12 DE OCTUBRE DEL 2012
QUERIDA DORA: Estas dos
últimas semanas han sido muy complicadas para andar metido en cartas. Gracias a
Dios, ya estoy instalado de nuevo en Madrid y puedo recuperar la rutina de
trabajo que el mes de vacaciones en Marbella consiguió alterar. Pocas cosas han
ocurrido desde la última vez que te escribí, salvo la excesiva cantidad de
kilómetros que me he trasegado como si tal cosa. He pasado tres días en
Trujillo, ocho en San Marcial y espero atornillarme aquí de fijo, en Madrid, al
menos hasta Navidad.
Lo primero que he hecho ha
sido imponerme la tarea de volver sobre la novela de Hemingway, más que nada
por darle un nuevo repaso y dejarla tan pulida como las corazas plateadas del
desfile de hoy. Lo curioso es que parecía que el texto no admitiría más
correcciones, pero me equivocaba, no te puedes hacer una idea de la cantidad de
cambios que he tenido que realizar. Y aún sigo trabajando sobre ella y me temo
que cuantos más repasos efectúe más correcciones necesitará. Te aseguro que la
corrección de una novela le vuelve a uno decididamente neurótico. Desgraciadamente,
aunque te parezca mentira, mi última novela “El asesino de Venecia”, aún no ha
sido distribuida. Es una situación que no entiendo. No obstante, cualquier
lector que quiera comprarla tiene que pedirla por internet a estas señas:
Los lectores de Zamora,
además, la pueden obtener en la librería de Miguel Núñez de la calle Amargura.
En fin, la semana que viene,
mi querida Dora, te escribiré más largo que hoy para contarte cómo me va en
Madrid, si es que ocurre algo que merezca la pena contarse. De momento, acabo
de instalarme, y salvo una salida al restaurante Salvador, aún no me he
estrenado como paseante en corte. Creo que más tarde, cuando haya anochecido,
saldré a dar una vuelta. Tal vez cenaré en alguna terraza de Recoletos, si la
lluvia se detiene, y más tarde, posiblemente, acabaré tomando una copa en algún
garito de la calle de la Ballesta, que se ha convertido en el nuevo “Nothing
Hill” madrileño. Ya sabes que, antiguamente, la calle de la Ballesta pertenecía
por derecho propio al acervo literario de Cela. Lo digo por aquello tan suyo y castizo
de las izas, rabizas y colipoterras, hurgamanderas y putarazanas. En realidad,
en lo único que hoy ha cambiado la cosa es en el puro asunto de la metalería que
se maneja. Porque uno en la cosa de la moral, como que no es muy partidario de
entrar sin que se le llame a propósito. En mi opinión, cada época tuvo su
encanto y ahora la estética municipal deriva hacia otros derroteros y, aunque
los neones alumbren de otra manera, para mí que allí se sigue trajinando más de
lo mismo. Ya te contaré dentro de unos días, si es que te interesa seguir
aguantándome cada semana. Siempre tuyo. Antonio.
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