Domingo, 8 de diciembre del
2013
Ayer
por la mañana entramos triunfalmente en Madrid. Comida familiar con mi hija
Marigel y mi nieto Mario. Pasamos la tarde repartiendo la ropa de invierno por los
armarios. No obstante, a pesar de tanta felicidad, he de confesar que por mis
venas circulaban humores de fiera corrupia.
Por
la noche veo por televisión el partido del Madrid contra el Xátiva; me pareció
tan espantoso y aburrido que me hizo entrar en una especie de trance suburbano o
coma profundo.
Hoy
domingo, sin embargo, me he levantado de un humor excelente. Mientras desayuno,
escucho las canciones de un disco de Dakota Station, supongo que con el fin de
excitar el prurito de escribir con soltura y sin complejos, porque en realidad
la literatura se reduce, parece mentira, a un estado de ánimo. Así que he
trabajado durante toda la mañana en mi nueva novela y he podido terminar (adviértase
que no escribo culminar) el tercer capítulo.
A
decir verdad es que desde hace meses me hace vegetar un cierto embotamiento del
espíritu. Por tal motivo, he decidido que como lector voy a dar un giro
copernicano a mis gustos y dedicar una temporada a leer noveluchas. Es lo que más
me apetece y así lo haré. Por ejemplo, una vez terminada la novela “Si muero
antes de despertar” (una trama tan irreal como terriblemente enrevesada) de ese
misterioso Sherwood King, voy a seguir con “Brighton, parque de atracciones”,
de Graham Greene. Curiosamente, esta novela la recomienda el mariconazo de
Truman Capote, quien al ser entrevistado por Lawrence Grobel, dijo de ella que
era una obra excelente. Y la verdad es que Capote, en mi opinión, siempre tuvo
un buen gusto literario.
Pero no me gustaría irme a la cama sin comentarles que en la
novela de Sherwood King hay una mención especial a un asesinato real que ocurrió
en Long Island. Me refiero al asesinato de Billy Woodward, uno de esos
banqueros americanos con más dinero incluso que cualquiera de los ricos de Béjar.
Pues bien, resulta que su mujer, Ann Woodward, una de esas pájaras que se casan
pensando en heredar del marido a la mayor brevedad posible, le descerrajó cinco
tiros al pobre Billy porque según ella lo confundió con un ladrón que había
entrado en la casa. Era de madrugada y al parecer el banquero se levantó de la
cama porque sintió hambre y quería prepararse un piscolabis. Por eso apareció
el cadáver a los pies del frigorífico, uno de los lugares más hermosos y
alegres que existen para morir, siempre que el frigorífico esté lleno, claro
está.
No
se lo van a creer, pero les juro que la señora, la bellísima Ann Woodward, fue
declarada inocente por un jurado que, según dicen, cayó a sus pies cautivado
por el erotismo de sus encantos. Observen en la fotografía la cara de felicidad
de la feliz pareja. ¿No parece el banquero un pichoncito tierno y jugoso antes
de ser braseado por uno de esos terribles cocineros de la Nouvelle Cuisine? No
sé por qué razón, pero siempre tuve debilidad por las mujeres fatales. ¡Le
femme fatale!
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