Se
pregunta un amigo mío por el cuerpo que se nos ha quedado a los votantes del
Partido Popular. En la pregunta, claro, va implícita la cualidad guerracivilista
de los españoles. Quiero decir que si a nosotros, los de derecha de toda la
vida, no nos llega la ropa al cuerpo por el asunto incalificable de Bárcenas, la
izquierda bondadosa parece tan contenta como un torero después de salir por la
puerta grande. Me gustaría ver de cerca la sonrisa millonaria del académico
Cebrián mientras se abanica con la presunta contabilidad de Bárcenas. Ya
sabemos que la izquierda ha sido siempre terriblemente justiciera con los
pecados ajenos y alegremente compasiva con los propios. Ahí tienen ustedes la
firma del socialista Griñán estampada en los documentos de los ERES
fraudulentos, y no veo yo ninguna manifestación violenta ni barriobajera en los
aledaños de la calle Ferraz. Y eso que el desfalco andaluz llega casi a los mil
millones de dinero público, algo así como cincuenta veces más que el de
Bárcenas, presuntamente producto de chantajes y mordidas a empresas privadas.
Sin embargo, la corrupción generalizada que vivimos en España, el país europeo
con mayor número de sinvergüenzas por metro cuadrado, sólo sirve como arma
arrojadiza entre votantes de uno y otro signo.
De modo que el cuerpo, amigo mío, se me ha quedado como
entumecido por la vergüenza, aunque ya llevo anticuerpos bien ganados de otras
heridas anteriores, no en vano los socialistas empezaron a robar en los
primeros años de la década de los ochenta, cuando la mayor parte de la sociedad
española, un servidor incluido, confió en ellos para que pusieran en marcha una
regeneración democrática sin precedentes en la historia de España. Acuérdense
de que las luchas cainitas en el seno de UCD y los crueles asesinatos de la Eta
habían precipitado al país en la noche negra del 23F.
Tras
el tejerazo, los españoles confiamos masivamente en el PSOE. Y la verdad es que
nos llevamos una inmensa alegría con aquella esplendorosa mayoría absoluta del
año ochenta y dos. Pero lo primero que se le ocurrió a don Felipe el Hermoso
fue vulnerar la ley con la expropiación de Rumasa, repartiendo más tarde el
botín entre los amigos íntimos del partido. Enseguida mandó el Séptimo de
Caballería contra la prensa que le era hostil, favoreciendo, política y
económicamente, a los Polancos, los Cebrianes y demás guardia “prisaica” del
socialismo español. Después legisló arteramente para que el poder judicial
fuera elegido por el poder político, llevándose por delante la esencia de la
democracia, es decir, la división de poderes. Quiero decir que la Justicia dejó
de ser independiente, y ese es el origen de la corrupción en España. Desde ese preciso
momento, los partidos políticos han tenido las manos libres para entrar a saco
tanto en las arcas públicas como en las privadas. Y los jueces, salvo honrosas
excepciones, han sido sus principales cómplices. Solamente gracias a la prensa independiente,
capitaneada por El Mundo, la ciudadanía española ha podido enterarse del enorme
y suculento pastel que se ha cocido y sigue cociéndose dentro de las sedes de
los partidos políticos.
Cuando hablamos de regeneración democrática parece que se
trata de una tarea ingente, pero no es cierto. Simplemente con devolver a la
Justicia su independencia salvaríamos nuestra dignidad como ciudadanos libres.
Pero no lo harán. La financiación ilegal de los partidos es una maquinaria
magníficamente engrasada por la costumbre y ningún político, por muy honrado
que sea, podrá paralizarla jamás. Mientras tanto, mi querido amigo, tú y yo nos
seguiremos enzarzando en peleas inútiles para defender el buen nombre de los
nuestros, olvidándonos de que los dos militamos en el mismo bando. Es decir, en
el pelotón de los tontos. A ver si nos enteramos.
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