de moros
y polacos haya sido como consecuencia, y no voy muy descaminado, del miedo que
provoca Soraya Sáenz de Santamaría, sobre todo cuando sale en televisión y amenaza
con aplicar la ley hasta sus últimas consecuencias. No me ha extrañado, por
tanto, que Arturito Mas y el joven alauita se hayan puesto a temblar como dos
niños ante la terrible reprimenda escolar de la “seño”. Ni Carrero Blanco,
cuando abarquillaba las cejas, metía tanto miedo como esta Sorayita nuestra.
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