Bueno, pues a mí este señor siempre me ha sugerido un
gran respeto, aunque luego dicen quienes lo conocieron que no se tomaba nada en
serio. Y esto es precisamente lo que a mí me atrae de ciertos escritores, esa
frivolidad y ese cinismo que algunos se gastan al hablar de las cosas del
mundo, pero siempre, claro está, de manera brillante y como sin darse
importancia. Uno de estos casos, como digo, es Eugenio d´Ors, catalán y más
catalán y español que nadie. A mí D´Ors me interesa y le admiro porque, entre
otras cosas, se vino a Madrid con el fin de enseñarle a los madrileños lo que tenían
guardado en el Museo del Prado y no lo sabían. Porque si a Ramón le llevó toda
una noche entablar cierta amistad con los moradores del museo y luego
presentárnoslos en un libro genial que muy pocos han leído, don Eugenio d´Ors
se arregló con tres horas para escribir una de las obras más inteligentes que sobre
el arte y ese museo se hayan escrito jamás. Yo el libro lo he tenido de libro
de cabecera algún tiempo, unos meses, justo hasta que empecé a soñarme con los fusilados
de Goya y tuve que dejarlo y beber agua de azahar antes de irme a la cama.
Siempre he dicho que Madrid
está por encima de Barcelona, no sólo por la capitalidad y la sala de trofeos
del Real Madrid, que también, sino nada menos que por el Museo del Prado, que es
el hito que marca la verdadera diferencia, étnica y cultural, entre una ciudad
y la otra. D´Ors lo sabía y por eso se vino a Madrid y en Madrid compensó con
creces el atraso congénito que por nacimiento había traído al mundo.
Naturalmente, Eugenio d´Ors,
fuera de Barcelona, se hizo un hombre, y no sólo adquirió una cultura y un
bagaje y todo eso, sino que se convirtió, él mismo, en la Cultura por
excelencia. Quiero decir que D´Ors llegó a ocupar el centro geométrico y neurálgico
de lo que fue la cultura española a
principios del siglo XX. Lo que todo el mundo quedó en llamar “Noucentismo”,
por ponerle algo de letra en catalán, que ya se sabe que ellos son diferentes y
algo más que un club.
Claro que los catalanes
nunca quisieron a D´Ors, y ahora lo consideran un apestado y un traidor, pues
en Cataluña todo lo que no es “pujolismo nacionalista” es traición y merece
garrote. Sin embargo, se equivocan de plano, porque, muy al contrario de lo que
piensan, D´Ors fue el gran guerrero catalán, el gran conquistador que se vino a
Madrid para hacerse con España en un verbo, como el que no quiere la cosa. Eso
sí, nos conquistó a los españoles con el arma de la inteligencia sabia, por la
buena letra con que escribía el “Glosari” y por lo que tan sólo en tres horas dijo
del Prado, el Barroco, Pablo Picasso y el francés Cezanne, que pintaba muy bien.
Pero incluso me dicen que luego la emprendió a mayores con los grandes filósofos
y la metafísica de la estética o algo mucho peor. Y hasta se atrevió a disfrazarse
de Goethe, nada menos, un señor que era un gran admirador de Napoleón y la
mente más preclara y misteriosa del romanticismo alemán y parte del europeo.
O sea que este joven de
Barcelona, el Eugeni, se vino de marcha a Madrid con un muestrario de los vinos
del Penedés, pero fue en realidad para hacerse con una cultura universal y después,
maldita sea, para quedarse con España, los españoles, el Movimiento Nacional y hasta con las flores del Pardo, que eran de la señora de Franco. Y no sé por qué, ya les digo, pero a los
españoles nos enorgulleció que un catalán nos pusiera tan a tono y nos hiciera
leer lo que nunca habíamos leído, sobre todo a Goethe, que por aquí sólo lo conocía
Ortega de cuando estuvo en Nuremberga, que así lo pronunciaba él para darse
importancia.
Sin embargo, la historia más
interesante que le ocurrió a Eugenio D´Ors no fue en Madrid sino en Cataluña,
concretamente en Cadaqués, una vez que su padre lo mandó allí para que cogiera
un poco de peso y algo de rosicler en las mejillas, que parecía un muerto. No
en vano, el joven Eugeni, igual que el joven Werther, cultivaba la pose del enfermizo
romántico y daba pena verlo de lo enclenque que pintaba, por no hacer otra cosa
que leer a Byron y a Shelley y a poetas de lo mismo. Pero el caso fue que se
hospedó en casa de una señora que vendía pescado, el que pescaba su marido, y también tenía dos hijos que pescaban en la barca del padre. La señora se llamaba
Lidia Noguer y, mira por donde, era hija de la Sabana, la última bruja oficial
de Cadaqués, según el censo local del brujerío. No obstante, la señora Lidia,
la hija de la bruja, estaba de buena como para caerse muerto al primer vistazo y
después resucitar para no perderse el espectáculo corporal de esta señora. Pues
sí, Lidia Noguer era una mujer espigada y como suavemente lamida por la brisa
del mar, con dos ojos negros que brillaban como dos faros marinos en noche
cerrada, además de todo lo demás y otras comodidades de muy buen ver y en
perfecto estado de revista.
Y para mí que el joven
Eugeni, mientras el marido y los hijos andaban de pesca, se la trajinaba verso
a verso y la enamoraba y la volvía loca de amor, llenándola el alma de
endecasílabos, el muy perillán. Al menos
eso es lo que cuentan las crónicas del lugar y así dicen que empezó la historia
trágica de Lidia de Cadaqués, hija de la bruja Sabana.
Pues
bien, cuando D´Ors, tiempo después de aquella aventura juvenil, publicó su novela “La bien plantada”, Lidia fue diciendo por todo el pueblo que Teresa, la heroína de la obra, era ella y nada
más que ella; y yo creo que tenía razón y D´Ors así lo dijo, aunque sin decirlo demasiado claro. Pero es que, además, Lidia también se pensaba que
el Eugeni le mandaba mensajes de amor a través de todo lo que escribía, y la
pobre andaba descifrando lo que él quería decirle, tanto en las
glosas como en el resto de su obra.
El caso es que ella iba con
los recortes de periódicos por todas las casas, al tiempo que repartía los
dentones, las lubinas y el resto del pescado, dando la tabarra a todo el mundo con
sus códigos descifrados y sus secretos de amor y todo lo que ella pensaba que
D´Ors trataba de decirle en clave literaria, porque a las claras no se atrevía por la cosa del qué dirán. Desgraciadamente,
la pobre Lidia murió loca en un asilo, rodeada de todos los libros de su gran
amor, intentando medir en cada línea lo
mucho que él la quería y la deseaba y todo lo demás del repertorio amoroso. Lidia de Cadaqués,
la bien plantada, fue el ejemplo desdichado de una gran pasión y otra locura de
amor para la historia. Que no son pocas.
acivantosmayo@gmail.com
Su nieto, Miguel D'Ors es un gran poeta. Tenía su Antología siempre a mano, hasta que un listo me la robó, así, por la cara.
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