San Marcial, 10 de junio del 2014
DIARIO
Todas las mañanas me
levanto, leo la prensa y escribo lo que dejé sin escribir la noche anterior.
Ahora estoy con otro libro sobre Hemingway y me paso el día entero en gran
cazador blanco y hasta me subo al ring para cruzar guantes con el fantasma del
Bombardero de Detroit, que es como llamaban entonces a Joe Louis. Por cierto,
siempre que menciono a Joe Louis no me acuerdo tanto de sus dos peleas con Max
Schmeling como del artículo que Gay Talese escribió sobre él para el Times. El
artículo se titula “Joe Louis, el rey en su madurez” y ustedes lo pueden leer
en el libro “Retratos y encuentros”, editado por Alfaguara hará unos cuatro años.
Ya saben ustedes que Gay
Talese es uno de esos escritores que Tom Wolfe incluyó en la moda literaria
bautizada como “Nuevo Periodismo” y que surgió allá por los años
cincuenta/sesenta en los Estados Unidos. Junto a Talese brotaron talentos como los
de Rex Reed, Terry Southern, Jimmy Breslin y por ahí todo seguido hasta llegar
al mismísimo Tom Wolfe. La cosa consistía en escribir los artículos y las crónicas
para el periódico con el estilo narrativo de una novela.
Talese también tiene un artículo
sobre Hemingway, que obviamente es el que a priori más me podría interesar,
pero Hemingway sólo aparece como una sombra, ya que en
realidad versa en su totalidad sobre la pandilla de escritores y periodistas
que fundaron en París la famosa revista “Paris Review”. Estoy hablando,
naturalmente de gente como George Plimpton, Harold Humes, Peter Matthiessen,
William Styron, Terry Southern, John Phillips Marquand y, en ocasiones, James
Baldwin. En el fondo, a quien ellos buscaban en París, deambulando por los cafés,
como señoritos hambrientos de aventuras, era nada menos que a Hemingway, pero
Hemingway hacía tiempo que se había largado a la guerra de alguna parte y todos
ellos terminaron trasladando los trastos a Nueva York, que empezaba por entonces
a convertirse en la capital cultural del mundo.
Quiero decir que George
Plimpton, además de llevarse la revista, abrió piso en Nueva York y sus fiestas
empezaron a ser famosas entre la “gauche divine” y otras faunas de la gran
ciudad. A decir verdad, en dichas fiestas se reunía gente de distinto pelaje,
desde Jacky Kennedy, Lee Radziwill, que era hermana de Jacky, y el Aga Khan
hasta Truman Capote, Lillian Hellman, Philips Roth e Irwin Shaw, entre otros
muchos escritores.
Pero como una cosa lleva a la
otra, resulta que he descubierto una entrevista de Plimpton nada menos que a
Hemingway, como caída del cielo, y s mi almuerzo es de lo más frugal: pisto
manchego con huevo frito y un yogur de chocolate. Después duermo la siesta,
escucho un par de canciones de Billie Holiday y vuelvo al trabajo.
i tuviera sustancia y pintara razonable, que aún no lo
sé, digo yo que me podría servir como material de relleno para mi libro y a ver
qué pasa. O sea que me tomo un descanso para leerla con mucho interés. Incluso
me concedo la libertad de almorzar antes de leerla, al fin y al cabo, son las
tres de la tarde y hay que reponer fuerzas. De cualquier manera
¡Qué decepción! La
entrevista es una porquería y eso que Hemingway se permite el privilegio de
contestar por escrito. Resumiendo, la entrevista de Plimpton sólo es un
conjunto de tópicos a cual más deprimente: “El teléfono y los visitantes son
los grandes enemigos del escritor”. “Se escribe mejor cuando se está
enamorado”. “La preocupación destruye la capacidad de escribir”. Y otras
idioteces por el estilo. Creí que Plimpton sería menos superficial en sus
preguntas de lo que ya suponía, pero qué se puede esperar de alguien que su
mayor aspiración fue llegar a ser como Hemingway. Y como tampoco he leído su
libro sobre Truman Capote, ya que no está traducido al español, me ha parecido que
el genio de su arte lo tenía reservado para las fiestas que organizaba en su
casa, donde se reunía toda la crisolinfa palatina de Nueva York. Me refiero a
que su salón se convertía en una pasarela de moda para el lucimiento social del cogollito prustiano de la intelectualidad neoyorquina.
