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8 de septiembre de 2012

LOS PLACERES DEL OLVIDO




Uno se pregunta si la concejala de Los Yébenes, doña Olvido Hormigos, encontraría los caminos del placer solitario gracias a las investigaciones “clitorianas” de la Bibi. ¿Se acuerdan? Veinte mil del ala. Digo yo que como ambas son del mismo partido es posible que se pasen la chuleta la una a la otra. ¿Tendrá la Valenciano las mismas aficiones científicas que la manchega? Si don Miguel de Unamuno levantara la cabeza y comprobara que las españolas son ahora las que inventan, volvería a sentir el crujido de sus zapatones de regreso a la tumba. O sea que desde don Quijote y su Aldonza, la Mancha ha sido una región de molinos de viento y de novicias en plena vorágine, con el taller patrio en plena efervescencia y producción.
Toda ciudad española de siempre ha tenido tres zonas de privilegio: judería, aristocracia y el barrio chino. Ahora parece que también los ayuntamientos quieren formar parte de la troika en mor del entretenimiento de internautas y otras especies en plena floración. Me refiero a que las investigaciones de la Bibi, aquella ministra de miembros y miembras, como digo han dado sus frutos y, por lo que se ve, ya empiezan las concejalías, antes del despiece de Rajoy, a suspirar públicamente en improvisadas alcobas municipales. Y yo estoy de acuerdo en la iniciativa. La verdad es que de siempre me ha gustado solazarme abandonándome a la voluntad de mis dioptrías, así que espero que cunda el ejemplo de la manchega y nuestras edilas sigan dando rienda suelta a sus vicios de tocador, tal como diría el divino marqués.
No todas las noticias van a ser sinsabores económicos, como si en el cielo no hubiera otras promesas que una luna fría y un tropel de fantasmas vagabundos, todos negrísimos y sin ninguna elocuencia soñadora. Por eso les digo que me gusta esa señora de grandes dedos rosados, como la gran diosa Atenea, doña Olvido, monísima en su ardentía venusina, aunque se le note en el gesto un triste deseo de hombres muertos. En mi opinión, doña Olvido dispone de una cara guapa, con las grandes monedas de la vida tintineándole en los ojos, brillándole como en una confusión de cristales rotos al sol. Para mí, doña Olvido, no es el placer soez de los gozos soeces, como maliciosamente han pensado alguno de sus paisanos, sino ese aroma dulce que recuerda al mosto de las manzanas. Y he de reconocer, ¡maldita sea!, que contemplar ese vídeo me ha convulsionado el ánimo hasta la más excelsa de las utopías; incluso ha conseguido de mí algunos temblores nerviosos más cerca de la fibrilación ventricular que de la exaltación virilicosa (acéptese la palabra). Pues sí, amigos míos, a mí doña Olvido me ha congestionado la sangre hasta invalidarme para el entusiasmo. Parece una contradicción, pero los que tengan mi edad sabrán de sobra en qué consisten ciertas parálisis sin explicación alguna y como de colegial vapuleado.
         Por cierto, alguien debería enseñarle el vídeo a la Merkel, ahora que esta señora anda de turismo por tierra española, ya que se llevaría una magnífica impresión al comprobar el bajo presupuesto municipal destinado a la exaltación científica de las zonas erógenas femeninas, desvanecidas hasta ahora por la magnitud interestelar de la prima de riesgo. La señora Merkel debería saber que si los españoles padecemos de incontinencia monetaria, esa espada clavada entre el cielo y los presupuestos, las mujeres de nuestra política saben paliar semejante defecto con dulces caricias que oscilan entre el furor uterino y el teléfono móvil. Doña Olvido, como un relámpago de gloria, nos ha enseñado, gracias a su impío torbellino digital, que la crisis no es sólo cuestión de dinero, sino que también es un asunto de suspiros y finos encajes con facciones humanas. ¡Ay, doña Olvido, tan líricamente obscena!

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