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31 de marzo de 2012

FRANCISCO UMBRAL
DIARIO
31 DE MARZO DEL 2012

Un servidor nunca quiso conocer personalmente a Francisco Umbral. En primer lugar porque soy de los que piensan que los escritores en persona pierden mucho y luego uno se decepciona y desalienta y la ilusión que antes se tenía al leer la obra del escritor en cuestión se nos echa a perder y como que ya no es lo mismo. Además, yo a Umbral le tenía lo que se dice un poco de miedo. Para mí que era algo raro y un tanto cabrón, y cuando me dijeron que si lo quería conocer me entró así como un cierto temor y temblor y preferí dejar las cosas como estaban. Es decir, no quise conocerlo. Recuerdo que un día lo vi en el Café Gijón. Una casualidad, si bien se mira, ya que según afirmaban los del lugar hacía años que no se le veía por el café. La verdad es que estuve a punto de saludarlo, pero iba yo tan mal vestido, con un jersey tan a lo pobre, tan indigno de él y de mí, que no me atreví a mover un solo músculo. No quería que ni de manera casual advirtiera mi presencia. En cambio, él iba hecho todo un dandy, con un pañuelo al cuello y una chaqueta azul marino y lo pantalones de un gris claro euclidianamente planchados. Eso sí, no se le escapó la visual de ninguna de las ninfas que como en escorzo le entraban desde las cuatro esquinas. Y eso que en el Gijón raro es el día en que mueve el culo una jai más acá de los cincuenta. Pero se conoce que era el día de las excepciones.
No es por nada ni por presumir ni cosa parecida, pero yo es que a Umbral me lo sé de memoria. No he leído todo sus libros porque algunos dan la sensación de que se los ha tragado la tierra, pero les aseguro que más de una veintena sí que me he trasegado. Y confieso que de Umbral los que más me gustan son las autobiografías, los diarios, los artículos y aquellos en los que escribe sobre escritores en particular y literatura en general. Las novelas me gustan menos. En realidad, me gustan más bien poco. En mi opinión, Umbral no era novelista. Un defecto que, por lo general, suelen tener los escritores de raza como él. Le ocurrió a genios como Ramón, Azorín, D´Ors y pocos más del escalafón.
Y en cuanto a “Mortal y Rosa” sólo puedo decir que es el poema en prosa más sublime que jamás se haya escrito en lengua española. No me extrañó que lo celebraran hace poco en forma de lectura teatral. Me alegró ver a tantos amigos reunidos en torno a la figura del escritor. Yo, como digo, nunca fui su amigo, pero en cambio tengo la satisfacción de leerlo cada noche, antes de acostarme. Primero leo un par de poemas de un poeta cualquiera, luego, obligatoriamente, páginas y páginas de cualquier libro de Umbral. Cuando termino ese libro, tomo el siguiente de la lista. Estas últimas noches le ha tocado el turno al “Diario político y sentimental”. Ya lo tengo leído varias veces, pero no me importa, ya que siempre encuentro algo nuevo, inesperado, como si el autor lo reescribiera cada vez que vuelvo sobre sus páginas. Por ejemplo: “Cine Doré, hoy filmoteca nacional, aquel cine que parecía una desvariante de la Bauhaus, con sus letras gordas y su aspecto de gruta”. Lo descubrí anoche, sin ir más lejos. No es que Francisco Umbral sea el mejor escritor español de todos los tiempos, nunca se me ocurriría afirmar tal cosa, pero sí que es el escritor por antonomasia, la figura del escritor, el arquetipo, la idea, la cosa en sí del escritor. Salvo Umbral y Ruano, muy pocos españoles merecen este título. Hay quienes escriben novelas maravillosas, artículos impregnados de sabiduría, ensayos rebosantes de ideas innovadoras, dramas de éxito multitudinario, pero nunca serán llamados escritores. Quiero decir que el titulo de escritor no es para todo el que escribe, sino tan sólo para que el que lleva la aureola sobre su cabeza, como si fuera un santo, un elegido de los dioses. El título de escritor, en consecuencia, es algo metafísico, numinoso, como perteneciente a otro mundo. No obstante, sentiría mucho que me malinterpretaran. O sea.
HUELGUISTAS DE ALTA ALCURNIA

