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12 de mayo de 2013

A LA SOMBRA DE LAS SUBVENCIONES EN FLOR




No es que uno se haya vuelto prustiano de repente, pero es que soy español y a los españoles nos gusta que nos subvencionen hasta los ronquidos del alba. Antiguamente, España olía a sardinas asadas y a pincho moruno, pero desde que llegó la democracia aquí no hay quien pare con esta peste de subvenciones a tutiplén. He dicho muchas veces que uno es de izquierdas no porque se esté en la cosa de tomar el Palacio de Invierno, sino porque se pretende vivir a todo confort del Presupuesto del Estado. Claro que también se puede vivir como un fúcar a base de mordidas y chantajeos, ora a empresarios desesperados ora sableando a diversas instituciones en nombre de la Corona ora afanando los fondos públicos destinados a la regulación de empleo, como ha ocurrido, respectivamente, con el caso Bárcenas, el caso Urdangarín y los mil quinientos millones desviados por socialistas y sindicalistas en tierras del Tempranillo.
         Ya dije una vez que esta democracia nuestra, nada democrática por cierto, nos tiene amariconados y como sin noticias de Dios. España ha dejado de oler a sardinas asadas y los españoles de la modernidad vamos ahora por la vida con el paso cambiado. Nos hemos acostumbrado al peseteo barato de la subvención y cuando ha dejado de caer el maná, esquilmado por el tocomocho, la estampita y el navajón, nos hemos lanzado a la calle para disputarnos a pedrada limpia los restos del naufragio. Digo yo que esa manía modernista de asediar y tomar el Congreso debe ser con el fin de entrar y guindar las alfombras y la tanagra en bronce de Julián Besteiro, obra de Gabriel Borrás, para venderlo luego en el mercado persa del ciclotímico Gordillo, junto a las cajas de galletas y latas de tomate frito afanadas en plan bandolero de serranía a los proveedores de la zona.
Como digo, a la izquierda no le apetece asaltar el Palacio de Invierno y tener luego que matar al zar y a su familia, excesivo esfuerzo para unos liberados sindicales que no han dado golpe en su vida. En mi opinión, se conforman, claro está, con tomar prestados un par de jamones y media docena de yogures del Hipercor, para celebrar como se merece cada kermés heroica o algarabía callejera, que es lo que diría Rajoy. La izquierda empieza a quedarse sin subvenciones y no sabe si volver a los tiempos en que amaestraba a la cabra con una corneta o formar una cooperativa campestre en una finca estatal que, para colmo, es propiedad de los militares y éstos no están por la labor. A no ser, claro está, que los coroneles de ahora ya no canten aquello de la banderita y no sean novios de la muerte, sino de alguna Pujol-Ferrusola con ganas de dar el portazo, cerrar la frontera y quedarse con el maletín, la senyera y el referéndum catalán.
         Naturalmente, ante la escasez de subvenciones, a Rajoy, el sacamantecas, sólo se le ha ocurrido esa gran idea luminosa de subirle los impuestos al personal. Así también gobierno yo, qué carajo, y no soy registrador de la propiedad. Me refiero, claro, a la propiedad privada, que es lo que en realidad crea riqueza y empleo y se gasta el dinero en la horchata de los domingos y el Seiscientos para ir a la playa. A no ser, claro está, que el señor Rajoy le sustraiga el billetamen grabando el ahorro, el consumo y los recursos financieros destinados a la inversión. Y todo para que los políticos y demás camastrones de lo público campeen por España luciendo sus glorias deportivas, sus cargos y oropeles de relumbrón y a los demás que nos den por retambufa y por ahí todo seguido hasta la muela del juicio final. O sea.


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