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8 de septiembre de 2012

AJOBLANCO A LO CONNOLLY



CARTAS A DORA MALENGO
8 DE SEPTIEMBRE DEL 2012

QUERIDA DORA: Siempre me pareció septiembre el mes ideal para viajar hacia el sur, como más o menos dice T.S. Elliot en Abril, uno de los poemas que más me gustan de todos los suyos. Y aquí me tienes, en la pecaminosa Marbella, como un señorito más de la España del pelotazo y el asalto a mano armada. Creo que yo siempre he sido uno de los tontos que esperaban a Godot, pero Godot ha resultado ser la prima de riesgo, encabritada y como dispuesta a violarnos en serie a todos los españoles. El caso es que aquí estoy, medio desequilibrado por el cambio de ambiente. Tan sólo me vengo arriba con el consuelo de esa sopa fría llamada “ajoblanco”, maravillosa y llena de recuerdos infantiles. Dicen que Cyril Connolly, unos de los mejores críticos literarios de todos los tiempos, posiblemente de la categoría del mencionado T.S. Elliot, la tomaba añadiéndole tropezones de aguacate. A esta modalidad yo la he bautizado “ajoblanco a lo Connolly”, aunque si he de ser sincero, las uvas o el melón me parecen, en este caso, más apropiados para el acompañamiento. Así como a su vez los higos son perfectos para acrecentar el sabor de la sopa de tomate, sopa extremeña por antonomasia.
         Ya ves, mi querida Dora, que la playa me ha abierto el apetito y ahora mismo todavía suspiro por una copita de manzanilla helada (sanluqueña, naturalmente) y una bandejita colmada de “pescaítos fritos”. Y es que nadie como los malagueños para freír el pescado. En cambio, ya ves, detesto los espetos de sardinas. Aunque a mí las sardinas me gustan, sobre todo si han sido abiertas, rebozadas y fritas. Pero en espeto es muy difícil dar a la sardina el punto exacto, además de llenar de humo los territorios colindantes, es decir, los paseos marítimos y las casas de la vecindad con las ventanas abiertas y también, claro está, de ahumar a los sufridos paseantes. Quiero decir que los espetos de sardinas deberían estar prohibidos por las ordenanzas municipales.
         En cuanto a mi tiempo de trabajo procuro reducirlo al mínimo. Escribo todas las mañanas un par de horas, justo después de un paseo de hora y media y una tabla de gimnasia. Y para leer durante las tardes, tras una siesta de media hora, al final me he decantado por una vuelta a “La novela de un literato” de Rafael Cansinos, tres tomos donde el autor recorre la historia literaria española de la primera mitad del siglo XX. Como es natural, el protagonismo es para los modernistas y todas esas vanguardias que tanta luz dieron a uno de los periodos más fecundos y brillantes de nuestra historia. Te aseguro, Dora, que ninguno de los tres tomos tiene desperdicio, además de resultar sumamente entretenidos y escritos con un estilo ágil y desenfadado.  Recuerdo que llegué a disfrutar tanto con su lectura que, este mes de septiembre, aquí en Marbella, he decidido recuperar aquellos gozos de entonces. Y creo que he acertado. Desde luego, el primer tomo me sigue pareciendo sublime. Incluso lo estoy saboreando aún con más placer si cabe que la primera vez, como si el libro hubiera adquirido solera.
         Anoche salimos a cenar con unos buenos amigos que tenemos en Marbella. Ellos viven aquí. Se llaman Rafa y Pepa. Él es un magnífico arquitecto, como mi otro gran amigo, Manolo Urtiaga, al que mando un abrazo muy fuerte vía satélite intergaláctico. Pues bien, cenamos en un bar del puerto pesquero, aquí muy cerquita. Se trata de un par de calles con casas bajas de estilo andaluz, blanqueadas y con macetas de geranios en las ventanas. Elegimos la terraza de un restaurante que se llama “El hogar del pescador”. Magníficas las frituras que sirvieron: boquerones, calamares, acedías, salmonetitos, puntillitas y un par de ensaladas, una de tomate y la otra de pimientos asados con cebolla. Después nos fuimos a tomar una copita a un bar de la playa, no muy lejos de allí, que estaba muy animado de juventud, música caribeña y pantaloncitos demasiado cortos como para mantener la serenidad de las almas. O sea que todo invitaba a dar rienda suelta a la fiebre del sábado noche, aunque fuera viernes. Claro que aquella locura me hizo pensar en ti. Tal vez demasiado. Tuyo para siempre. Antonio 

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