La huelga sindical fracasó con el mismo estrépito que un servidor frente a la cama de Kim Basinger. En realidad, somos nosotros, los señoritos, los únicos huelguistas vocacionales de la Historia. Los únicos, en definitiva, que vamos a la huelga con un poco de clase y dominio de la situación. Quiero decir que nos sentimos huelguistas de todo corazón y, naturalmente, también por linaje, genética y cierto malditismo cultural. Sé que debería estar vacunado contra las turbulencias de la plebe, pero reconozco que aún me asombra tanta arrogancia barriobajera y violenta de las llamadas hordas informativas. Desde luego, nadie contaba con la resurrección del pistolerismo barcelonés y el fantasma de antiguas revoluciones fracasadas. Desde luego, así no se hace una huelga con estilo. Si lo sabré yo.
Por ejemplo, en mi club, aquí en Messolonghi, conseguir el título de huelguista es más difícil, un suponer, que agenciarse un marquesado en la ventanilla del rey. Para ser huelguista hay que superar pruebas realmente infernales. Sin ir más lejos, todo aquel que se levante antes del medio día será descatalogado al instante, pero no sin una cierta y desdeñosa perplejidad, que es lo más terrible. En este punto, creo entender que ciertos liberados sindicales bien podrían ser considerados, no sólo como aptos, sino brillantemente capacitados para el título.
Naturalmente, un señorito con el diploma de huelguista llegado el caso jamás ejercería violencia contra sus semejantes, ni quemaría contenedores ni levantaría barricadas ni gritaría como un hincha culé delante de las cámaras de televisión. Un señorito huelguista reserva su violencia para la cancha de tenis o para el campo de golf. Circunstancia que también podría ser superada por una mayoría de sindicalistas, muy capaz de jugar la Copa Davis y el Torneo Augusta sin desentonar lo más mínimo. Me refiero a que una mayoría de ugetistas y comisionistas se alinearían entre las filas del señoritismo español sin que se les notara la bajeza de su estofa.
Otra cosa, claro está, sería conseguir el título de huelguista marxista/leninista. Harina de otro costal. Ese diploma no lo ha conseguido ni siquiera un servidor. Para semejante consideración se precisan cualidades de alto rango y otros ennoblecimientos de social importancia. Por ejemplo, Jaume Roures y Juan Luis Cebrián son el prototipo de hombres que cualquier club de señoritos del mundo desearía contar entre sus accionistas. A estos sí que se les podría considerar como candidatos inmejorables a la alta consideración de señoritos huelguistas marxistas/leninistas. Un título que bien podría equipararse a un ducado con grandeza de España. Además, estos dos pimpollos, a pesar de que sus empresas acumulan dificultades, son millonarios, como otros tantos señoritos huelguistas que zascandilean por los paraísos perdidos del obreraje. Y los millonarios, amigos míos, tienen sitio en cualquier lugar del mundo.
Distinto resulta lo del ínclito Martínez, magnate sindical y consejero de Bankia, ciento ochenta mil al año: vergonzosos esos modales largocaballerescos y esa mirada amenazadora, como de pájaro picoteador de Bahía Bodega. Yo es que me siento aterrado cada vez que se encabrita vociferante. Ni a las doce me atrevo a salir de la cama. Menos mal que todo ha terminado y he vuelto a tomar el aperitivo con mis amigas de toda la vida, unas tigresas cosméticas de suaves adunaciones. Por cierto, hablando de mujeres: qué empacho la presencia constante y mortificadora de esa tal María Antonieta Iglesias. Para paisajes de ocaso prefiero a cualquiera de las folclóricas, pero con alguna cuarta más de gálibo y otras morbideces mejor articuladas y, sobre todo, más dulcemente obscenas. Por ejemplo, servidor, con la Griso, de tan loca tendencia al contoneo, se iría de huelga al fin del mundo, de piquete en piquete, incluso trataría de robar para ella la mismísima corona de los reyes. Qué no haría un señorito por su país.
LA PLATAFORMA DE MICHEL HOUELLEBEQ
DIARIO
29 DE MARZO DE 2012

Hoy he terminado de leer Plataforma, la novela de Houellebecq. La verdad, no sé a qué vino tanto revuelo de lectores emocionados, como derribados por el rayo paulino, camino de Damasco. De esta novela, los únicos pasajes de calidad que se pueden destacar son los escenas eróticas. He de reconocer que Houellebecq es de los mejores en materia de erotismo. Insuperable. Sin embargo, resulta un plomazo cuando se adentra en cuestiones como el turismo, el marketing y otros territorios económicos. Es lo mismo que decía Bukowski cuando le preguntaban sobre Henry Miller: “sus libros me apasionan salvo cuando se mete en filosofías”. A Houellebecq le ocurre lo mismo, por lo menos en Plataforma. En mi opinión, este escritor es extraordinariamente bueno siempre que no abandone lo puramente narrativo. Ya sabemos que la vida es terrible para la mayoría de las personas y que tal vez sólo una pasión amorosa alivie, en cierta medida, el sufrimiento. Pero si te pones a teorizar sobre ello en una novela lo más fácil es que fracases. La novela es el género narrativo por excelencia. La novela debería contar la vida de sus personajes, no explicarla. Por ese motivo, y en mi opinión, Plataforma es una novela fallida. Si la llevaran al cine, al guionista se le escaparían sus páginas entre los dedos; al final, sólo le quedarían unas cuantas escenas eróticas y una explosión asesina. Me conmueve que este autor haya podido escandalizar a burguesitos vocacionalmente occidentalizados y, a su vez, excitar la imaginación de algún antisistema más o menos descarriado, ideológicamente hablando. Sin embargo, comprendo que haya podido indisponer a los islamistas. El odio a esta religión también forma parte de la trama de la novela y, por lo que se ve, del ideario íntimo del señor Houellebecq. En realidad, Plataforma es como una mezcla de obsesiones personales colocadas aleatoriamente unas encima de otras. Por cierto, si algún admirador de Houellebecq estuviera interesado en leer un verdadero ensayo acerca de las pasiones, le recomendaría, sin más ambages, el “Tratado de la pasión” de Eugenio Trías, Ed. Taurus. No quedará decepcionado. No obstante, prometo leer alguna otra novela de Houellebecq. Me dicen, por ejemplo, que “El mapa y el territorio” es otra cosa. Así lo espero. De todo corazón.