Pues bien, de los escritores
que he nombrado, sólo he leído a muy pocos: William Styron, Phillips Roth,
Terry Southern, Norman Mailer y James Jones. A los demás no los puedo juzgar
porque me no me consta que hayan sido traducidos al español.
Ya saben, William Styron es
el de “La decisión de Sophie”; Phillips Roth es el autor de “El lamento de
Portnoy”; Terry Southern escribió “A la rica marihuana”; Norman Mailer es el inventor de “Los ejércitos de la noche” y James Jones escribió “De aquí a la eternidad”,
que más tarde sería llevada al cine por Fred Zinnemann.
La verdad es que me gustan casi
todos los novelistas americanos; de siempre han hecho gala de una frescura que
es difícil entrever en los europeos y mucho menos en los españoles, siempre tan
pulcros y pomposos. Sin embargo, en estos momentos estoy con una novela de
Sherwood Anderson, se titula “Winnesburg, Ohio”, y no me parece nada del otro mundo, como me habían dicho. La idea central del libro es buena, pero no me gusta el estilo de leyenda que utiliza el autor. Se trata en realidad de unos relatos en apariencia independientes,
pero que en el fondo están relacionados por medio de una misma ciudad y unos
personajes que pretenden ser grotescos y que sólo algunas veces lo consiguen. Lo cierto es que leo esta novela como parte de mi preparación
para el segundo libro sobre Hemingway.
Por si no lo saben, Anderson
fue una persona clave en la vida de Hemingway, todo un maestro y un padre
intelectual para él. Al parecer, le enseñó todo lo que sabía acerca de la
profesión de escritor, además de recomendarle una buena lista de autores para
que le sirvieran de guía en su carrera. Sin embargo, el cabronazo de Hemingway
se lo pagó con uno de los mayores desagradecimientos que se han dado en la
historia general de los desagradecimientos. Se podría decir que Anderson cumplió
con su misión de desasnar a un joven demasiado intrépido y fanfarrón
que le dijo que quería ser escritor y cuyo bagaje de
lecturas no iba más allá de los relatos de Ring Lardner y los libros sobre la
vida de San Nicolás. La afrenta de Hemingway consistió en escribir una novela
corta, “Torrentes de primavera”, parodiando el estilo de Anderson con el fin de
cachondearse de él, sin escrúpulos ni remordimientos. Supongo que, psicológicamente,
habría que calificar este acto de insumisión filial como la tendencia freudiana
del hijo a matar al padre.
Por la noche, en la televisión,
me entretengo con la película “La hoguera de las vanidades”, adaptación de la
novela del mismo nombre de Tom Wolfe, y casi tan pasada como "Mujercitas" y "Qué bello es vivir" juntas y como en fila, que ya es decir. Y les aseguro que entre todos los
personajes que salen de relleno he visto a un tipo que se parece a George
Plimpton. Incluso juraría que era él.
P.D. En la fotografía, el señor que está sentado sobre
el ángulo inferior izquierdo es George Plimpton. También, si se fijan con
atención, Truman Capote está medio de lado y sentado en el sofá, y, un poco más a la derecha,
el tipo con gafas que tiene apoyada la mano en la cadera es nada menos que Mario Puzo. Y el señor con gafas, primero por la derecha, apostaría el hato y el garabato a que es Irwin Shaw, el mismo que escribió "Hombre rico, hombre pobre". No
conozco a nadie más, si bien es posible que una de las chicas sea la altisidórica Lee
Radziwill, cuñada del presidente Kennedy. Descuiden, porque me he puesto a investigar quién es el Don Juan a quien tan interesadas miran las tres mujeres. Pues bien, ocho horas después creo que estoy en condiciones de asegurar que se trata de Harold Humes.
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