¡QUÉ TRANQUILIDAD GALLEGA!
Después de la victoria electoral de `las derechas´, se me han puesto unos ojos como de búho insomne. Reconozco que no tenía yo mucha confianza en que el censo reaccionara de manera tan patriótica, tan sensata y con tan indefinible inteligencia. Sólo unos cuantos despistados aún persisten en su empecinamiento religioso de creerse la falsa ortodoxia del rojerío socialista. Pero lo malo no es que estos chicos cesantes hayan convertido a España en el paraíso reencontrado del vagabundo, ni que los bancos sean despreciados hasta por la elite de los atracadores de bancos, ni que la Moncloa sea el último refugio de los etarras, ahora en el Parlamento, sino que hayan introducido la fascinación de una estética colindante entre la basura urbana de los indignados y esa sonata de espectros ministeriales con la careta de lady Pajín. Porque una cosa es destruir una nación milenaria y otra muy distinta es infectarla con los virus hospicianos de lo cursi en plan tormenta del desierto. Todos sabemos que lo cursi es la vulgaridad elevada a la categoría de lo sublime. Zapatero, sin ir más lejos, es el ejemplo perfecto de político cursi. Quiero decir que Zapatero ha sido elevado por sus colegas desde su posición callejera de chico de León a todo un presidente de Gobierno. Ahora lo negarán, ya lo sé, pero los suyos lo han considerado durante ocho años como el oráculo de la izquierda planetaria, el paladín de la alianza de civilizaciones, el rey del buen talante, el hechicero del proceso de paz, el guía espiritual del separatismo catalán y, por supuesto, el rey del gasto público a tutti pleni. ¡Así nos ha ido! Y, para colmo, al chaval le ha tocado gestionar la crisis económica más profunda y jodida desde la Segunda Guerra Mundial. El resultado solo podía ser el que ha sido, es decir, la ruina más absoluta del Estado español, tal y como ya advertimos en este periódico hace algunos años. Sin hablar, claro está, del medio millón de empresas que se han ido por el sumidero gracias, sobre todo, a la impetuosa embestida de los sindicatos y sus indemnizaciones a lo Cristiano Ronaldo.
Pues bien, ahora han ganado `los nuestros´ y tienen por delante una tarea que se me antoja algo más que difícil. Yo diría que improbable. Para empezar no pueden caer en la falacia de la propaganda política. Todo lo contrario. Creo que ha llegado el tiempo de decir la verdad. En mi opinión, los socialistas han sido víctimas, no sólo de su inutilidad congénita como gobernantes, sino de su propia publicidad. Por ejemplo, ante las cámaras de televisión, Pepiño, como el párroco de mi pueblo, predicaba el evangelio de la honradez un segundo antes de echar `gasolina de la buena´ en el depósito insaciable de su partido. ¿También en el suyo? Y Elenita Salgado, cada vez que predecía un inminente crecimiento del PIB, se le erizaban los rulos de la permanente, creciéndole, además, una nariz ciranesca.
Ahora Rajoy, cuando le venga en gana romper la ley del silencio, debe explicar a los españoles lo que no explicó en la campaña electoral. Es decir, anunciar de una puta vez cuáles van a ser sus medidas para reducir el déficit público y cuáles para estimular la inversión privada. Yo aconsejaría al nuevo `Primer Ministro´ que le pusiera un poco de alegre candombe al asunto, ¡más muñeira!, no vaya a ser que se le rebrinquen los mercados en un torbellino de cabras montesas. Desde mi punto de vista, el señor Rajoy debería forzar un plazo más corto para el traspaso de poderes. ¿Es que acaso no oye el clamor de las campanas? A mí me parece que este señor de la barba es como la marcha al suplicio de Berlioz. ¡Qué tranquilidad gallega!
