CARTAS A DORA MALENGO
MARBELLA, 14 DE ABRIL DEL
2013
QUERIDA DORA: el trajín de
presentaciones y entrevistas que he soportado últimamente me ha gastado el
sosiego necesario para escribirte como mereces. No obstante, las presentaciones
han ido bastante bien, sobre todo la de Marbella, más cuajada de público que la
de Sevilla, demostrando que esa fama que le imaginan de ciudad babilónica nada
tiene que ver con la realidad de sus vecinos, honrados trabajadores con gran
interés por los actos culturales. En realidad, las dos presentaciones
resultaron muy entretenidas; la de Marbella porque el coloquio se mantuvo
gracias al buen hacer de don Rafael de la Fuente y luego con buena parte del
público asistente; y la de Sevilla porque me cayó del cielo un señor que
discrepaba de mis teorías sobre Hemingway, tomando el coloquio un rumbo más
entretenido y salvándose in extremis del peñazo en que se había convertido. Mi
agradecimiento para este espectador atrevido, sea quien sea, pues al final del acto
no pude saludarlo y felicitarlo por su intervención y, sobre todo, por la compra
del ejemplar que se llevó. Ejemplar que no me puso a la firma, como si nuestro
debate hubiera contaminado la sana relación que siempre debe reinar entre el
autor y sus lectores.
Una de las cuestiones que dirimimos fue acerca de la naturaleza
de la “generación perdida”, ya que el amable discrepante sólo admitía a tres
escritores como socios exclusivos: Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y John
Dos Passos. Es decir, que para ser miembros honorarios de la “generación perdida”,
tenían que ser americanos, haber vivido en París en los años veinte, haber combatido
en la Gran Guerra y, sobre todo, tenían que haber sido bautizados como de esta
generación nada menos que por Gertrude Stein, la gran sacerdotisa yanqui de los
americanos en París. Y la verdad es que se trata de una teoría bastante
extendida, pero que a mí me parece ciertamente ridícula si tenemos en cuenta
que tres escritores, por muy importantes que sean sus nombres, no pueden formar
ni de lejos una generación como Dios manda.
Curiosamente,
Scott Fitzgerald fue movilizado para ir a la guerra, pero nunca salió de
América hacia las trincheras europeas, circunstancia que debería
imposibilitarlo para ocupar vacante y ser miembro honorario de tan populosa generación.
William Faulkner, en cambio, sí combatió en esa guerra, pues fue piloto de la
R.A.F., y también estuvo en París en los
años veinte, aunque por poco tiempo. Claro que al no ser bendecido, como era
preceptivo, por la reina del Chantecler, o sea, por ese gran bollacón de
Gertrude Stein, bien podría excluirse de dicha generación. Sin embargo, John
Dos Passos, lo mismo que Hemingway, sí cumple con las tres condiciones exigidas
para pertenecer al club, quedándose ambos escritores algo solitarios,
generacionalmente, y como a media luz los dos.
Personalmente, pienso que ya que hablamos de generación
literaria, lo mejor es pensar como Ortega que todos los escritores nacidos en
la misma época vienen al mundo dotados con ciertos caracteres comunes, unos
caracteres que les diferencian de la generación anterior y, por supuesto, de la
que sigue. De modo que rechazo cordialmente que a una generación pertenezcan en
exclusivas aquellos escritores escogidos por cualquier antólogo con signos de
menopausia prematura.
Desde
mi punto de vista, entre los miembros de la “generación perdida” deberían
figurar todos aquellos escritores americanos que, directa o indirectamente,
sufrieron las consecuencias de la Gran Guerra. No obstante, lo normal es que
las generaciones literarias convivan tanto con la generación precedente como
con la generación que le sigue, produciéndose una vorágine de generaciones mezcladas
que suele ser apasionante para el trabajo de los críticos. Yo estoy completamente
seguro, mi querida Dora, de que ningún escritor es consciente mientras vive y
escribe que pertenece a una generación.
