CARTAS A DORA MALENGO
MADRID 20 DE MARZO DEL 2013
QUERIDA DORA: el cansancio de
tanto Hemingway me empieza a rezumar por las costuras del alma. Dos años metido
en la piel de este señor, más las diversas presentaciones y entrevistas que me
obligan unas veces a defenderlo como a un padre y otras a combatirlo como al enemigo
público número uno, han hecho de mí un esclavo de su memoria. Y te aseguro,
amor mío, que se trata de un escritor que no me motiva lo más mínimo. Si bien
he de reconocer que psicológicamente me despierta un cierto interés porque fue
víctima, en mi opinión, de una sucesiva y múltiple posesión daimónica. Jung
hubiera dicho que Hemingway fue un elegido de los dioses, como casi todos los
enfermos que padecen trastorno bipolar.
A
mi entender, cuando él ejercía de gran jefe indio sobre esa tropa incondicional
de amigos, allegados y esposas que lo seguían, y además perseguía todas las
faldas foráneas que se ahuecaban a su alrededor, estaba sin duda poseído por
Zeus, padre de todos los dioses. Cuando salía a cazar elefantes y toda clase de
fieras y por culpa de su intrepidez provocaba el miedo entre sus compañeros, era
el dios Pan quien se alojaba en su interior. Cuando se emborrachaba a fuerza de
daiquiris y alentaba el entusiasmo entre las prostitutas de los burdeles, sólo
Dionisos podía ser el dueño de sus actos. Cuando en su barco, el Pilar, se
convertía en el terror de los mares y se enfrentaba a peces tan grandes como
los merlines y tan peligrosos como los tiburones, es que en su casa habitaba
Poseidón. Y cuando en las dos guerras mundiales, más allá de lo que le exigían
sus competencias, encarnó la figura del héroe salvador del mundo, detrás de sus
acciones sólo podía estar el gran Marte, dios romano de la guerra. Pero no nos
olvidemos de que Hemingway, como enfermo bipolar, también sufrió periodos
depresivos; entonces era cuando se precipitaba bajo el manto oscuro, helador y
sombrío de Saturno, dios causante de todas las melancolías que en el mundo han
sido. Por eso te digo, mi querida Dora, que el único interés que puede
provocarme este personaje es meramente psicológico, ya que como ser humano y
como escritor no me enseñó absolutamente nada. Tal vez lo podamos disculpar por
su enfermedad mental, ya que la necesidad de reafirmar el “yo” que sienten
estos pacientes puede ser la causa de sus excesos, sobre todo después de salir
de esa gruta sombría que son los periodos depresivos, donde el yo se diluye en
un terrible magma de irracionalidad. Hemingway fue, a mi entender, una víctima
de la patología de su psique; una víctima, en definitiva, de los caprichos de
los dioses. Claro que, por otro lado, estos mismos dioses bien lo compensaron
con una buena dosis de gloria: mucho dinero, una gran variedad de mujeres, dulces
jovencitos y el Premio Nobel de Literatura. Se podría decir que los dioses se
divirtieron a su costa, pero a cambio se lo pagaron con una buena vida. Sin
embargo, dudo mucho que él aceptara una repetición de sus condiciones vitales,
aunque bien podría estar uno equivocado a este respecto. Nunca se sabe.
Por cierto, ¿sabes, Dora, que esta tarde hablaré de
Hemingway en Onda Cero de Extremadura? Claro que tú no me podrás oír porque
estarás muy lejos, seguramente en alguno de tus múltiples paraísos, escondida
para defenderte de esa pertinaz estela de maridos que, como abejas encarnizadamente
voraces, te persigue por todo el globo. ¡Quién
fuera una pertinaz abejita!
Tuyo para siempre.
Antonio
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