24 de marzo de 2012

MAFIOSOS

A la política española le iría fenómeno la comparación con una película de mafiosos. No sabe Coppola los guiones que escribiría si se diera un garbeo por la España imperial. El padrino se quedaría como encogido de conocer las troteras de ínfima laya que campean por los senados de este país de garitos selváticos. Un país donde parte de la clase política ha devenido mafiosa en una metamorfosis siniestra, igualito que en el inquietante y envidiable relato de Kafka.
Porque el hecho insólito de contemplar a dos sindicalistas de la ralea gatuna de Martínez y López defendiendo la honorabilidad de Ignacio González, nos hace sospechar que algo huele a podrido en el Retiro madrileño. Tal vez una ardilla muerta. Un servidor lo tiene más que comprobado: cada vez que unos políticos se alían contra natura o son bujarrones o el dinero les golpea en el pecho como una roca volcánica. No sé si don Ignacio será culpable de algo, pero sí les digo que ya es imposible silenciar el desolado rumor de los cascos de la mula. Una mula, por cierto, demasiado tozuda como para obedecer por debajo de las blasfemias de su amo.
Prohibido blasfemar, salvo en las cuestas arriba, decía un cartel callejero en uno de los pueblos de Cela. Y la política española pretende subir cuestas demasiado empinadas para el fardo tan pesado que arrastra: el caso Gúrtel, los ochocientos millones de los ERE andaluces, el atraco del campeón de los tontos a las gasolineras gallegas, el vagón escondido del 11M, la faena de aliño de la policía sevillana en el caso de Iván Chaves y, para colmo, ahora esto del piso de Estepona del vicepresidente de la Comunidad de Madrid, don Ignacio, un chico de cuya mirada parece que penden prismas de cristal de Murano, es decir, como si no hubiera roto un plato en su vida. Sin embargo, así suelen ser las cosas y, la verdad, no sé de qué se extraña uno a estas alturas de la comedia. Espero, al menos, que el piso lo tenga bien decorado, no como uno en el que me alojé hace algún tiempo en esa localidad, que más parecía el cubil de un marajá de las mil y una noches que el aposento de un turista accidental como yo.
Al fin y la cabo, la estética siempre es el problema. Por ejemplo, reunirse en una gasolinera para recoger la mordida resulta de un mal gusto intolerable. Una ordinariez así debería ser un agravante que aumentase la severidad penal de la sentencia judicial. Ni que decir tiene que si uno llegara algún día a la condición de político, Dios no lo quiera, resolvería todas mis prevaricaciones y enjuagues en la Suite Presidencial del hotel Ritz de Madrid. En mi opinión, un escenario de esta categoría debería constituir, por el contrario, un sustancial atenuante al delito. También, como es natural, evitaría emponzoñar mi lista de corrupciones tratando abiertamente con sindicalistas despechugados. Y, mucho menos, si éstos son consejeros de algún banco y ganan más que todos los ministros juntos, como ese tal Martínez, secretario de la UGT madrileña. ¿Hay algo más hortera que un millonario suplantando a un jurásico Robin Hood? Confieso que si yo fuera político tal vez robaría más que Luis Candelas, pero les juro que pondría todo mi empeño en no delinquir contra el buen gusto. No en vano he leído el librito que al respecto escribió Galvano della Volpe, nada romántico, por cierto, como todos los marxistas, pero muy claro en lo que se refiere al trato mafioso con sindicalistas millonarios. ¿O no fue en el libro de Della Volpe? De cualquier manera, un imponente crepúsculo verdoso agoniza tras las ventanas de la política española. ¿No oyen ustedes el oleaje desesperado de la muchedumbre?

