CARTAS A DORA MALENGO
SAN MARCIAL, 13 DE FEBRERO
DEL 2013
QUERIDA
DORA: dejo Marbella con un tremendo y apocalíptico catarro y también con la
noticia perversa de la muerte de un gran filósofo: el catalán Eugenio Trías,
uno de esos hombres que te hacen amar la tierra donde nacieron, aunque se trate
de la desafecta Cataluña, como es el caso.
Una vez le preguntaron a Machado si creía en Dios, y el
poeta respondió que, en materia de religión, lo que dijera Unamuno. Así que yo
también me atrevo a responder que, en cuestiones de filosofía, estética y
religión, lo que diga Eugenio Trías.
De momento voy a recuperar su obra y a ponerme de inmediato,
creo que por cuarta vez, con una que me ha dejado una profunda huella. Se trata
de “La edad del espíritu”, en la que Trías analiza la evolución histórica de la
relación del hombre con lo sagrado, desde la Prehistoria hasta nuestros días.
Para mí lo más importante es que Trías muestra en esta obra la profunda grieta
o, mejor dicho, el salto cualitativo que supone la filosofía de Descartes.
Antes de Descartes, todo razonamiento presuponía una previa “revelación” a
través de la cual se manifestaba simbólicamente lo sagrado. Pero después de
Descartes, la razón se ve en la necesidad de generar, desde ella misma, su
propia revelación.
Te recomiendo, si quieres leer a Trías, mi querida Dora, que
comiences por el libro que escribió para analizar “Vértigo”, la película de
Hitchcock. El libro se titula “Vértigo y pasión”. Fue la primera obra que yo
leí de Trías. Después empecé a comprar todo lo que encontraba de él, y yo creo
que, salvo las dedicadas a la música, he debido de leerlo todo.
Hace unos años me lo encontré por la Puerta del Sol,
camuflado entre el bullicio de los miles de viandantes que iban y venían. Sin
embargo, lo descubrí enseguida, bajito él, y como con la cabeza enterrada entre
los hombros, y su enorme bigote a lo Nietzsche, y esos ojos suyos como dormidos
pero llenos de asombro por la vida. Me hubiera gustado saludarlo y darle las
gracias por todo, pero soy demasiado tímido y la vergüenza a veces me agarrota
los músculos y mi voluntad se queda como paralizada.
Ahora
lo que me preocupa es este catarro del demonio que me tiene como inutilizado de
mente, no digamos de cuerpo, y por eso no se me ocurre mucho más que decirte,
salvo que me gustaría saber con más frecuencia de tus cosas. De momento, me voy
a la cama por ver si me recupero en posición horizontal y consigo leer alguna
cosa, aunque mucho me temo que algún imprevisto me agüe la fiesta.
Te
aseguro, Dora, que lo mejor para el catarro (Blanca, hermana, esto no lo leas) parece
ser que es leer en la cama alguna obra algo subida de tono, sobre todo para
mantener un cierto nivel de excitación, ni muy bajo ni muy alto, que actúe como
energía terapéutica. Naturalmente, hay que mantener constante el nivel
calorífico durante el mayor periodo posible, tratando de canalizar la energía a
lo largo de la médula espinal, y dejando que el ardor se extinga por sí solo.
Es decir, sin dejarse llevar por la
pasión manipuladora.
O
sea que he decidido irme a la cama con una obra anónima del siglo XVIII, “Grushenka”,
todo un clásico de la literatura erótica
rusa. Ya te contaré de qué va el asunto y qué tal me ha sentado como cura antiviral y cataplásmica.
Tuyo
para siempre.
Antonio
P.D. Mi querida madre siempre
me decía: “Antonio, hijo, no escribas guarrerías”
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