LOS FIGURINES
El día en que Conso le mandaba los figurines, mamá lo dejaba todo y se pasaba el día entero hojeándolos. Hoy tengo que mirar los figurines, nos decía, y ya sabíamos por experiencia que no se podía contar con ella, maldita sea, y no se la podía molestar ni pedirle nada a deshora sin que uno corriera el peligro de un juicio sumarísimo, mi general, que tú de estas cosas sabes un océano por el ejercicio del cargo, incluso alguna vez estuviste a punto de sufrir las consecuencias de tu intrepidez militar y jefe curtido en mil batallas. Recuerda, pues, que nosotros odiábamos los figurines porque el día en que llegaban no sólo nos dejaban huérfanos de madre sino que mamá se convertía en un ser extraño y ausente y como que no nos parecía la misma, venga a darles vueltas a las hojas y venga llamar por teléfono a Conso para consultarle los detalles de un modelo que le había gustado, pero no con ese fruncido, Conso, cariño, que el fruncido ya no se lleva, y cosas por el estilo le argumentaba, mientras nosotros, tú y yo, la mirábamos como si fuera otra persona, otra mujer, otra madre, joder, como si a ti y a mí nos hubieran traído del Orfanato, la Inclusa o vete tú a saber de qué tribu de saltimbanquis y ya sabes lo poco que nos gustaba la broma. Hasta papá, en el fragor de la comida, conociendo el paño de antemano, ni se atrevía a entrarle con el más mínimo comentario, supongo que por el peligro de ajusticiamiento que implicaba cualquier injerencia externa, y ella venga a darle vueltas a los jodidos figurines, qué carajo, venga a pasar las hojas, venga a escudriñar cada modelo, venga a quejarse, sobre todo porque la mayoría le parecían algo anticuados, aunque siempre había un vestido, a Dios gracias, que era muy mono, monísimo, justo el que más le había gustado en un principio, el de los fruncidos, que con unos arreglos de nada, según le había dicho Conso, se le ajustaría como un guante de seda. ¿Pero cuando voy a tener ocasión de ponérmelo?, le preguntaba al pobre papá, y recuerda, mi general, que ante el peso y enjundia de semejante pregunta, él no sabía ni qué contestar ni dónde meterse, esperando tan sólo que las horas corrieran lo más deprisa posible y todo volviera a la normalidad al día siguiente, cuando mamá, una vez elegido el modelo, devolviera los figurines y aquí no ha pasado nada.
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