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25 de mayo de 2013

TRUMAN CAPOTE



(Este artículo lo escribí para el periódico EL ADELANTO DE SALAMANCA en el año 2006)


Asistimos en estos días al fulgor de un nuevo cometa literario. Vivimos la cultura gracias a olas gigantescas de información que irrumpen, con la sorpresa y el estruendo de un tornado de Kansas, la tranquilidad violeta de la vida ciudadana. En realidad, la modernidad nos tiene acostumbrados a una vida cultural de corte más bien pasivo. Me refiero a que la cultura, como el café de la tarde, suelen servirla en bandeja de plata. De repente, un señor llamado Truman Capote, mediante una película que lleva su nombre, se presenta en los salones de la modernidad en forma de personaje cinematográfico. Ha sonado la hora del show de Truman. Millones de personas que jamás habían oído hablar de este escritor americano, súbitamente, como buitres hambrientos, se lanzan en picado y en tropel sobre su agitada vida de niño perdido. Más que buscadores nos hemos vuelto depredadores de cultura. Pero depredadores domesticados, paralíticos en nuestros nidos confortables, esperando desganadamente que alguien nos coloque el alimento sobre el pico. Ahora nos sirven a Truman Capote con una manzana en la boca y sobre un lecho acolchado de imágenes en color y cinemascope. Consecuentemente, la venta de sus novelas se dispara, la biografía escrita por Gerald Clarke se convierte en best seller y por los cenáculos galopan comentarios acerca de los tópicos más manidos y audaces de la vida del escritor americano. ¿Hasta cuando? Hasta que, desde algún centro mundial de decisión, alguien dictamine lanzar sobre el mundo otro icono congelado de la cultura.
         Quiero decir que los sesenta mil españoles que formamos, más o menos, el censo de lectores en nuestro país nos sentimos como violados en nuestra intimidad de lectores. Una intimidad, naturalmente, posesiva y celosa, ya que es triste presenciar cómo los nombres de nuestros escritores más queridos y admirados se utilizan para fumigar los campos de la ignorancia y el comercio moderno. En realidad, nos sentimos mancillados en el refugio de nuestros libros. A la literatura, amigo mío, hay que acudir con gesto sagrado y en peregrinación, buscándola como si buscáramos el tesoro oculto de la vida, pues si dejamos que ella venga a nosotros desde los cubiles oficiales, por sorpresa y sin llamarla, es porque ni la merecemos ni nos interesa. Al verdadero lector le gusta descubrir por sí mismo, ratoneando entre los mostradores y anaqueles de las librerías, escrutando los suplementos literarios de los periódicos, leyendo revistas especializadas, las novedades editoriales que van saliendo a la luz del día y de la noche. Por ejemplo, la novela, “A sangre fría”, de Truman Capote fue publicada en España por Anagrama en 1991. Y, desde entonces, ha estado hibernando en el mundo de los justos hasta la semana pasada. Lo esperpéntico, mi querido lector, es que alguien toque la trompeta desde una guarida de Hollywood y un enjambre humano de depredadores sin escrúpulos se lance sobre la memoria del pobre Truman y babee encima de su pelo rubio de niño maltratado.  
         No obstante, a pesar de todo, uno ha de reconocer que la película es buena y merece la pena sacar la entrada y disfrutar de sus imágenes. Naturalmente, poco se puede añadir sobre la vida y obra de este sureño genial. “A sangre fría” es, posiblemente, la mejor novela negra de todos los tiempos. Una historia real sobre el horrible asesinato de una familia de Kansas, una historia que le sirve al autor para descubrir su lado más siniestro y perverso. Leer “A sangre fría” supone una espeluznante bajada a los infiernos del Dante en compañía de este Virgilio llamado Truman Capote: enfant terrible de las letras americanas, enemigo mortal de casi todo el mundo, chismoso como una portera de Chamberí, chirriante como una cancela de goznes oxidados, afeminado como un vestido rosa de tul ilusión y venenoso como una víbora atiborrada de anfetaminas. Sin embargo, me parece un auténtico genio de las palabras, un mago de la imaginación y del estilo. Truman Capote es el escritor por antonomasia. ¿Qué importa todo lo demás? 

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