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8 de marzo de 2014

DE ENTRE LOS MUERTOS

Viernes, 7 de marzo del 2014
DIARIO

Bueno, pues no sólo pensé que mi buen amigo el doctor García Marcos y yo  escribiésemos el libro sobre Hitchcock, sino que a mayores nos ayudara una psicoanalista con el fin de añadir una versión femenina al texto. Pensé que la opinión de una mujer enriquecería el libro y cerraría con éxito el círculo de las interpretaciones, pero mi gozo en un pozo, ya que tanto el doctor como las psicoanalistas a quienes se lo he pedido no han considerado interesante el encargo o no se han sentido con fuerzas suficientes o no disponen del tiempo requerido para asumir  una responsabilidad de este nivel y como que no. Algunas ni siquiera han contestado al ofrecimiento. De modo que he abandonado el proyecto hasta ver si algún día reúno los colaboradores idóneos para llevarlo a cabo y logro sacarlo adelante.  
        Esta semana, al fin, he encontrado en una librería de viejo el libro que llevaba buscando hacía algún tiempo. Se trata de la famosa novela “De entre los muertos”, de esos dos escritores franceses, Boileau y Narcejac, o sea, la novela que Hitchcock adaptó para la pantalla con el título de “Vértigo”. La novelita, porque se trata tan sólo de una novelita, no vale en realidad gran cosa, todo hay que decirlo, pero, como ustedes saben, la película, según opinan los entendidos, es la mejor de la historia del cine y hay que analizarla desde todos los ángulos posibles y probables.
Obviamente, la he leído a conciencia porque en ese momento, como digo, trabajaba yo en la cosa frustrada de Hitchcock y quería saber más acerca del personaje principal, es decir, del personaje que en la película interpreta James Stewart, para que ustedes se centren. Y, desde mi punto de vista, la lectura del libro es fundamental para entenderlo, pues si la adaptación de Hitchcock insiste más en la acrofobia del personaje y señala subrepticiamente su impotencia sexual, los novelistas ponen más énfasis, sobre todo al final, en la necrofilia que padece. Los tres trastornos psicopatológicos son más que evidentes y de eso me habría gustado tratar en el libro, conversando amigablemente con mis dos teóricos colaboradores. No ha podido ser y de veras que lo siento.
Sin embargo, he recordado que tenía en un cajón el manuscrito empezado de una nueva novela policiaca, novelucha, diría yo, y me he decidido a desempolvarlo; se titula “Réquiem por un difunto fogoso” y para mi sorpresa he descubierto que ya tengo escritos cuatro capítulos, así que me he puesto manos a la obra y ahora estoy emocionado con ella y voy a terminarla para que salga el año que viene, ya que para este próximo otoño pienso publicar, Dios mediante, la que he titulado “Misterio en el museo”. O sea que de momento estoy servido y sin noticias del jodido bloqueo del que todo escritor echa peste alguna vez en su vida y que de momento no ha levantado tienda cerca de mi casa, ni falta que hace.
Pues sí, yo también he visto por televisión la ceremonia de la entrega de los óscares y a mí, qué carajo, no sólo me ha entretenido sino que me ha dado ocasión de ver a mis actrices preferidas, aunque este año, maldita sea, me ha fallado Rebecca Miller, que es sin duda una de las señoras más interesantes de Hollywood, no admitiéndose discusión al respecto. El fallo imperdonable de esta ceremonia es, en mi opinión, ese momento feliz y luminoso en que  el personal empieza a nombrar a su mamá y a su papá y luego van ellos y ellas y sacan del bolsillo de la trenca la lista de agradecimientos y te la endosan como si leyeran la guía telefónica de Nueva York y si te he visto no me acuerdo. Se supone, digo yo, que esta gente tiene un ápice de imaginación y de talento como para dejar fuera de su minuto de sí mismo a la familia y allegados y hablar con un poco de inteligencia de su experiencia profesional y a la abuela que la vayan dando, si es que se deja la muy zorra.
Bueno, pues aún así, me entretengo y disfruto con la ceremonia. Y también me emociono. Sobre todo, cuando salen a escena las viejas luminarias de la pantalla. Claro que yo me pregunto por qué empantanos (T. Ballester) se plastifican la cara casi todas ellas. ¿Es que no saben envejecer con dignidad? Kim Novak, por ejemplo, con la cara más tersa que la barriga de un sapo, parecía una momia a la que hubieran concedido permiso para salir del cementerio y pudiera recoger su premio. A decir verdad, se me desmoronó la emoción cuando me dijeron quién se escondía bajo aquella careta de carnaval veneciano, aunque más bien se parecía a una de esas muñecas chochonas que tocan en la tómbola de la feria de mi pueblo. ¡Qué pena! Pero les aseguro, no sé si estarán de acuerdo conmigo, que se podría encontrar mucha belleza en la ancianidad si las muy pendejas se mantuviesen alejadas de toda esa caterva de cirujanos plásticos, que se comportan en realidad como el ataque de los pájaros voraces del lago Estínfalo, con sus picos afilados como bisturíes y sus instintos asesinos.
O sea que terminamos como empezamos, es decir, escribiendo sobre el cine de Hitchcock, ¡Los pájaros!, y de ¡Vértigo! en la persona de su protagonista femenina: Kim Novak. Una pena que la señora no se haya resistido a los apetitos del cirujano y el sueño de su belleza se haya escapado como una araña por el sumidero. Claro que siempre nos quedarán sus películas para adorarla como se merece. Y es que Hollywood será muy pronto no sólo una campiña de chiquillas retozonas, como lo es ahora, sino un cementerio de diosas operadas. Al tiempo.

2 comentarios:

  1. Kim Novak, operada o no, sigue estando bellísima. Y no es de caballeros hablar de ella con esa falta de respeto. Usted no tiene vergüenza ni educación.

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  2. Kim Novak, operada o no, sigue estando bellísima. Y no es de caballeros hablar de ella con esa falta de respeto. Usted no tiene vergüenza ni educación.

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