Antonio Civantos
antoniocivantos.blogspot.com
27 de noviembre de 2011
19 de noviembre de 2011
UNA VUELTA A LAS LEANDRAS
Hoy no me dejan escribir sobre la música de los candidatos. Dicen que mañana hay elecciones y temen que una metáfora encendida pueda volcar la voluntad del censo hacia el lado más peligroso de la terna. ¿Se acuerdan ustedes de la terna? Un plan quinquenal y todos por la misma senda. Me refiero, claro, a la senda del perdedor. Porque mañana, gane quien gane, los perdedores seremos nosotros. Es decir, los de siempre. En realidad, todos somos víctimas de la estrategia irónica que utilizan los políticos para seducir a las masas. ¿No se han preguntado por qué alguien mataría por gobernar aunque no haya un penique en la caja de los presupuestos? ¿No les espera el fracaso más atronador como regalo navideño? La cuenta sin un duro, los bancos arruinados y una calle caliente llena de okupas y demás parias de la tierra son los mimbres del futuro más previsible de las últimas décadas.
Al final del camino, sólo la Merkel podrá traernos los regalos de Reyes en su trineo apocalíptico. ¡Una lástima que no sea Carla Bruni nuestra hada madrina! Pero así están las cosas. Y les aseguro que la Merkel nos parecerá una de esas `cocottes´ de algún café berlinés de entre guerras cuando llegue con el carrito de los dulces. ¿Quien se lo iba a decir a ella? El euro convertido en la trampa de Europa por culpa de una juerga sureña. No me extraña que los alemanes se suban por las paredes al verse frenados y empobrecidos por un jardín de “latin lovers” en plan Berlusconi y sus falsas colegialas de tarifa y bacaladera.
Por otra parte, reconozco que soy un nostálgico de la peseta, tan rubia ella, tan altisidórica y, sobre todo, tan nuestra, igual que la zarzuela y el gato montés. Sin embargo, hay quien se empecina en adorar al euro como al becerro de oro y les aseguro que dentro del euro no hay ni agua ni azucarillos ni aguardiente. En mi opinión, no hay más tu tía que volver a los orígenes y exhumar la peseta de entre los muertos, si queremos tener alguna posibilidad de volver a los días de vino y de rosas, como en el misterioso poema de Dowson. De otro modo dependeríamos del vértigo de los acontecimientos y, en consecuencia, de la caritativa bondad de los desconocidos. A no ser que nos hayamos convertido en un país de pedigüeños, okupas y otros elegantes de la Puerta del Sol.
Mucho me temo, amigos míos, que para salir de este butrón económico y social haya que volver a la vieja maña franquista de vender sangrías y paellas en este gran chiringuito nacional que es España. Más que ir a votar mañana, hay que desempolvar a Fraga y bañarlo de nuevo en la playa radioactiva de Palomares para que rejuvenezca por la acción vivificadora de esos neutrinos que corren tanto. Porque nadie como Fraga para que España vuelva a oler a bocadillo de calamares, sardinas asadas y cocido de tres vuelcos. Con toda seguridad, lo primero que haría don Manuel sería mandar a sus huestes follanderas a dejar bien alto el pabellón español y chulearles los `travellers´ a las americanas ricas y verriondas. Los españoles tenemos que salvar España a punta de berolo, como antiguamente hicieron nuestros padres y abuelos. El macho ibérico tiene que recuperar sus principios sacrosantos de macho ibérico, a no ser, claro está, que tanta democracia le haya amariconado y su señoría no esté ya para tafetanes y meneos. Como digo, deberíamos de recuperar la peseta, la perra gorda, el relicario y la del manojo de rosas. De lo contrario, nos veremos en una plaza de Bruselas con la escalera, la trompeta y la cabra. Si es que no se ha muerto la cabra.
