Después de que Juanito
Alvarado leyera la carta se quedó como no sabiendo de qué iba la cosa, es muy
probable que el remitente se equivocara al escribir el número del apartado de
correos, acepto sus condiciones, decía, llevaré un pañuelo amarillo, le espero el
jueves a las ocho de la tarde en la cafetería Nebraska, pero qué clase de broma
es esta, se dijo, y empezó a dar vueltas al asunto, estaba claro que se trataba
de una mujer, lo dedujo por lo del pañuelo amarillo, seguramente era una de
esas citas a ciegas que tanto se llevan, no pasaría nada si seguía el juego y
vivía por fin una aventura real, a veces hay que dejarse tentar por el destino,
estaba decidido, acudiría el jueves a la cita, si bien le fue difícil conciliar
el sueño las cuatro noches anteriores al encuentro, tampoco pudo escribir una
sola línea de la novela que tenía empezada, el jueves llovía como si no hubiera
llovido nunca y hacía un frío de mil demonios, la cafetería rebosaba de señoras
tomando chocolate con churros, le costó lo suyo encontrar a la del pañuelo
amarillo, estaba sentada en un rincón, de espaldas a la pared, era morena y tenía
los ojos negros, guapísima, sólo creyó percibir en sus labios gruesos como un
relámpago de atormentada ferocidad, pero la suerte estaba echada, esta es la
fotografía de mi marido, le dijo, esta semana tiene el turno de noche, aquí
tiene las señas de la fábrica y los seis mil euros de adelanto, la mitad de lo
acordado, tal y como usted me exigió por teléfono, la otra mitad se la daré
cuando el forense certifique su muerte, no obstante, dijo Juanito Albarado, después
de verla en persona, le cambio estos seis mil euros por acostarme con usted, que
sean los doce mil, contestó ella, así que se fueron a un hotel y pasaron la
noche juntos, después cada uno se fue a su casa, el escritor no cabía en sí de
gozo, qué mujer, qué mujer, se repetía una y otra vez, pero no la volvió a ver
hasta tres años más tarde, justo cuando él firmaba en una librería una novela
que había titulado “La mujer del pañuelo amarillo”, ella estaba en la cola, la
reconoció después de dedicarle su ejemplar, se llamaba Dora Malengo y no había
perdido ni un átomo de su belleza, mi marido murió de infarto a la semana de
nuestro encuentro, te agradezco todo lo que hiciste por mí, y cuando digo todo
me refiero a todo, le dijo, el escritor vio rasgado el velo de la gloria,
espérame cinco minutos, le suplicó él, Juanito Alvarado no cabía en sí de
felicidad, pasaría otra noche con ella, tal vez el resto de su vida, claro que
enseguida empezó a preguntarse lo que esa mujer tardaría en ordenar su muerte, entonces
sólo le dedicaré una noche, se prometió a sí mismo, qué me puede pasar por una jodida
noche, así que rezó y se fue con ella.
22 de abril de 2013
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