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5 de abril de 2012

LA NIÑA MALA DE VARGAS LLOSA
DIARIO
2 de abril del 2012

A mí es que Vargas Llosa, don Vargas, cada vez que lo leo, me deja tan frío como a un lenguado recién pescado. Me parece sin duda un buen novelista, lo reconozco, pero qué quieren que les diga, en mi opinión este señor no es escritor. De ninguna manera. He terminado de leer su novela de la niña mala y la encuentro, a pesar de abordar un tema procaz en sí mismo, es decir, de lo más verdilongo, digo que la encuentro como insulsa y sin alma y sin verdad alguna. Yo creo que ha escrito esta novela con el preservativo puesto. Incluso me ha resultado repetitiva y previsible. Además, es curioso que con todos los trancos sexuales que tiene, no haya conseguido ponerme en consonancia lo que se dice en ningún momento. Todo lo contrario que la “Plataforma” de Houellebecq, tal como les dije el otro día. Y yo creo que así resulta porque su prosa no tiene ningún brío ni te entra por la barriga ni te provoca escozuras ni, como digo, te la pone rabiosa de cal viva. En realidad, se trata de un estilo plano, ascético y de novicia en plena Cuaresma, aunque escriba sobre perversiones, lametones y otros flujos más o menos obscenográficos. Yo creo que el estilo de Vargas Llosa, don Vargas, es como él se nos aparece de vez en cuando: atildadito, aseado, sereno, sensato, y hasta cuando se atreve a sacar los pies del tiesto lo hace como si se tratara de un serio aspirante a los altares. Y eso que sus novelas están bien estructuradas, los personajes perfectamente definidos y la trama suele ser imaginativa y en verdad que consigue el interés del lector, pero hay algo que falla en su conjunto. Y ese fallo es puramente de estilo. Don Vargas escribe como un maestro, sí, en efecto, pero como un maestro de escuela. No digo que “Travesuras de la niña mala” no me haya gustado, no, nada de eso. Pero me ha gustado, sobre todo, por su esqueleto, por el andamiaje interior, por su planificación novelística, y para mí que la historia es buena, si bien el final me ha resultado vulgar y demasiado tramposo. El cáncer, casi siempre, es una solución poco imaginativa e impropia de un escritor consagrado como él. Lo digo una vez más porque así lo siento: don Vargas me parece un buen novelista, pero a mi entender y aunque parezca una contradicción, no es escritor. ¿Quién es escritor entonces?, me preguntarán ustedes. Pues bien, para mi gusto, son escritores, entre otros, Cabrera Infante y García Márquez, para seguir en la línea de la literatura americana en español. Se trata de dos escritores que deshacen el idioma, lo convierten en añicos, lo dinamitan hasta minimizarlo en partículas elementales, como quien dice, pero luego van ellos y lo recomponen a su antojo, creando otra cosa distinta. A eso se le llama tener estilo. Y a don Vargas le falta estilo, como a la mayoría de los buenos y famosos novelistas que hoy nos agobian desde las librerías. Escribir bien no es cuidar que la sintaxis sea perfecta, como hace don Vargas, sino deshacerlo todo para crear una nueva gramática, pero que al lector, al mismo tiempo, le parezca que todo está en su sitio y como bien puesto aún estando todo revuelto. Por ejemplo, les recomiendo como lectura obligatoria la obra de Cabrera Infante, “Tres tristes tigres”, y “El otoño del patriarca” de García Márquez. En España, para mi gusto, los más estilosos son Ramón Gómez de la Serna, Sánchez Mazas, Sánchez Ferlosio, Josep Pla, Eugenio D´Ors, González Ruano y Francisco Umbral, por nombrar sólo a los muertos. Los vivos que me gustan, o sea, los vivos del estilo, ni que decir tiene que me dan mucha envidia y no los menciono por eso y porque no me da la gana y por mí les pueden ir ajustándoles a todos por donde prefieran y más disfruten y dilaten con facilidad. Los muy cabrones.

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