CONDOLENCIAS EN LA MONCLOA
Agachapandado en la Moncloa, el cadáver se lame las heridas como si estuviera vivo. Mejor sería que doña Sonsoles le diera friegas de formol para que al menos su mirada fosforeciera, astral y lobuna, en la noche postrera de su reinado. Tal vez no lo sepan, pero les juro que el cadáver, acartonado en su trono, pasa los últimos días de Pompeya recibiendo visitas desconsoladas. Sin ir más lejos, Pepiño presentó ayer sus respetos después de repostar en la gasolinera de Rios Rosas. Más tarde, el gallego se pasó por Ferraz para dejar unos galones, antes de subir al ático y dejar la carga entre cerrojos codificados. También me dicen que Josu Ternera, después de sus prácticas de tiro, suele pasarse por la capilla ardiente para charlar un rato con el cadáver. La charlotada de San Sebastián, precisamente, surgió de esos rezos a dos manos en una noche de oráculos. El cadáver y Ternera no piensan dejar de rezar hasta que se crucen los trenes soleados de la independencia vasca. Feliz ese día de difuntos en que el cadáver será trasladado, entre himnos y salterios, a la catedral de León.
Me cuentan que también el ministro del Interior, con su loca tendencia al contoneo, se presentó en Moncloa acompañado de media docena de indignados, todos ellos vestidos con librea y pelucas a lo Chateaubriand. El señor ministro llegó directamente de su palacio en la calle Carretas, Hotel Madrid, después de darse un baño de agua caliente y sales perfumadas, como si fuera la reina del alegre candombe. Perdonen si les hiere la comparación, pero yo creo que los jóvenes indignados se parecen cada vez más a los `sans-culottes´ de Robespierre, sólo les falta la bayoneta calada y una alimentación menos proteica. Por lo demás, demuestran el mismo entusiasmo. Resulta raro que aún no hayan levantado la guillotina en la Puerta del Sol.
¿Se imaginan a Rubalcaba en plan `tricoteuse´?
Por cierto, Rubalcaba ha venido y nadie sabe cómo ha sido. El cadáver, al verlo allí delante, rezando sus oraciones en el libro rojo, como mínimo se ha puesto nervioso. Rubalcaba ni entre rezos parece de confianza. Incluso han tenido que recoger a toda prisa la poca plata que aún queda en la Moncloa. Rubalcaba, pálido como el jade, apiña sus deditos para explicar la estrategia que derrotará la avariosis vitalicia de los `mercados´. El cadáver le da su bendición y el candidato se retira entre miradas de tristeza dolorida y suspiros al borde del silencio. A Rubalcaba le espera en la puerta su utilitario rojo, seguido de los cien mil coches oficiales del Estado, más los cien mil chóferes incluidos, es decir, los cien mil hijos de San Luis del socialismo español.
Al fin, llegaron las niñas a ofrecer sus condolencias. Doña Sonsoles las recibió con un juego de café conmemorativo de Suresnes y otras bulerías. Maria Teresa, cara volpina y ojos insinuantes. Elenita Salgado, una señora mínima de rostro apretujado entre bonos del Tesoro, tan volátiles como pompas de jabón. Rosita Aguilar, la Verónica de los comunistas, traidora, con el rostro de Julio Anguita tornasolado en el paño. Bibiana Aído, “poupée de cire, poupée de son”, coronela de un tropel de feministas, zurcidoras de honras y otras `miembras´ equidistantes entre el amor y la guerra. Leire Pajín, noblemente robusta, teñido el pelo de mil fuegos, titiritera hambrienta, su mirada larga y espesa, como el vaho de la lluvia. El cadáver las mira y se sobrepone a la emoción de verlas allí reunidas, alrededor se su trono mortuorio, jugando al corro de la patata, como en aquellos tiempos gloriosos de Guadalajara. El cadáver llora con sus ojos nublados de lejanías. Pues bien, chicas, hasta aquí hemos llegado, les dice. ¿Queda algo ahí fuera? Me temo que no, presidente, le responden. Tan sólo ruina y desolación.
Antonio Civantos
antoniocivantos.blogspot.com
13 de noviembre de 2011
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