23 de marzo de 2012

LAS BICICLETAS, ARMAS LETALES
DIARIO
22 de Marzo del 2012

Me he pasado al francés. O sea, del maravilloso libro cubano de Cabrera Infante a una novela, “Plataforma”, de Michel Houellebeq, del que hasta ahora sólo he leído “Lanzarote”, una historia canaria y frívola de turistas hambrientos de sexo. Ayer empecé a leerla y creo que todavía es pronto para el comentario final. Sólo adelantaré que no me disgusta su estilo. En fin, ya sé que debí leerla hace lo menos una década, pero entonces todo el mundo se puso con ella y a mí las aglomeraciones me ahuyentan. Como regla general, no consumo nada, pero nada de nada, que tenga algún éxito social, por pequeño que sea. Sin embargo, ahora todo es muy distinto. Ya nadie se acuerda de Houellebeq. Quiero decir que este señor ya no es la revelación divina de entonces, sino que ha devenido en mortal, aunque sigue tan obsceno, por ejemplo, como el guarro de Bukowski. Pero insisto en que me gusta su estilo desenfadado; un estilo más complicado de lo que todo el mundo piensa. ¡Qué difícil es escribir para que parezca que está mal escrito!, creo recordar que algo parecido dijo una vez Ramón.
¿Qué quién es Ramón? ¡Ramón es Ramón!



Por cierto, se me olvidaba contarles que vengo de dar una vuelta en plan aeróbico y juvenil por el Paseo Marítimo. Lo que tienen las novelas eróticas es que a uno lo excitan por encima de sus posibilidades. No obstante, cualquier pensamiento, casto o impuro, que manifieste su presencia mientras uno camina relajadamente por las aceras de la vida será abortado de raíz por las sucesivas apariciones de ciclistas enloquecidos, que como meteoritos ahora caen sobre las vías y zonas peatonales de cualquier ciudad del mundo. Claro que como las bicicletas son máquinas ecológicas, por muy a toda leche que vayan, están excluidas de ser consideradas como vehículos afectos al Código de la Circulación.
Desgraciadamente, la bicicleta se ha convertido en el artefacto más peligroso de la creación. Al fin y al cabo, ahora mismo tenemos más probabilidades de que nos arrolle un ciclista en una acera urbana que a que nos caiga encima una bomba nuclear. Además, son tales sustos los que dan las bicicletas cuando te vienen por detrás que a más de un cardiaco le van a dejar el corazón tan mordisqueado como la manzana de Eva. Y, para colmo de males, todo ocurre con la connivencia de la Policía Municipal. ¿Pero es que no hay un agente que se decida a hacer cumplir las putas normas de tráfico?
¡Qué país, Miquelarena, qué país!

17 de marzo de 2012

LA HUELGA GENERAL

Allá por el franquismo, sólo nos hacíamos cuenta de la gran huelga general que acabaría con el monólogo del dictador, la estética de los tecnócratas sacrosantos del Opus y demás párrocos de la causa. Sin embargo, la huelga, por mucho que la anunciara Radio España Independiente, no llegaba nunca y el general seguía bajo palio, con dos cojones, y los párrocos en misa de doce, y las feligresas, que estaban buenísimas, con sus garras de astracán cada vez más afiladas en rouge. El caso fue que nosotros, los comunistas, todos hijos de papá, nos conformábamos con que alguien mantuviera viva la llama de la revolución y, cada primer viernes de mes, nos prometieran la huelga para el año siguiente, que era la única manera de seguir fieles a la imbecilidad de la Historia.
Pero la huelga, como todo el mundo sabe, no llegó a celebrarse jamás. No obstante, lo que sí se celebró fue la invasión soviética de Checoslovaquia, con su metalería de tanques y todo eso de la levedad del ser, Milán Kundera, el socialismo de rostro humano de Alexander Dubcek y esa cosa lejana de la libertad, que a Leónidas, por cierto, no le hizo ninguna gracia ni a Santiago tampoco ni, mucho menos, a doña Dolores, quien ya empezaba a hacer calcetas y a rezar rosarios por el alma del padrecito Stalin.
En Praga se les acabó todo el discurso, es decir, la huelga general, la revolución pendiente y el no pasarán. Sin embargo, como por arte de magia, de pronto se volvieron todos hacia Ortega, al que habían odiado más que a los santos de las iglesias. Ortega había dicho años atrás que “el socialismo de Marx nada tiene que ver con el bolchevismo”. Y esa fue la tabla salvadora a la que se aferraron, y de ahí nació el rollo póstumo y revisionista del eurocomunismo y el amor reverencial a la democracia burguesa y capitalista, valga la redundancia, apuntándose a dirimir el poder en las urnas y de ahí todo seguido hasta la Transición, los pactos de la Moncloa, el ocultamiento de siglas y aquí paz y después gloria.
Pero las crisis económicas remueven las conciencias. Entre otras cosas porque el oro del Estado se acaba y con él la dolche vita felliniana de las mil y una noches. En realidad, la izquierda se presta al juego democrático siempre que haya dinero sobre el tapete, las subvenciones colmen sus cuentas corrientes, los negocios inmobiliarios le reporten pingües beneficios y los sindicatos naden en la abundancia. No nos engañemos, la burguesía capitalista ha contenido el afán revolucionario de la izquierda a base de dinero. De modo que una vez establecida la quiebra del Estado, resulta de lo más lógico que los antiguos comunistas enarbolen empolvadas banderas, y recurran a sus viejas maneras revolucionarias. Así que ahora llega por fin la famosa huelga general. Yo que Rajoy no me atrevería a negarles los miles de millones que ellos precisan para sus vicios. Lo hemos dicho muchas veces. El mundo es un negocio y mientras don Ignacio Fernández Toxo tenga para sus cruceros por el Volga, la paz social estará garantizada. A la izquierda siempre se la ha podido sobornar fácilmente, aunque la mordida cada vez se vuelve más cuantiosa, digo yo que por ese afán suyo de comprarlo todo en Loewe y en otras tiendas descatalogadas para pobres becarios. Además, la izquierda es tripera como don Cándido, y si tiene el buche lleno no quiere oír hablar ni del Palacio de Invierno ni del acorazado Potemkin ni del socialismo con rostro humano ni, mucho menos, del “ay Carmela” y demás batallas perdidas. Vuelvan a untarla como antes y ella solita regresará al hogar del alegre candombe y a las juergas de negro satén. Palabra de revolucionario.
EL PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO
DIARIO
14 de marzo del 2012

