Me
escribe nada menos que don Garcilaso de la Vega, un tanto rebrincado de rimas,
para afearme, no sólo mi actitud beligerante contra los escracheadores, sino mi
falta de humanidad con los desahuciados, parados, arruinados y demás parias de
la tierra. Sin embargo, mi artículo de la semana anterior sólo arremete,
insulta y humilla a todos aquellos que arremeten, insultan y humillan a las
órdenes de la escracheadora Ada Colau. Tampoco mi artículo menciona a la Eta y
a sus víctimas, ni dice sandeces acerca de personas honradas, pacíficas y
solidarias. Me extraña mucho que un poeta de la importancia de Garcilaso de la
Vega haya leído tan deficientemente mi artículo, a no ser que sea otra víctima
más de la LOGSE.
No
obstante, por tratarse, como digo, de Garcilaso de la Vega, un poeta al que
rindo pleitesía desde mi juventud, me voy a sincerar con él y de paso con todos
ustedes. Porque tiene razón, don Garcilaso, ya lo creo, pues yo también pienso
que en mi artículo anterior se me ve el plumero. Y no sólo el plumero, sino la
cola vanidosa y florida del gran pavo real que pretendo ser. Tenga en cuenta,
don Garcilaso, que no todos estamos capacitados para ser tan comprometidos,
solidarios, bondadosos y justicieros como usted y sus amigos de izquierdas. ¿O
no es usted de izquierdas, don Garcilaso? Porque yo reconozco que soy de
derechas. Mi abuelo siempre votó a Gil Robles, mi padre fue falangista y yo no
tengo más remedio que, genéticamente, ser de derechas y tirar por los populares.
Aunque le aseguro que no volveré a votarles, como ha sido mi costumbre, por la
cosa de que me hayan subido los impuestos a traición, después de que prometieran
lo contrario.
¡Con
el dinero de uno, don Garcilaso, no se juega!
El
dinero es muy importante y es la razón de que me chiflen los banqueros. No sólo
porque vayan limpios y aseados y se vistan con trajes elegantes, camisas de
seda y luzcan unas corbatas que dé gusto verlos, sino también porque tienen
dinero y a mí me enamora la gente que tiene dinero, no para robárselo, claro,
sino para codearme con ellos en algún club de golf o en la hípica de Bono y luego
ir a jugar al tenis con Botín, querido Emilio, y pedirle trescientos mil del
ala, como hizo Garzón, para unos cursos de literatura española acerca de la
influencia de la poesía de Agustín de Foxá en la izquierda revolucionaria europea.
¿Me
comprende usted, don Garcilaso?
Quiero
decir que no soy tan buena persona como usted, lo siento, y le juro que me
gustaría serlo. No sé qué demonio capitalista me tiene poseído por dentro, pero
le aseguro, don Garcilaso, que soy incapaz de compadecerme de los desahuciados,
y pienso que los bancos son unas ONG al lado de los sindicatos españoles, y que
en tiempos de Franco, qué razón tenía mi padre, no había tanta corrupción ni
tanto mangante como hay ahora.
En
cambio, usted, don Garcilaso, tan demócrata, tan bondadoso, tan solidario, estoy
seguro de que ayuda con su dinero a pagar las hipotecas que los desahuciados
deben al banco. Aunque también es verdad, no me lo negará, que los ochenta y
ocho mil desahuciados de la época de Zapatero echaron de menos sus visitas
escracheadoras a los guripas de entonces, es decir, a los ángeles arcangélicos del
PSOE. Yo creo que usted y sus amigos deberían reivindicar que el dinero robado
a los parados por socialistas y comunistas de la Junta de Andalucía, más de mil
millones de euros, pudiera servir, un suponer, para pagar las hipotecas de esta
pobre gente. Perdone mi impertinencia, don Garcilaso, pero es que no puedo
evitar ser tan facha. Y bien que lo siento. ¡Es usted tan bueno!
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