Viernes, 8 de noviembre del
2013
Toda
la mañana oímos pasar pájaros por encima de nuestro tejado. Parecían
pensamientos inútiles. Por eso me ha sido tan difícil concentrarme en la
escritura. O sea que no me he sentido inspirado para escribir una introducción
a un libro que desde hace tiempo me corroe las entrañas. Se trata de una
continuación al libro de Hemingway, un añadido para insistir en las vanguardias
artísticas que surgieron en París por los años veinte. Así que me he pasado
toda la semana tratando de poner orden en el revoltijo de ideas que al respecto
me vienen a la cabeza. No obstante, una de las cuestiones innegociables se
refiere a que Hemingway volverá a ser el
narrador de la trama.
Hemos
comido a las dos en punto. Ensalada de aguacates y arroz a banda. Después hemos
dado una larga caminata hasta el final del Paseo Marítimo. Al volver, he dormido media
hora y después he leído hasta la hora de la fiesta. Pues sí, hoy hemos estado
invitados a una fiesta que daba un amigo en el restaurante “La Meridiana”.
Reconozco
que durante un par de horas estuve de lo más modoso y prudente, pero en cuanto
me hizo efecto la graduación alcohólica me puse a bailar, con el salero que me
caracteriza, toda clase de danzas tribales: rumba, chachachá, rocanrol, twist…
En fin, que me marqué cualquier ritmo sicalíptico que tocaran, siempre y cuando estuviera pasado de moda,
naturalmente. Si bien he de aclarar que yo sólo bailo en ambientes de una
privacidad acrisolada.
Por
cierto, al llegar a casa me di cuenta de que mi artrosis de cadera había
desaparecido por completo. Yo creo que la clave fue ese ligero meneíto del
twist. Mano de santo.
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