Cambiar de lugar es como empezar una vida nueva. Tardas algunos días en reconocerte, andas por ahí como perdido y sin saber quién eres. Pareces otra persona. Hasta vistes de distinto manera, como queriendo ser otro. Porque cambiar el paisaje habitual es como cambiar de identidad. Y es en este punto cuando te quiero convencer, si fuera posible, de que la identidad del hombre es ficticia, aleatoria y dependiente, en definitiva, de un sin fin de circunstancias. El caso es que frente al mar no te reconoces como el hombre que fuiste ayer. Porque incluso si ayer leías a Philip Roth, hoy te ha dado la ventolera de leer a los de tu idioma. Maravilloso, digo yo, te habrá parecido el cubano Cabrera Infante, pues sé de buena tinta que ha logrado emocionarte de nuevo con la tristeza de sus tigres. Y, en consecuencia, hilas a mayores el recuerdo placentero que te supuso leer “La Habana para un infante difunto”. ¿Te acuerdas de cuándo la leíste? Sí hombre, durante aquellos días de tristeza y abandono, metido en la cama, con aquellos insomnios y tantas horas de lectura sobre la almohada, a veces hasta el amanecer. Entonces vas y te prometes a ti mismo que seguirás con la literatura en español. Miras en las estanterías y ves allí quietos, estratificados, como muertos de estupefacción, a Bioy Casares y a Mujica Lainez, ambos extrañados de que alguien los mire con intenciones rehabilitadoras. Creo que empiezas a no perdonarte los últimos olvidos. En realidad, te dices a ti mismo, en un aparte sincero, que un escritor sólo puede aprender de los suyos. ¿No dijo alguien que la patria es el idioma? En mi opinión, tanta lectura extranjera podría convertirte en un apátrida. ¿Qué sería entonces de tu falsa identidad? No te lo digo por decir, pero puedo asegurarte que la falsedad es mucho más tranquilizadora que la red del trapecista. Yo mismo, a veces, me digo que la falsedad bien pudiera ser la propia vida.

10 de marzo de 2012

EL CONCURSO
Diario
10 de marzo del 2012

Esta mañana llega tu mujer y te dice que tu relato de mil palabras, EL NIETO DE HEMINGWAY, no ha ganado el concurso literario de BODEGAS PATERNINA. También te informa de que ha leído por Internet algunos de los cuentos finalistas y, según ella, la mayoría no merecen la pena. Creo que ha querido decir que el mío es superior a todos ellos. Naturalmente, tu mujer es parte interesada y su opinión hay que ponerla en cuarentena. Si no te parece mal que lo diga. En cualquier caso, tú ya sabías que la presidenta del jurado era Valerie Hemingway, la última amante del escritor, y no esperarías que se apiadara de ti después de lo que has escrito sobre ella. Aquí tiene el lector el relato completo.
EL NIETO DE HEMINGWAY


