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16 de marzo de 2013

CRIMENES DE ESTADO SIN RESOLVER




Ayer celebramos tertulia en un café de Madrid. Hablamos sobre crímenes de Estado sin resolver. Comentamos acerca del incendio de Roma, también del incendio del Reichstag, del asesinato de Kennedy, del asesinato de Calvo Sotelo, del asesinato de Andreu Nin, del asesinato de José Robles, del asesinato de Enrique Ruano y de los atentados del 11M. Demasiados crímenes para una tarde con un solo café con leche sin cruasanes ni mojicones. No obstante, como ustedes saben, habríamos tenido que emplear infinitas tazas de café, más la correspondiente bollería, para enumerar los múltiples casos en que el Estado disfruta el honor de ocupar el primer lugar en cualquier lista de sospechosos.
         Personalmente, me interesaba el asunto de la tertulia por puro egoísmo, ya que en mi última novela, “Yo Hemingway”, me ocupo, entre otras cuestiones, de la desaparición de José Robles en nuestra guerra civil, y también menciono, aunque sin entrar en demasiados detalles, el asesinato de Andreu Nin, máximo dirigente del POUM y uno de los personajes más importantes del marxismo revolucionario de la primera mitad del siglo XX. Hay también en el libro una alusión al asesinato de Kennedy, un caso clarísimo en que la culpabilidad de la administración americana se muestra con total diafanidad. Sin duda alguna, el manejo institucional de la muerte violenta de Kennedy es toda una tesis doctoral acerca de cómo debe enfocarse un golpe de Estado para que no parezca un golpe de Estado.
         Por desgracia, abundan por doquier alumnos francamente muy aplicados, que se dedican con aprovechamiento al estudio comparado de los procesos del mal. De hecho, aquí en España, a este respecto deben pulular algunas eminencias de gran calado intelectual para el que precise utilizarlas. Una de estas eminencias ha tenido que ser la sustancia gris de los atentados del 11M. En mi opinión, dichos crímenes fueron perpetrados para que el Partido Popular perdiera las elecciones en marzo del 2004. Como así fue. Sin embargo, no se me ocurre qué clase de ser humano o entidad política pueda esponjarse a sus anchas detrás de ciento noventa y dos cadáveres.  
Desde mi punto de vista, el organizador intelectual de la masacre ideó al mismo tiempo dos procesos criminales paralelos. Uno real que tendría como fin la explosión de las bombas en los trenes; y otro virtual con el fin de dejar pistas falsas muy claras (la mochila de Vallecas) que empujaran a los investigadores a las conclusiones más convenientes. Este último proceso, el proceso virtual, es el único que fue investigado por el juez Del Olmo, un inepto en toda regla, y finalmente juzgado y sentenciado por el juez Bermúdez, un juez demasiado ambicioso y entusiásticamente dispuesto a medrar a lo “garsón” en su carrera judicial. Sin hablar de la inefable Olga Sánchez, más conocida por la fiscal “¡Vale ya!”, divinamente altiva y como perdida en sus infinitas torpezas.
Obviamente, nos queda por averiguar quién fue la mano negra (siempre hay una mano negra detrás de todo) que estuvo oculta tras la maleza, o sea, detrás del Gran Organizador, a la espera de que las nueces cayeran del árbol para recogerlas a manos llenas. Como así ocurrió. Por cierto, ahora me viene a la memoria esa mano asesina de uno de los mejores cuentos de Maupassant. Claro que también habría que destacar la gran labor de propaganda y manipulación gabilondea en que incurrió toda la horda mediática propiedad del grupo Risa. No es por nada, y me importa un carajo figurar en su lista negra, pero resulta verdaderamente sospechosa esa insistencia machacona en culpar de la masacre, como si le fuera la vida en ello, al Partido Popular. Quiero decir que los atentados del 11M estuvieron perfectamente orquestados antes y después de las explosiones. Y, para mí, fue un clarísimo golpe de Estado. Tal como dijo Almodóvar.

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