Esta España nuestra de color
gris marengo, más todo ese santoral de políticos en permanente disposición al
butroneo, precisa de conspiradores de café que, desde la botillería de Pombo, enfilen
la recta de Gobernación y luego no se queden como pasmarotes en el zaguán. Oigan
una cosa, o los barones del Partido Popular se deciden a dar el golpe que
desbarate el despropósito fiscal de Rajoy o se desentierran los cadáveres de
Ramón y sus pombianos y nos vamos todos a la Puerta del Sol gritando eso tan a
la moda de “paso al felipismo/leticismo”. Por otra parte dejaría que Valle
Inclán siguiera durmiendo el sueño eterno, como el de Humphrey Bogart, no fuera
a ser que el muy cabrón nos devolviera al tiempo de la República y hubiera que
engrasar el Mauser, ay Carmela, ay Carmela, y otra vez se presentara Hemingway
para tirarse a todo el naipe de la calle Barbieri y otras zonas erógenas del
Madrid chino/moro de Lavapiés.
Sin
embargo, a los golpes de estado los carga el diablo. Y para mí que en San
Isidro amarillean buenas lunas para que los espadones afilen sus ideas y que el
motín de los sargentos de la Granja restaurare de nuevo la Constitución de
Cádiz, el Código de Hammurabi y el Líber Ludiciorum de Recesvinto, que a mí
esta cosa me la preguntó Gerardo Diego en el examen de Reválida y tuve que
repetir curso por bestia parda y burrancón. Claro que ahora le menciono a mi
nieto lo del Líber Ludiciorum y de esta industria no tienen noticia ni él ni la
monja de las llagas de su tutora colegial ni la madre que la parió. Cualquier examen
del Bachiller de entonces, años cincuenta/sesenta, no lo aprueban hoy los
catedráticos más cultos de la cosa, sobre todo ese contertulio del Gato,
profesor en la facultad de Políticas, que acaban de sacarlo de las cloacas del
15M y habría que desinfectarlo en alguna cheka antes de exhibirlo en la tele como
a Belén Esteban, que según dicen está operada de todos los códigos visigóticos,
desde el entrecejo al carcañal de Aquiles, pasando por Navalmoral de la Mata y
otros simbolismos freudianos.
Uno
está seguro de que Rajoy ha leído a Valle y su Tirano Banderas y, como buen
gallego, ahora ejerce de tal y ha ordenado a Montoro, colega en rapiñas
fiscales, que se apreste al asalto del tren de Glasgow, donde viene de viaje la
España liberal del siglo XXI camino del desolladero, con su peinado reluctante,
dispuesta al sacrificio y al despiece antes de soportar la insoportable
gravedad de invertir en España y salir vivos del intento. Y todo para dárselo luego
a la clerigalla catalana, que a Rajoy le ha caído en gracia, supongo que para
suplicar a cambio su apoyo parlamentario en la próxima investidura. Pero Rajoy
no sabe, claro está, que esa “infame turba de nocturnas aves”, como escribió
don Luis de Góngora, sólo parece dispuesta a volar, oh excelso conde, del faro
odioso del trinque nacional al promontorio extremo de Villadiego.
Pero
Mariano Banderas, como el coronel de García Márquez y el Polifemo de Góngora,
ya no tiene quien le escriba y hasta sus barones más allegados le enmiendan la
plana en ese oscuro asunto del déficit asimétrico. O sea, que pronto espero ver
cómo la derechona abandona la Cacharrería del Ateneo camino de Gobernación,
llevando bajo el brazo un manual del Felipismo/Leticismo, que es la única revolución
pendiente que le queda para rubricar el palmarés de los siglos. Antes, claro
está, de que Verstrynge y Cayo Lara, en un futuro glorioso, vayan a la
conquista definitiva del Palacio de Invierno, maten a disgustos a la familia
del zar y dejen la caja del Estado más vacía que las tripas de un faquir. Sólo
para empezar.
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