No
es que uno se haya vuelto prustiano de repente, pero es que soy español y a los
españoles nos gusta que nos subvencionen hasta los ronquidos del alba. Antiguamente,
España olía a sardinas asadas y a pincho moruno, pero desde que llegó la
democracia aquí no hay quien pare con esta peste de subvenciones a tutiplén. He
dicho muchas veces que uno es de izquierdas no porque se esté en la cosa de
tomar el Palacio de Invierno, sino porque se pretende vivir a todo confort del
Presupuesto del Estado. Claro que también se puede vivir como un fúcar a base
de mordidas y chantajeos, ora a empresarios desesperados ora sableando a
diversas instituciones en nombre de la Corona ora afanando los fondos públicos
destinados a la regulación de empleo, como ha ocurrido, respectivamente, con el
caso Bárcenas, el caso Urdangarín y los mil quinientos millones desviados por
socialistas y sindicalistas en tierras del Tempranillo.
Ya dije una vez que esta democracia nuestra, nada
democrática por cierto, nos tiene amariconados y como sin noticias de Dios.
España ha dejado de oler a sardinas asadas y los españoles de la modernidad vamos
ahora por la vida con el paso cambiado. Nos hemos acostumbrado al peseteo
barato de la subvención y cuando ha dejado de caer el maná, esquilmado por el
tocomocho, la estampita y el navajón, nos hemos lanzado a la calle para
disputarnos a pedrada limpia los restos del naufragio. Digo yo que esa manía
modernista de asediar y tomar el Congreso debe ser con el fin de entrar y
guindar las alfombras y la tanagra en bronce de Julián Besteiro, obra de
Gabriel Borrás, para venderlo luego en el mercado persa del ciclotímico
Gordillo, junto a las cajas de galletas y latas de tomate frito afanadas en
plan bandolero de serranía a los proveedores de la zona.
Como
digo, a la izquierda no le apetece asaltar el Palacio de Invierno y tener luego
que matar al zar y a su familia, excesivo esfuerzo para unos liberados sindicales
que no han dado golpe en su vida. En mi opinión, se conforman, claro está, con
tomar prestados un par de jamones y media docena de yogures del Hipercor, para celebrar
como se merece cada kermés heroica o algarabía callejera, que es lo que diría Rajoy.
La izquierda empieza a quedarse sin subvenciones y no sabe si volver a los
tiempos en que amaestraba a la cabra con una corneta o formar una cooperativa campestre
en una finca estatal que, para colmo, es propiedad de los militares y éstos no
están por la labor. A no ser, claro está, que los coroneles de ahora ya no canten
aquello de la banderita y no sean novios de la muerte, sino de alguna
Pujol-Ferrusola con ganas de dar el portazo, cerrar la frontera y quedarse con
el maletín, la senyera y el referéndum catalán.
Naturalmente, ante la escasez de subvenciones, a Rajoy, el
sacamantecas, sólo se le ha ocurrido esa gran idea luminosa de subirle los
impuestos al personal. Así también gobierno yo, qué carajo, y no soy
registrador de la propiedad. Me refiero, claro, a la propiedad privada, que es
lo que en realidad crea riqueza y empleo y se gasta el dinero en la horchata de
los domingos y el Seiscientos para ir a la playa. A no ser, claro está, que el
señor Rajoy le sustraiga el billetamen grabando el ahorro, el consumo y los
recursos financieros destinados a la inversión. Y todo para que los políticos y
demás camastrones de lo público campeen por España luciendo sus glorias deportivas,
sus cargos y oropeles de relumbrón y a los demás que nos den por retambufa y
por ahí todo seguido hasta la muela del juicio final. O sea.
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