De repente decidió viajar a Marbella. Se había enterado de que un nieto de Hemingway daba una conferencia en esa ciudad. Él por entonces escribía una especie de novela sobre el escritor americano y pensó que era una ocasión inaplazable no sólo para conocer de cerca a un Hemingway, sino para enriquecer su trabajo. Por otra parte, Marbella siempre le resultó uno de los lugares costeros más agradables de España. El mes de Julio estaba a punto de terminar y no hacía demasiado calor. De modo que hasta las circunstancias ambientales se habían conjurado para que el viaje se hiciera realidad.
Tardó ocho horas en llegar. Por el camino sólo hizo un par de paradas. La primera fue en Trujillo para comer un bocadillo y comprar una botella de vino tinto. Pero la botella estaba un poco caliente y había que enfriarla como fuese. Entonces, recordó que Hemingway, cuando viajaba en compañía de sus amigos para ir a los toros, llevaba siempre el vino en un recipiente con hielo. Así que paró en un supermercado de las afueras del pueblo y compró un cubo de plástico y un paquete de hielo. El vino ya podía viajar en perfectas condiciones de temperatura. Pero no fue hasta llegar a Jerez, en un bar de carretera, cuando descorchó la botella. ¡Maldición! El vino estaba demasiado frío. Los aromas no acudían al reclamo de la nariz y en la boca parecía un jodido refresco. Pensó que Hemingway, durante los viajes, debía de beber siempre algún vino rosado. Los rosados no sólo aguantan bien el frío, sino que lo requieren, igual que los blancos. Él se sabía de memoria la vida y costumbres de Hemingway y recordó que, cuando viajaba por Italia, al maestro le gustaba beber un Valpolicella, pero aquí en España, por aquellos años cincuenta, sin demasiadas marcas donde escoger, pensó que llevaría consigo algún clarete de Cigales o alguno de los buenos rosados de la Rioja. Al final, decidió tomarse, acodado en la barra, dos copas de un rosado navarro que le ofreció el camarero. Sólo le quedaba hora y media de coche y calculó que un par de copas sería suficiente para que los últimos kilómetros no fueran demasiado aburridos.
A las siete de la tarde cruzaba el arco de Marbella. Después de una ducha reparadora en el hotel, se puso ropa limpia y a las ocho en punto se presentó en el lugar de la conferencia, uno de los salones del Hotel San Cristóbal. Había mucha expectación por los pasillos y la gente se agolpaba en la puerta de la sala. Él tuvo que propinar algún que otro codazo para conseguir entrar y coger sitio. Al final, tuvo suerte y se hizo con una silla de la tercera fila, casi enfrente de la mesa del conferenciante.
Apareció John Hemingway. Enseguida se dio cuanta de que se parecía a su padre, Gregory Hemingway, Gigi, el más pequeño de los hijos del escritor. John es un muchacho de unos cuarenta y cinco años, moreno, de mediana estatura y bien parecido. Después de haber trabajado en un libro sobre Hemingway durante un par de años, él sintió un ligero cosquilleo en las tripas al ver en persona a uno de sus nietos. En el fondo sólo era un sentimental y sabía que se había encariñado más de la cuenta con el personaje.
La conferencia de John Hemingway versó sobre el tema de su último libro. Un libro que trata en su mayor parte de las relaciones tormentosas entre su padre y su abuelo. Pero lo que más le llamó la atención fue el grado creciente de palidez que tomaba el rostro del conferenciante a medida que contaba los pormenores de esta relación. Incluso hubo un momento en que el chico se echó a llorar. La verdad es que el joven Hemingway había conseguido acongojar a todo el mundo. Pero, por lo general, a la gente le gusta emocionarse, así que al terminar le dedicó un magnífico aplauso. Muy cariñoso.
Pero llegó la hora de las preguntas. Ochocientos kilómetros son demasiados para irse de allí con las manos vacías. Por eso decidió soltarle un directo a la mandíbula. En realidad, sólo quería saber si su padre, Gregory Hemingway, estaba enterado, antes de casarse con Valerie, de que ésta había sido la última amante de su abuelo Ernest. El público guardó un silencio de teatro abandonado. El nieto de Hemingway se puso aún más pálido de lo que ya estaba. Se notaba que el pobre chico quería huir por la escalera de incendios. A nadie le extrañó, en consecuencia, que su respuesta, después de algunos balbuceos, tuviera algo que ver con los cerros de Úbeda, como vulgarmente se dice. Pero había que darla por buena.
Al final de la conferencia, alguien organizó una cena en honor de John Hemingway. Así que el homenajeado y media docena de desconocidos se fueron a la terraza de un restaurante italiano. Él también se apuntó. Quería salvar el viaje como fuera. Y después de un par de copas de Chianti, decidió excusarse ante John por haberle lanzado una pregunta tan endiablada. Pero él nunca supo si en verdad aceptó sus disculpas. El chico estaba muy cansado, tenía sueño y él supuso que le horrorizaría seguir hablando del cabrón de su abuelo. Así que decidió dejarlo en paz. La verdad es que John Hemingway no quiso saber nada de él en toda la cena. Al menos, se comportó como si no existiera, dándole a entender que podía irse al infierno. De repente, uno de la mesa sacó una guitarra y se puso a cantar flamenco. Fue la señal para que él terminara su tarta de “mascarpone”, apurara la copa de vino y saliera de allí con la agilidad de una anguila vieja. Como si nada hubiera sucedido.