Antonio Civantos
(antoniocivantos.blogspot.com)
Hoy no me dejan escribir sobre la música de los candidatos. Dicen que mañana hay elecciones y temen que una metáfora encendida pueda volcar la voluntad del censo hacia el lado más peligroso de la terna. ¿Se acuerdan ustedes de la terna? Un plan quinquenal y todos por la misma senda. Me refiero, claro, a la senda del perdedor. Porque mañana, gane quien gane, los perdedores seremos nosotros. Es decir, los de siempre. En realidad, todos somos víctimas de la estrategia irónica que utilizan los políticos para seducir a las masas. ¿No se han preguntado por qué alguien mataría por gobernar aunque no haya un penique en la caja de los presupuestos? ¿No les espera el fracaso más atronador como regalo navideño? La cuenta sin un duro, los bancos arruinados y una calle caliente llena de okupas y demás parias de la tierra son los mimbres del futuro más previsible de las últimas décadas.
Al final del camino, sólo la Merkel podrá traernos los regalos de Reyes en su trineo apocalíptico. ¡Una lástima que no sea Carla Bruni nuestra hada madrina! Pero así están las cosas. Y les aseguro que la Merkel nos parecerá una de esas `cocottes´ de algún café berlinés de entre guerras cuando llegue con el carrito de los dulces. ¿Quien se lo iba a decir a ella? El euro convertido en la trampa de Europa por culpa de una juerga sureña. No me extraña que los alemanes se suban por las paredes al verse frenados y empobrecidos por un jardín de “latin lovers” en plan Berlusconi y sus falsas colegialas de tarifa y bacaladera.
Por otra parte, reconozco que soy un nostálgico de la peseta, tan rubia ella, tan altisidórica y, sobre todo, tan nuestra, igual que la zarzuela y el gato montés. Sin embargo, hay quien se empecina en adorar al euro como al becerro de oro y les aseguro que dentro del euro no hay ni agua ni azucarillos ni aguardiente. En mi opinión, no hay más tu tía que volver a los orígenes y exhumar la peseta de entre los muertos, si queremos tener alguna posibilidad de volver a los días de vino y de rosas, como en el misterioso poema de Dowson. De otro modo dependeríamos del vértigo de los acontecimientos y, en consecuencia, de la caritativa bondad de los desconocidos. A no ser que nos hayamos convertido en un país de pedigüeños, okupas y otros elegantes de la Puerta del Sol.
Mucho me temo, amigos míos, que para salir de este butrón económico y social haya que volver a la vieja maña franquista de vender sangrías y paellas en este gran chiringuito nacional que es España. Más que ir a votar mañana, hay que desempolvar a Fraga y bañarlo de nuevo en la playa radioactiva de Palomares para que rejuvenezca por la acción vivificadora de esos neutrinos que corren tanto. Porque nadie como Fraga para que España vuelva a oler a bocadillo de calamares, sardinas asadas y cocido de tres vuelcos. Con toda seguridad, lo primero que haría don Manuel sería mandar a sus huestes follanderas a dejar bien alto el pabellón español y chulearles los `travellers´ a las americanas ricas y verriondas. Los españoles tenemos que salvar España a punta de berolo, como antiguamente hicieron nuestros padres y abuelos. El macho ibérico tiene que recuperar sus principios sacrosantos de macho ibérico, a no ser, claro está, que tanta democracia le haya amariconado y su señoría no esté ya para tafetanes y meneos. Como digo, deberíamos de recuperar la peseta, la perra gorda, el relicario y la del manojo de rosas. De lo contrario, nos veremos en una plaza de Bruselas con la escalera, la trompeta y la cabra. Si es que no se ha muerto la cabra.
Antonio Civantos
(antoniocivantos.blogspot.com)
13 de noviembre de 2011
EL DIABLEAR DE LOS DIABLOS
Esta es la rosa de los vientos. Gira, se detiene, apunta hacia un hemisferio cuya fortuna ignoramos. ¿Sabemos acaso discernir dónde se halla la fortuna? Así empieza “Vida de una dama galante”, un extraño relato del inefable Juan Perucho, uno de los escritores españoles mas olvidados de nuestra literatura reciente. Gracias a Dios, ahora lo tenemos aquí, entre nosotros, en Messolonghi, la ciudad de los muertos. Todas las tardes viene Perucho al café para asistir a la tertulia de Borges, su amigo del alma, y al que tanto trató de imitar en vida. Pero yo no quiero hablar de mitos literarios, sino de la Rosa de los Vientos o de la Rueda de la Fortuna, tan desfavorable para nuestros intereses. Quiero decir que tenemos el viento de proa y el camino ya se nos hace largo, cansino y lleno de peligros, igual que el regreso de Ulises a Ítaca.
