Ayer
celebramos tertulia en un café de Madrid. Hablamos sobre crímenes de Estado sin
resolver. Comentamos acerca del incendio de Roma, también del incendio del
Reichstag, del asesinato de Kennedy, del asesinato de Calvo Sotelo, del
asesinato de Andreu Nin, del asesinato de José Robles, del asesinato de Enrique
Ruano y de los atentados del 11M. Demasiados crímenes para una tarde con un
solo café con leche sin cruasanes ni mojicones. No obstante, como ustedes
saben, habríamos tenido que emplear infinitas tazas de café, más la
correspondiente bollería, para enumerar los múltiples casos en que el Estado disfruta
el honor de ocupar el primer lugar en cualquier lista de sospechosos.
Personalmente, me interesaba el asunto de la tertulia por
puro egoísmo, ya que en mi última novela, “Yo Hemingway”, me ocupo, entre otras
cuestiones, de la desaparición de José Robles en nuestra guerra civil, y
también menciono, aunque sin entrar en demasiados detalles, el asesinato de
Andreu Nin, máximo dirigente del POUM y uno de los personajes más importantes
del marxismo revolucionario de la primera mitad del siglo XX. Hay también en el
libro una alusión al asesinato de Kennedy, un caso clarísimo en que la culpabilidad
de la administración americana se muestra con total diafanidad. Sin duda
alguna, el manejo institucional de la muerte violenta de Kennedy es toda una
tesis doctoral acerca de cómo debe enfocarse un golpe de Estado para que no
parezca un golpe de Estado.
Por desgracia, abundan por doquier alumnos francamente muy
aplicados, que se dedican con aprovechamiento al estudio comparado de los
procesos del mal. De hecho, aquí en España, a este respecto deben pulular
algunas eminencias de gran calado intelectual para el que precise utilizarlas. Una
de estas eminencias ha tenido que ser la sustancia gris de los atentados del
11M. En mi opinión, dichos crímenes fueron perpetrados para que el Partido
Popular perdiera las elecciones en marzo del 2004. Como así fue. Sin embargo, no
se me ocurre qué clase de ser humano o entidad política pueda esponjarse a sus
anchas detrás de ciento noventa y dos cadáveres.
Desde
mi punto de vista, el organizador intelectual de la masacre ideó al mismo
tiempo dos procesos criminales paralelos. Uno real que tendría como fin la
explosión de las bombas en los trenes; y otro virtual con el fin de dejar
pistas falsas muy claras (la mochila de Vallecas) que empujaran a los
investigadores a las conclusiones más convenientes. Este último proceso, el
proceso virtual, es el único que fue investigado por el juez Del Olmo, un
inepto en toda regla, y finalmente juzgado y sentenciado por el juez Bermúdez,
un juez demasiado ambicioso y entusiásticamente dispuesto a medrar a lo
“garsón” en su carrera judicial. Sin hablar de la inefable Olga Sánchez, más
conocida por la fiscal “¡Vale ya!”, divinamente altiva y como perdida en sus infinitas
torpezas.
Obviamente,
nos queda por averiguar quién fue la mano negra (siempre hay una mano negra
detrás de todo) que estuvo oculta tras la maleza, o sea, detrás del Gran
Organizador, a la espera de que las nueces cayeran del árbol para recogerlas a
manos llenas. Como así ocurrió. Por cierto, ahora me viene a la memoria esa
mano asesina de uno de los mejores cuentos de Maupassant. Claro que también
habría que destacar la gran labor de propaganda y manipulación gabilondea en
que incurrió toda la horda mediática propiedad del grupo Risa. No es por nada,
y me importa un carajo figurar en su lista negra, pero resulta verdaderamente
sospechosa esa insistencia machacona en culpar de la masacre, como si le fuera
la vida en ello, al Partido Popular. Quiero decir que los atentados del 11M
estuvieron perfectamente orquestados antes y después de las explosiones. Y,
para mí, fue un clarísimo golpe de Estado. Tal como dijo Almodóvar.
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