Los socialistas alborotan las
calles con el alarido de sus aquelarres. Ayer mismo, unos jóvenes instigados,
tan instigados como analfabetos, asaltaron el colegio salesiano de Mérida. Creo
que a la mayoría de los asaltantes se le trasparentaba un cerebro tricolor de
escaso octanaje. También en Madrid a los socialistas les ha dado por sacar de
paseo sus resentimientos históricos. Desde mi ventana del Hotel Palace,
mientras me tomo el primer martini de la tarde, suelo observar el incesante
bracear de los manifestados. ¡Cuánta vehemencia! No comprendo cómo esas
gargantas pueden aguantar tanto griterío. Incluso la mía se resiente por el
efecto de la resonancia. Sin embargo, el barman ya sabe que, en caso de
algarabía callejera, el martini debe venir con dos aceitunas. La aceituna,
sobre todo si es cordobesa, suaviza la naturaleza feraz de las tragaderas. A
Rajoy, desde luego, no le haría falta ponerle suavizante por la sencilla razón
de que tiene tragaderas de cíclope. Lo mismo que su ministro del Interior,
incapaz de conseguir que uno tome su cóctel de media tarde sin la aspirina
correspondiente.
Si mi padre viviera repetiría hasta la saciedad que
padecemos tiempos de preguerra civil. Sin ir más lejos, al honorable Mas se le
han rebrincado las neuronas y ahí tienen ustedes otro cabaret catalán, igualito
al de la Revolución de Octubre del año treinta y cuatro. Por cierto, existe una
fotografía maravillosa en la que se contempla entre rejas a la totalidad del Gobierno
de la Generalitat. ¡Un poema la geta que tiene puesta ese asesino de Companys!
Y le llamo asesino porque, durante la Guerra Civil, mandó fusilar a más de un
millar de religiosos, por el crimen terrible de creer en Dios. Después hemos
presenciado un intento de asalto al Congreso; dicen que con la intención de
obligar a los diputados a sacarse de la manga una nueva Constitución. Una
Constitución, es de suponer, dibujada a su imagen y semejanza. Creo que
pensaban en un régimen “asambleario” o parida similar.
Luego
tenemos al alcalde de Marinaleda, un macarra estelar con barba de
revolucionario trasnochado, asaltando supermercados y hoteles privados con el
único fin de afanar unas lonchas de jamón serrano, cinco jotas a ser posible, y
bañarse después en la piscina de una propiedad ajena. Curiosamente, la
propiedad privada, cómo no, vuelve a discutirse entre esta nueva oleada
socialista de muchedumbre bovina con embestida iracunda de becerros sin capar. Y,
para colmo de males, acaba de reproducirse el paradigma republicano por
excelencia, es decir, los asaltos violentos a instituciones religiosas. Ese
colegio salesiano de Mérida ha sido el primero y les garantizo, por esa ley
infalible de los mimetismos humanos, que no será el último. De modo que
recomiendo a las religiosas que vayan probándose los nuevos cinturones de
castidad, moda otoño/invierno, porque ya falta menos para una nueva demostración
de incontinencia sindical.
La verdad, no sé si el ambiente será de preguerra civil,
pero les aseguro que al Gobierno del señor Rajoy, ese caballero de la mano en
el pecho, no le importa en absoluto. Parece como si el único problema para el
PP fuera la prima de riesgo. La unidad de España, el orden público y la seguridad
de los ciudadanos no pertenecen al redil de sus responsabilidades
constitucionales. Así que empiezo a llenar las maletas y actualizar el
pasaporte para volver a Messolonghi, de donde nunca debí salir. Lo cierto es
que echo de menos sus atardeceres, las tertulias de café con otros exiliados y,
sobre todo, los martinis en el Hotel Liberty, un lugar tan bueno como cualquier
otro para llorar por la España que nunca será. Uno ya no está para jugar con el
mosquetón, como Mambrú, pero todavía le quedan fuerzas para disfrutar los
aromas de un par de copas. A bayoneta calada.
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