Sábado, 14 de diciembre del
2013
Ayer llovió durante todo el día,
pero hoy sábado ha salido una mañana soleada y clara, puramente otoñal, que me
ha servido para recuperar las delicias del paseo callejero.
Mañana de trabajo, tarde de paseo
y noche de cine.
He vuelto a ver “La dama de
Shanghai”. Primero por recrearme con el espectáculo de Rita Hayworth teñida de
rubia, y eso que el personaje de la novela de King es rabiosamente pelirroja,
igual que ella, pero se conoce que Welles, al rodar en blanco y negro, quiso
reforzar el impacto en la pantalla de la mujer con la falsificación en rubio platino
de su pelo. Desde luego, el resultado es excelente y muy refrescante.
La película tiene una frase,
al final, después de la magnífica secuencia de los espejos, que ratifica toda
mi teoría sobre el mal. Me refiero a que Orson Welles alude a la necesidad de
pactar con el Mal para no volver a caer en las complicaciones que acaba de
vivir. Algunos piensan que el Mal es la ausencia de Bien, pero en mi opinión el
Bien y el Mal son las dos caras de una misma moneda, cuya armonía se establece
precisamente con un pacto entre las partes. Yo estoy seguro de que en un mundo
perfecto, un mundo divino, esta moneda no se acuñaría.
Quiero decir que tanto el
Bien como el Mal, tal como nuestra razón los concibe, no forman parte de ningún
Paraíso ni de ningún atributo divino. El Bien y el Mal son categorías apriorísticas
(Kant) que, junto a las del tiempo y el espacio, son puramente humanas. O sea
que vivimos aprisionados, física y psicológicamente, entre los barrotes de esta
dualidad, una cárcel que para mí no es otra cosa que el Mal en sí mismo.
Si en este mundo podemos
padecer enfermedades, sufrir accidentes, soportar las agresiones de una
Naturaleza hostil y además poseemos la capacidad de provocar el sufrimiento a nuestros
semejantes es que vivimos en el Mal. No se entiende por tanto cómo algunos
seres humanos dedican toda su vida a luchar contra él. Podemos defendernos de
sus efectos, como lo hemos hecho desde el principio de los tiempos, mediante la
ciencia o la política, es decir, con argucias tecnológicas y jurídicas que palien
en mayor o menor medida sus agresiones, pero nunca ha sido fructífera ni lo será
jamás una lucha sistemática contra el Mal, tal como pretenden algunas
religiones, sobre todo las monoteístas, y algunas ideologías que, bien
ingenuamente o bien con propósitos inconfesables, han conseguido en su praxis mayores
males de los que querían eliminar. Luchar contra el Mal es como luchar para que
el sol deje de salir cada mañana. Resumiendo, vivimos en el Mal y nuestra única
salida es vivir despiertos y conocernos a nosotros mismos, como decía el sabio,
para luego saber relacionarnos dignamente con la maldad. Me refiero, sobre
todo, a una relación puramente estética, claro está, y a otra de tipo mercantil
con el fin de atender las necesidades de supervivencia de la especie. Escribió Emil
Ciorán que la existencia del Mal eleva cada uno de los instantes a la dignidad
de acontecimiento. Lo que no deja de ser un consuelo.
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