Ahí donde lo ven, este señor de la fotografía, John
Milius, es uno de los mejores escritores de Hollywood. Porque el oficio de
escribir no es sólo cargarse de novelas, artículos, ensayos y otras cosas por
el estilo, sino que esa vaina tan glamurosa de los guiones cinematográficos también
entra en el compendio de chulerías que forman parte de la literatura. A la
memoria me vienen ahora una miríada de nombres que anduvieron por Hollywood,
como sombras de un ejército fantasmal, ganándose la vida con las palabras. Me
refiero, pongo por caso, a Donald Ogden Stewart, Ring Lardner Jr., Terry
Southern, Anthony Veiller y Casey Robinson. Incluso William Faulkner estuvo en
el oficio una temporada, supongo que por ganarse unos dólares y alejarse un tiempo del olor a granja de sus novelas. También Scott Fitzgerald se pasó una
temporada ejercitando sus promesas abstemias y de paso intentando que los magnates del oficio le aprobaran algún guión, supongo que para celebrarlo después con Sheila
Graham, que por esa época ya había dejado de ser una de esas “flapers”, hermosas y
malditas, que tanto le gustaron a Gatsby, que volvió a la bebida, así como la
señorita Sheila, que era británica, siguió de meticona y cotilla en las
revistas del corazón de Hollywood.
De modo
que el oficio de guionista entra dentro de las atribuciones y privilegios del
gremio de escritores. Sin embargo, dicen que los guiones de las películas de
ahora están escritos por los ejecutivos de las compañías cinematográficas, única
razón de que haya tanto desastre en las carteleras de todo el mundo. Actualmente
la mayoría de películas producidas por Hollywood parecen estar pensadas por
subnormales, dirigidas por subnormales e interpretadas por subnormales. Y todo con
el único fin de que las vean y paguen millones de subnormales. El verdadero
listo de esta historia, claro, es el que pone la bolsa y más tarde recoge las
redes reventonas de plusvalías, que es de lo que se trata y si te he visto no
me acuerdo. ¿De quién es la culpa? Probablemente de Schiller por no explicarse
mejor en “La educación estética del hombre”. O también se la podríamos
achacar a Galvano della Volpe, que durmió a medio mundo con su obra “Historia
del gusto”, que para nada se la recomiendo, pues el tipo es un pelma de
cuidado, además de rojo, una dualidad insoportable, se mire por donde se mire.
Digo yo
que si ustedes quieren ver una película de aventuras y de acción y de guerra y
de amor y de violencia y de tiros y de cosas así, pues eso, que no hace falta que
se traguen toda la porquería que la industria americana produce, sino que hay
que ser muy selectivos y mandarlo todo al carajo. En mis buenos tiempos de
juventud en que uno buscaba no sólo el refinamiento
intelectual y estético de Bergman y
Visconti, sino también el ajetreo aventurero y guerrero de los héroes
invencibles y románticos, siempre me fijaba en los títulos de crédito y si
aparecía el nombre de John Milius significaba que había augurios suficientes
para pensar que la película merecía la pena.
Dicen que Sean Connery
aceptó trabajar en “Octubre rojo”, una de submarinos, porque le prometieron que
el guión lo ultimaría Milius . Y es que él ya sabía, por haber protagonizado
“El viento y el león”, una de moros y cristianos, que Milius era el único
escritor que le garantizaba diálogos inteligentes y de pleno lucimiento.
John Milius
no es precisamente un tipo fabricado en serie, con ese aspecto tan suyo de
parecer todo un continente puesto en vertical, tal que los osos pardos de
Montana cuando quieren abrazarte. Desde luego a mí me habría gustado verlo encaramado
sobre su tabla de surf, igual que un enorme trasatlántico surcando los mares
californianos, aunque él sea de San Luis, Missouri, y a mucha honra.
Me han dicho que John Milius
aprendió lo suyo de Kurosowa, el tipo de los samuráis, y que también le gustan las armas, la
caza, el tiro al plato y las chaquetas de cuero que huelen a fiera montuna y como
en plan cimarrón. Puede incluso que en política esté a la derecha de los
republicanos, lo que ya es un garantía de no ser uno de esos escritores
comprometidos que van por la casba de Beverly Hills enarbolando la bandera de
la bondad y otros humanitarismos de cierta rentabilidad, es decir, a tanto la
lágrima por cada pobre.
Quiero decir que John Milius
no es un escritor políticamente correcto, no señor, y en Hollywood, donde suele
anidar la izquierda exquisita del champán y el caviar de los remeros del Volga,
pues eso, que él surfea a contracorriente y le gusta dar por el saco. Y se dice
por ahí que a un ejecutivo le puso un revolver en los huevos, como si fuera John
Wayne, y parece que ahora ya no lo quieren ver por los estudios.
Naturalmente todo eso se nota en la bazofia que hoy día fabrican por ordenador
y otras letrinas por el estilo. Pero no crean que han prescindido sólo de Milius,
nada de eso, sino que andan tocándole los cojones a todos los guionistas que se
atreven a escribir guiones brillantes, ya que estos tipos siempre fueron los
mozos de cuerda del cine, por así decirlo, y no son de fiar si demuestran
inteligencia y sensibilidad.
Sin
embargo, les recuerdo que fue John Milius quien magistralmente pulió y
abrillantó, sin ser incluido en los créditos, los guiones de las películas de
Harry el Sucio, así que es suya esa frase que suelta Clint Eastwood en “Impacto
súbito”: “Go ahead, make my day” (“Adelante, alégrame el día”). También es el
autor del monólogo, tan aterrador como maravilloso, de Robert Shaw en
“Tiburón”. Pero Milius, claro está, ha escrito y pulido y dirigido otras muchas
películas como “El gran Miércoles”, “Conan el bárbaro”, “El gran Lebowski” y,
sobre todo, “Apocalipsis Now”, cuyo guión salió de su imaginativa y atrevida máquina
de escribir. Recuerden aquella otra frase, fantástica y llena de dramatismo y humor negro, que Robert Duval exclama en pleno bombardeo de
la aviación americana en la guerra del Vietnam: “¡I love the smell of napalm in
the morning!” (“¡Amo el olor del napalm por la mañana!)
Pero
también John Milius ha participado en otras batallas nada desdeñables,
venciendo y superando la incapacidad momentánea que le impuso un derrame
cerebral. Supongo que consiguió el olor a victoria a fuerza de voluntad y una
buena cantidad de cócteles de napalm a la hora del desayuno. Y, según cuentan, por
fin ha dado el último repaso a un guión que llevaba escribiendo desde hace
muchos años sobre la vida de Gengis Kan. Decían que la película la iba a
dirigir Mel Gibson y a protagonizar Mickey Rourke, pero desconozco si el
proyecto se ha llevado a cabo, o, si por el contrario, se ha ido todo al carajo
y adiós pampa mía.
Me falta
por ver una de sus películas más controvertidas, “Amanecer rojo”, pero en
cuanto le ponga la vista encima les prometo que se lo haré saber y después ya
veremos si queda alguien con vida para contarlo. Para mí que hay que sacar,
egoístamente, el jugo a un tipo como John Milius, que jamás se atendrá a
componendas ni a chantajes ni traiciones que lo aparten de su camino. La literatura
y el cine necesitan, a mi entender, de escritores tan especiales como él,
aunque supongo que al parirlo romperían el molde para hacer con él una tabla de surf. Como si con un solo John
Milius el mundo ya tuviera bastante. Y hasta puede que sí.
acivantosmayo@gmail.com
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