Si uno se hubiera dedicado a la política,
ahora tendría un diamante tan grande como el Ritz. Porque la política, no vayan
a creerse, es esa cosa que sirve para que el político, al suspirar, se
convierta en un camafeo de sentimientos dorados y brillos como de tiara papal.
Si el dinero es lo que mueve el mundo, la política es uno de los caminos más
cortos para adueñarse del botín y saludar desde la cima, como James Cagney en
“Al rojo vivo”. Y confieso que yo siempre he querido saludar desde la cima.
Creía yo que dedicándome a la Literatura iba a subir tan alto que alguna vez
estaría a la derecha de algún trono divino, que es donde crecen esos enormes
diamantes del cuento de Fitzgerald. Sin embargo, equivoqué el discurso del método
para la cosa del enriquecimiento. De volver a nacer, no dudaría en hacer
carrera, a codazo limpio, en alguno de nuestros grandes partidos nacionales,
aunque tampoco desdeñaría afiliarme en alguna formación nacionalista, por si
hay algún pariente de los Pujol que me facilite el camino a la gloria.
Ahora
son los chicos del Partido Popular los que están en el candelabro, como decía
aquella Mazagatos de indolente belleza. Un escándalo que ha descubierto el
periódico “El Mundo”, como tantos desde la instauración del socialismo en
España. Claro que la colaboración del corsario Bárcenas (una referencia ética
para mis aspiraciones legítimas de millonario) ha sido el origen del escándalo
y de que el periódico “El País” se desmelene por fin en un caso de corrupción
política. Naturalmente, habría que preguntarse por qué don Cebrián no denuncia
con el mismo ímpetu el caso bochornoso de la tribu de los “pujoles” y otros “ferrusolos”
de rancio abolengo catalán. No se entiende, pues, que un periódico como “El
País”, con tanta basura como ha callado y tanta basura por callar, ahora se
lance de bruces al precipicio de una denuncia originada en un individuo con el
agua al cuello y de tan escasa fiabilidad.
No
es difícil deducir que en cada uno de los españoles anida ya la certeza de que
la mayoría de los partidos políticos se han financiado, hasta la fecha, a base
de mordidas y gabelas procedentes de empresarios, que requerían de la
Administración los permisos y licencias pertinentes para llevar a cabo su
trabajo. No hablemos ya de la empresa que consiga ganar un concurso para
levantar alguna obra del Estado. Del famoso cuatro por ciento no la libra ni la
Divina Providencia. Naturalmente, para mediar en estos pequeños negocios
siempre surge algún despacho de abogados dispuesto, por una módica comisión, a
servir a la ley incluso más allá de lo que exige el deber. También parece de
una obviedad insultante que un porcentaje de ese oro que financia, abrillanta y
otorga esplendor a los partidos políticos se pierde por el camino con el fin de
dorar las cuentas privadas, generalmente abiertas en Suiza, de nuestros políticos
más emprendedores. Sin ir más lejos, es el caso reciente de Luis Bárcenas, ex tesorero
del Partido Popular, indultado por Montoro, y acompañado por toda su camarilla
de colegas populares y “sobrecogedores”. También es el caso del Partido
Socialista y la gran diva de las letras Amy Martin, una de las más brillantes y
caras articulistas desde Mariano de Cavia, a tres mil euros el folio. Sin
olvidarnos, como ya está dicho, de la familia al completo de los Jordi Pujol, el
club de los testaferros de don Arturo Mas y del piadoso Durán Lleida y
Pallerols, el cliente más ilustre y refinado del Hotel Palace, después de Julio
Camba, claro. ¿Me pregunto, por tanto, si no hay libre una concejalía de
urbanismo para un servidor? Sólo una pequeñita. S´il vous plaît
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