Jueves, 4 de enero del 2014
Resulta que durante la celebración
de la Nochevieja, en casa de unos amigos, tuvieron a bien señalarme el camino
de salida al considerar, no se lo pierdan, que mi nivel de alcoholemia superaba
con creces lo supuestamente tolerable. Y yo les juro que no estaba bebido, sino
que lo simulaba a propósito. ¿Me había vuelto loco? En absoluto. El motivo de
aquel simulacro tuvo su razón de ser en la lectura de un libro que hace tiempo
compré en una librería de Roma. El libro se titula “Comentari della Moscovia” y
su autor es un tal Antonio Possevino, un jesuita del siglo XVI que participó en
la Contrarreforma, siendo también el primer diplomático papal que visitó Moscú.
Y en este libro se dice que los moscovitas tienen como norma emborracharse en
las fiestas con el fin de que los anfitriones comprueben el alto grado de
satisfacción de sus invitados. Lo cierto es que yo encontré la norma de lo más
razonable y oportuna no sólo para los moscovitas, sino para cualquier ciudadano
del mundo; sin embargo, en mi caso, al tener prohibida la bebida por culpa de
un colon irritable, temí no poder estar a la altura como en justicia me habría
apetecido, así que opté por una actuación teatral que al parecer fue de lo más
convincente. Tan convincente que, sin haber bebido una jodida gota de alcohol,
me pusieron de patitas en la calle por borracho y alborotador. Al día
siguiente, conté lo sucedido a mi buen amigo Patricio Santana y me aconsejó que
dejara de leer esos malditos libros que, según él, me están mermando el juicio.
Pero en el caso de que ustedes
quisieran conocer a mi tocayo Antonio Possevino, no tendrían más remedio que
visitar el castillo real de Varsovia, donde encontrarán colgado un cuadro
titulado “Bathory en Psków”, del pintor polaco Jan Matejko. Al parecer, el
jesuita es el único personaje del conjunto que viste todo de negro. Cuando se
lo indiqué al bueno de Patricio, me contestó que ni borracho viajaría él a
Varsovia para conocer a un tipo tan siniestro. Claro que estuvo a punto de
cambiar de opinión cuando le hablé de las bondades del “bigos”, plato polaco
por excelencia y de lo más energético, aunque algunos digan que la receta podría
ser de origen francés.
¿Que qué es el “bigos”? Pues
nada menos que un estofado de carne de ternera, salchichas, panceta, cebollas,
champiñones, setas, repollo, chucrut, salsa de tomate, pimienta blanca y negra,
laurel y sal. Los polacos suelen acompañar esta maravilla culinaria con vodka,
aunque también es aconsejable un buen vino tinto, naturalmente. Desde mi punto
de vista, tan sólo por mantener vivo mi habitual tono de exigencia, a este
plato le falta el añadido de unas patatas como Dios manda. ¿No les parece?
Es verdad que esos cabrones
de franceses han asimilado mucha cultura de los pueblos que sometieron, sobre
todo en la época de Napoleón, pero este esponjamiento descarado no es óbice
para reconocer que también de su acervo han aportado lo suyo. Por ejemplo, nada
menos que la obra de Henri Bergson (1859-1941), para mí uno de los
intelectuales más clarividente de su época. Bergson concebía la vida como una
procelosa corriente de consciencia, una energía espiritual desbordante, el “élan
vital”, que impregna la materia y la organiza, la coloniza, como quien dice, a
fin de incrementar su propia libertad. Bergson pensaba que si el objetivo de la
evolución, como decía Darwin, era adaptarse con éxito al medio, ¿por qué fue más
allá del estadio de la ameba, que es prácticamente inmortal y ha demostrado ser
el organismo más adaptable por excelencia?
Una vez le dije a un tipo de
lo más desagradable, cuando trataba de convencerme de que todos venimos del
mono, que yo no negaba ni le quitaba que él procediese del primate que se le
antojara, pero que ni mi familia ni yo teníamos un origen tan ordinario.
Por cierto, no sé que ha sucedido
en realidad, pero se ha extendido por el mundo una espiral de cursilería
universal al felicitar el Año Nuevo mediante unos videos horribles que se
expanden como virus feroces a través de los teléfonos móviles. Recomiendo a tan
activos creadores que para el año próximo, antes de exhibir su mal gusto, lean
previamente “La educación estética del hombre”, una obrita muy interesante de Federico
Schiller. Es probable que les sirva de aprovechamiento y así los demás
tendremos una Navidad libre de sobresaltos innecesarios.
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