San Marcial, 22 de junio del 2014
DIARIO
En veinte años que llevo en
esto de la escritura jamás me había sucedido algo tan molesto como el bloqueo
mental que ahora padezco. Es más, cuando alguien de la profesión alude a una
situación análoga, uno siempre lo achaca a una absoluta falta de imaginación
del afectado. Pues bien, ahora el afectado soy yo y el bloqueo es todo mío y para
mí que yo estaba en lo cierto en eso de la imaginación, ya que en lo que a mí
respecta la cosa brilla por su ausencia, y a ver que hago yo ahora con esta
melaza mental que me ha encarajado los entresijos de la inventiva o como se
llame ese chisme neuronal de donde salen las palabras y para mí que el buen daimon
que te dicta las historias y las frases ha decidido montarse en el AVE y si
te he visto no me acuerdo.
Hoy es domingo, son las diez
y media de la mañana y hasta ahora lo único que tengo vivido, literariamente
hablando, es la lectura de unas páginas de “A la Recherche” durante mi visita
al duque de Aumale, que aún goza de buena salud y, a pesar de su edad, mantiene
una conversación realmente exquisita y de lo más entretenida. Incluso ha sido
el propio duque quien me ha advertido de mi impotencia mental, es decir, de mi
ya demostrada incapacidad para inventarme una historia más o menos aceptable y
que los lectores sigan al otro lado de la línea o como se diga esta grosería del
internet que bastante tengo yo con lo mío.
Sin embargo, a pesar de mi
preocupación, al menos me ha divertido la lectura de Proust, aunque ya sé que a
la mayoría de ustedes les parece un escritor aburrido y algo monótono y como plano
en su estilo; pero les aseguro que su obra atesora un sentido del humor
inigualable, además de un cinismo exquisitamente cultivado. A mí me gusta tanto
y me entretiene tanto que cuando termino el último libro de “A la Recherche”
vuelvo a empezar por el primero, sin prisas y con alguna pausa con el fin de leer
a otros escritores de distinto pelaje, pero siempre con el prurito venenoso de volver
a él cuanto antes. Y esta mañana, amigos míos, he leído el pasaje en que Swann recorre los
burdeles de París en busca, no ya del tiempo perdido, sino de su escurridiza damisela,
Odette de Crécy, que a decir verdad le salió digo yo que entre lobuna y un tanto pendona,
y hasta con cierta ligereza de pubis, la muy zorrona.
No me digan que no tenía su
miga el señorito Marcel, que además de ser asmático, en el fondo padecía un
edipazo casi tan grande como el Ritz, tal y como le habría diagnosticado el
mism
ísimo Freud y toda su estirpe psicoanalítica a
demasiados euros la hora de diván.
Desde mi punto de vista, hay
muy pocos autores cuyas obras merezcan ser leídas una y otra vez; entre ellos,
posiblemente, habría que señalar, además de Marcel Proust, a la gran Virginia Woolf, un suponer.
Claro que entre los españoles hay escritores que también los tengo clasificados
como dignos de ser releídos, por ejemplo, al maestro Paco Umbral y a Ramón
Gómez de la Serna. Si bien me atrevería a matizar que en ambos casos debería
uno excluir a la mayoría de sus novelas, por no decir a todas, para quedarnos, únicamente y hasta la muerte, con sus libros autobiográficos, gollerías, artículos
de prensa y otros ensayos maravillosos que los dos genios nos dejaron como el
que no quiere la cosa y como sin mirar.
Naturalmente, luego estamos los otros escritores de tres al cuarto que deberíamos dedicar todo nuestro ímpetu a cuidar el bloqueo
mental como si fuera el Jardín de las Hespérides, mimándolo, regándolo y
alimentándolo, en definitiva, para que no desaparezca jamás y nos sirva de excusa
para cualquiera de nuestras impotencias, las literarias y de las otras, pero éstas no vienen al caso y hay que cenar. Hasta la semana que viene, si es que me entran ganas.
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