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22 de abril de 2013

LA MUJER DEL PAÑUELO AMARILLO




Después de que Juanito Alvarado leyera la carta se quedó como no sabiendo de qué iba la cosa, es muy probable que el remitente se equivocara al escribir el número del apartado de correos, acepto sus condiciones, decía, llevaré un pañuelo amarillo, le espero el jueves a las ocho de la tarde en la cafetería Nebraska, pero qué clase de broma es esta, se dijo, y empezó a dar vueltas al asunto, estaba claro que se trataba de una mujer, lo dedujo por lo del pañuelo amarillo, seguramente era una de esas citas a ciegas que tanto se llevan, no pasaría nada si seguía el juego y vivía por fin una aventura real, a veces hay que dejarse tentar por el destino, estaba decidido, acudiría el jueves a la cita, si bien le fue difícil conciliar el sueño las cuatro noches anteriores al encuentro, tampoco pudo escribir una sola línea de la novela que tenía empezada, el jueves llovía como si no hubiera llovido nunca y hacía un frío de mil demonios, la cafetería rebosaba de señoras tomando chocolate con churros, le costó lo suyo encontrar a la del pañuelo amarillo, estaba sentada en un rincón, de espaldas a la pared, era morena y tenía los ojos negros, guapísima, sólo creyó percibir en sus labios gruesos como un relámpago de atormentada ferocidad, pero la suerte estaba echada, esta es la fotografía de mi marido, le dijo, esta semana tiene el turno de noche, aquí tiene las señas de la fábrica y los seis mil euros de adelanto, la mitad de lo acordado, tal y como usted me exigió por teléfono, la otra mitad se la daré cuando el forense certifique su muerte, no obstante, dijo Juanito Albarado, después de verla en persona, le cambio estos seis mil euros por acostarme con usted, que sean los doce mil, contestó ella, así que se fueron a un hotel y pasaron la noche juntos, después cada uno se fue a su casa, el escritor no cabía en sí de gozo, qué mujer, qué mujer, se repetía una y otra vez, pero no la volvió a ver hasta tres años más tarde, justo cuando él firmaba en una librería una novela que había titulado “La mujer del pañuelo amarillo”, ella estaba en la cola, la reconoció después de dedicarle su ejemplar, se llamaba Dora Malengo y no había perdido ni un átomo de su belleza, mi marido murió de infarto a la semana de nuestro encuentro, te agradezco todo lo que hiciste por mí, y cuando digo todo me refiero a todo, le dijo, el escritor vio rasgado el velo de la gloria, espérame cinco minutos, le suplicó él, Juanito Alvarado no cabía en sí de felicidad, pasaría otra noche con ella, tal vez el resto de su vida, claro que enseguida empezó a preguntarse lo que esa mujer tardaría en ordenar su muerte, entonces sólo le dedicaré una noche, se prometió a sí mismo, qué me puede pasar por una jodida noche, así que rezó y se fue con ella.


                                               FIN          

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