Un ejemplo de mezclas de generaciones y los estilos pertinentes
ocurrió en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial., ya que se
mezclaron los de la “generación perdida” con los movimiento literarios que la
siguieron. Como muy bien sabes, a los escritores de la camada siguiente los
dividieron en tres grupos estéticos bien diferenciados: unos formaron parte de
la llamada “generación beat”, a otros los afiliaron al “nuevo periodismo” y un
tercer grupo quedó compuesto por una serie de escritores sin una etiqueta
específica que llevarse a la boca. Más o menos son todos de la misma edad, ya
que la mayoría vino al mundo, aproximadamente, entre 1925 y 1935.
Por
ejemplo, el padre del “nuevo periodismo” fue sin duda Truman Capote (1924) con
el modelo narrativo utilizado en su novela de no ficción, “A sangre fría”. Y a
Capote lo siguieron escritores y periodistas de la talla de Tom Wolfe, Norman
Mailer, Gay Talese, Terry Southern, Jimmy Breslin y otros muchos.
De
la que llamaron la “generación beat”, el mayor fue William Burroughs (1914) y
el más joven Ken Kesey (1935). Entre ellos hay que destacar escritores como
Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Neal Cassady, Gregory Corso y Lawrenve Ferlinghetti.
En
los del tercer grupo, un magma indiferenciado en toda regla, conviven los
mejores escritores de la época, si exceptuamos a Truman Capote, un escritor que
bien podría estar, por la naturaleza variada de su obra, con unos y con otros,
indistintamente, y sin que a él le importara un carajo. Pues bien, a este grupo
que no forma ninguna jodida generación ni cosa parecida pertenecen escritores
de la categoría de Philips Roth, Bernard Malamud, John Updike, Saul Bellow, Ray
Bradbury, William Styron, Gore Vidal, William Saroyan, Charles Bukowski,
Raymond Carver y por ahí todo seguido hasta donde tú, mi querida Dora, quieras
parar.
Curiosamente,
he de confesarte que, por alguna razón misteriosa, siempre me interesaron esos
tipos del “nuevo periodismo”, un grupo de reporteros que se dedicaron a
escribir sus crónicas de actualidad empleando el estilo novelístico. Te juro
que resulta una delicia la lectura de los reportajes de Gay Talese y de Terry
Southern. Es como si los hechos de la vida real que ellos relatan se volvieran
de ficción, es decir, puro arte literario. ¿Y sabes una cosa? Pues te diré que
es lo más difícil que uno puede intentar en literatura.
Otro hecho que me extraña muchísimo es que nadie haya reunido
a las escritoras americanas en cualquiera de las generaciones al uso. ¿Acaso no
pertenecen a cualquier generación, perdida o hallada en el templo, mujeres como
Djuna Barnes, Dorothy Parker, Lillian Hellman, Dawn Powell, Carson McCullers o Flannery
O´Connor? Todas ellas magníficas escritoras.
Resumiendo,
creo que esto de las generaciones literarias es un ardid de los críticos y
académicos para facilitarse el trabajo y dejar arrinconados caprichosamente a
todos aquellos escritores que no rindan pleitesía a ciertas formas estéticas previamente
establecidas por ellos mismos. Los escritores sólo pertenecen a su tiempo o al
tiempo que ellos prefieran, y jamás deberían consentir ningún encasillamiento
generacional.
Por
ejemplo, si me permites hablar de mí, fíjate si seré reaccionario que yo me
identifico más con el magisterio de un escritor como Faulkner, un suponer, que
con cualquiera de mi generación, Lorenzo Silva incluido. Si me dieran a escoger
y tuviera poderes sobrenaturales, me gustaría trasladarme en el tiempo a los
años sesenta del nuevo periodismo americano para ser amigo y discípulo de Jimmy
Breslin, pongo por caso, y también para escribir cuentos como Dorothy Parker y,
sobre todo, para asistir a la fiesta, negro y blanco, que Truman Capote celebró,
1968, en el Hotel Plaza de Nueva York. Sin duda, la gran fiesta del siglo XX. ¡Oh,
Dora, amor mío, qué fácil me resulta imaginarte sorteando, entre miradas de
fuego, toda aquella lava ardiente y mondaine de un esteticismo entre wharholiano
y Coco Chanel!
Tuyo para siempre.
Antonio
P.D. La fotografía no es de
la “generación perdida”, sino de algunos amigos que tuvieron la caridad de
asistir a la presentación de mi novela en Marbella.
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