FIN
LOS OJOS DE LAURA

Cualquier brisa de marzo compone un ángel con el tropel de flores que se lleva. Pero no en Andalucía, mi querida Andalucía, donde los vientos sólo esparcen el hedor putrefacto de sus gobernantes. Lo dijimos hace mucho tiempo. La Junta de Andalucía es la cueva de Alí Babá y sus cuatrocientos ladrones. Aunque, bien mirado, no haría falta acudir a desiertos tan lejanos, como dijo Aznar en el caso del 11M, para metaforizar el latrocinio de Griñán, Chaves y los suyos. Tan sólo con acudir a la mitología de Sierra Morena y sus bandoleros de Cifesa y sus algarrobos y demás tempranillos, creo que daría el suficiente colorido como para pintar el panorama actual del socialismo andaluz: un atajo de sinvergüenzas descontrolados por la codicia, el dinero público, el poder mafioso y la connivencia de unos votantes acolchados entre el analfabetismo y la limosna dominguera del PER. Andalucía necesita limpiar con urgencia los establos socialistas, igual que Hércules limpió, en uno de sus famosos trabajos, los del rey Augías, desviando para ello el curso de un río. Claro que, en este caso, el Guadalquivir y todos sus afluentes no acumulan suficiente caudal como para arrastrar la incalculable inmundicia de sus instituciones. Tal vez ustedes, mis queridos lectores, piensen que hoy he amanecido un tanto levantisco, pero sospecho que aún no sabemos la verdadera dimensión del agujero negro socavado por el PSOE en estos treinta años de virreinato andaluz.
Y como en todas las películas de policías y ladrones, naturalmente, tiene que haber una mujer fatal. Pero advierto que las mujeres fatales siempre tendrán un lugar especial dentro de mi corazón. No lo puedo remediar. Mi debilidad por ellas me viene desde la niñez. La culpa no la tiene, como en el caso de Woody Allen, la madrastra de Blancanieves, sino Jean Simmons en “Cara de Ángel”. Claro que después de unos años la abandoné por la Jessica Lange de “El cartero siempre llama dos veces”. La verdad es que siempre fui muy veleta en asuntos de amoríos cinematográficos. A estas alturas, por ejemplo, aún estoy como aletargado por Sharon Stone y su maldad trascendente, ambigua y azufrada de “Instinto básico”. Pues bien, en el caso de esa película andaluza titulada “Invertaria”, la mujer fatal se llama Laura Gómiz, un personaje lleno de desparpajo léxico, y unos ojos entre un cielo a punto de estallar y las hojas de un emparrado recién llovido. Incluso atesoran esa inquietud misteriosa gracias a un ligero y romántico estrabismo. El estrabismo, si es casi imperceptible, resalta aún más el brillo de la mirada. Y no digamos el misterio. El estrabismo de la mujer fatal, obligatorio en mi opinión, es la razón de que el sentenciado presienta en cierto momento que su final está cerca. Para mí que la sentencia fatal ya la ha debido de ver el amigo Griñán en los ojos de su subordinada. Laura Gómiz es la “femme fatale” de la Junta de Andalucía. Reconozco que al diablo entregaría el hato y el garabato por presenciar el interrogatorio a que será sometida por el juez. ¿Se atreverá ella al sugestivo juego de piernas de “Instinto básico”? Claro que las grandes preguntas, las preguntas del millón de dólares, son muy distintas. Por ejemplo: ¿cómo seguir siendo demócrata si los socialistas vuelven a conseguir el poder en Andalucía? ¿Cómo creer en la democracia si Laura Gómiz, la mujer fatal, no consigue, mediante sus revelaciones incontestables y sus otras fosforescencias gatunas, el final del socialismo andaluz? ¿Cuánta podredumbre necesitan los andaluces para sentir el hedor de su historia reciente? Ya veremos si conseguimos las respuestas pertinentes. Lo terrible es qué hacer para aliviar la espera.

3 de marzo de 2012

VIDA NUEVA


DIARIO
2 DE MARZO DE 2012

Hoy ha sido uno de esos días claves para tu vida. Una de esas fechas en que te despiertas siendo una cosa y te acuestas siendo otra. Y ni siquiera una copa te has podido tomar por culpa del estómago. Aquella gastritis del último verano aún colea sin consideración alguna para con tus antiguos vicios. Dejaste de fumar hace ya más de veinte años y ahora no puedes beber sin que el estómago anuncie su presencia. También te agenciaste, hace unos diez años, aquel colon irritable que te vuelve indigente cada vez que aparece con sus prisas intolerables e inoportunas de aquí y ahora. Y para colmo hay veces en que la ansiedad te visita como una vieja dama que quisiera saldar cuentas contigo, igual que la otra tarde en la exposición de Odilon Redon, en la sala Maphre del Paseo de Recoletos. Te tuviste que salir a la calle porque pensabas que te ibas a desplomar delante de todo el mundo, con el miedo que tienes tú a ese tipo de espectáculos.
Quiero decir que, ante tantos impedimentos físicos y psíquicos, no has podido celebrar tu nueva condición de hombre libre. No es que hayas salido de la cárcel, a ver si me entiendes, pero dejar de beber, voluntariamente, de la fuente que te ha mantenido los últimos treinta años, aunque no haya sido una decisión fácil para ti, estoy seguro de que dentro de nada te hará sentir la liberación que buscabas desde hace años.
Ahora no tienes otra opción que dedicar a tiempo completo toda tu capacidad de trabajo para conseguir el sueño de vivir de la escritura, aunque, por otro lado, no sé si sabes que se trata de una de tantas aspiraciones inalcanzables para el ser humano. Yo te recomendaría que no esperaras demasiado de la vida, tan sólo lo que ella quiera darte de motu proprio. Sólo si no lo esperas, puede que alguno de tus viejos sueños se cumplan. Te aconsejo, por tanto, que sigas escribiendo como hasta ahora, y si sonara la flauta agradéceselo a la Providencia, y si la flauta permaneciese muda, como suele ocurrir, al menos tu orgullo se vería cumplido por el mérito de haber trabajado libremente y sin exigencias. Por cierto, creo que una dieta adecuada va muy bien tanto para el estómago como para cualquier tramo del intestino. No sé si lo sabías.
LA CABRA DE CHAGALL

La cabra de Chagall siempre tira al monte. Lo digo porque acabo de llegar de la exposición organizada por el Thyssen sobre este magnífico pintor bielorruso, afrancesado después, como don Goya y Lucientes. Pues bien, en casi todas sus pinturas aparece la dichosa cabra, altisidórica, como si nunca hubiera roto un plato. ¿Será esta cabra la ninfa Amaltea que amamantó a Zeus?
Los socialistas son como la cabra de Chagall. Quiero decir que están en todas las algaradas callejeras. Si la otra noche, en la Puerta del Sol, la policía hubiera hecho una redada, los detenidos sólo serían prostitutas y socialistas numerarios. Uno estaba en que la rebelión de las masas sería algo más que incendiar contenedores, y luego tomarse unas cervezas y a vivir, como eructó ese aristócrata del desatino sindical. La izquierda siempre tan populachera. Mientras tanto, el marxista Roures se encontraba de viaje por California para asistir a la ceremonia de los Oscar. Por cierto, la mamá de Bardem, ¿dónde estaba este año? ¿En algún sarao guerracivilista? ¡Qué señora tan trabucaire! Con lo bien que daba ella en el “landismo” cinematográfico de los sesenta.
En mi opinión, la izquierda española se divide, por un lado, en la izquierda exquisita y millonaria de Roures, Cebrián, Pepiño, Roldán, Garzón, Bono, Gabilondo y toda la Junta de Andalucía, entre otros fúcares. Y luego, por otro lado, tenemos a la izquierda callejera, saltimbanqui ella, amiga de folliscas y de filfas y, sobre todo, de ese horterismo glaxofonado y violento con el que incendian las calles y la vida de los ciudadanos pacíficos.
¿Es que los socialistas sólo pueden elegir entre la desmesura y la mezquindad? Primero llegan al poder gracias al titadine de los trenes, ¿quién perpetró la masacre?, misterio, misterio, un cura en adulterio; luego se gastan alegremente en cheques-bebés el superávit ahorrado por el PP y, cuando llega la crisis, la niegan y siguen despilfarrando a manos llenas el dinero que ya no hay. Es decir, los socialistas, velis nolis, han empujado al país hasta el fondo del precipicio, y ahora, en la oposición, salen a la calle para boicotear las medidas, terribles y dolorosas, que por su desvergüenza ha de tomar el nuevo Gobierno.
Díganme ustedes, mis queridos lectores, si se les pude llamar otra cosa menos grave que facinerosos. Pues bien, estos facinerosos no sólo arrasan ahora la calle, asustando a mujeres y niños, sino que todavía ocupan la televisión pública, desde donde justifican sus tropelías. Y de esta desvergüenza, naturalmente, tiene la culpa el Gobierno entrante. Lo dijimos hace un par de semanas. De qué le sirve al señor Rajoy cambiar los mandos de TVE en el mes de junio, si es en este primer semestre del año, precisamente, cuando España se juega su prestigio, y el PP su razón de ser, las elecciones andaluzas y todo lo que ustedes quieran añadir.
Por otra parte, hay que ver lo orgullosa que sube al estrado esa tal Elena Valenciano para justificar la algarada callejera. Y es que esta chica aparece en todas las pantallas, como la cabra de Chagall. Porque si la Pajín es la loba, como cantamos la semana pasada, la Valenciano es la cabra. En realidad, la cabra debería anunciar que el paraíso socialista que se inauguró en 2004 se ha convertido, por arte de sortilegio, en espanto. Hasta la mirada sarcástica de doña Elena me parece ya corroída por el humo de las bengalas. Luego dirá ella que no le seduce la violencia. No la crean. Lo digo por su amplia sonrisa al hablar de las razones de “la calle” para elegir la algarada incendiaria como vehículo de expresión. Decía Nietzsche que si se lucha en la vida es sólo por el poder. Pero mal camino ha elegido la cabra.