Para empezar, el día 20 de este mes de noviembre, cegaremos a Polifemo, el monstruo de un sólo ojo (el ojo de SITEL) y de los infinitos dosieres y chivatazos. La verdad es que Polifemo tiene su gracia, por qué no; eso sí, siempre y cuando no salga de la cueva para debatir en televisión. Hay personajes que funcionan a pleno rendimiento sólo cuando trabajan en la oscuridad del subsuelo. A la luz del día se les transparentan las intrigas, las falsas mochilas y los micrófonos de confesionario. Como ya habrán adivinado, me refiero, claro está, al tortuoso Rubalcaba (si le das la espalda te la clava) y, sobre todo, a su fama de cotilla social y a su voraz apetito de faisanes soplones. Precisamente, creo que Juan Perucho, en el libro de cocina que escribió con el doctor Castroviejo, nos ofrece una suculenta receta del “paté de faisán”, que es el paté preferido de los etarras a la hora de la merienda. Naturalmente, estos chicos lo acompañan con un champán rosé que les manda Rubalcaba de parte de Zapatero, Camacho, Pompidú y los garzones de turno.
Como es natural, antes de escribir sobre Rubalcaba y su guardia pretoriana, he tomado mis cautelas. No en vano a los diablos les molesta un imperio que les vengan con literaturas. De modo que me he leído a conciencia el “Libro del papa Honorio”, que trata acerca de las precauciones que hay que tomar antes de convocarlos o escribir acerca de cualquiera de ellos. Nos dice Honorio, por ejemplo, que no se puede escribir sobre ningún demonio sin antes protegerse trazando un círculo a nuestro alrededor. Ya saben ustedes que al mago Belarmino de Arriaza se le dobló la columna vertebral como consecuencia de un mal encantamiento. Dios me libre de una cosa parecida. No lo divulguen ustedes, pero he descubierto que Rubalcaba es el representante en España del brujo Pinel, es decir, un diablo de baja estofa que vivió en París hace más de un siglo y que todavía menea la cola, según dicen, como barquero de etarras entre San Sebastián y San Juan de Luz.
Sin ir más lejos, la otra noche, en el debate de televisión, se le vio a Rajoy como paralizado de lengua por culpa del pupilazo ultravioleta de su adversario. Acuérdense de que la mirada de Rubalcaba era paralizante, mefistofélica y en plan de querer electrificar a su oponente, quien se quedó como alelado, preso sin duda del encantamiento diabólico. Estaba claro que Rajoy no sabía lo del círculo a su alrededor, enfrentándose a Rubalcaba sin la protección aconsejada por el papa Honorio. Encima estaba ese tipo, Campo Vidal, otro brujo, quien lleva en la nómina socialista y televisiva desde los tiempos de Estrellita Castro y su bucle melancólico. Sin embargo, arrasaremos.
Antonio Civantos
Esta es la rosa de los vientos. Gira, se detiene, apunta hacia un hemisferio cuya fortuna ignoramos. ¿Sabemos acaso discernir dónde se halla la fortuna? Así empieza “Vida de una dama galante”, un extraño relato del inefable Juan Perucho, uno de los escritores españoles mas olvidados de nuestra literatura reciente. Gracias a Dios, ahora lo tenemos aquí, entre nosotros, en Messolonghi, la ciudad de los muertos. Todas las tardes viene Perucho al café para asistir a la tertulia de Borges, su amigo del alma, y al que tanto trató de imitar en vida. Pero yo no quiero hablar de mitos literarios, sino de la Rosa de los Vientos o de la Rueda de la Fortuna, tan desfavorable para nuestros intereses. Quiero decir que tenemos el viento de proa y el camino ya se nos hace largo, cansino y lleno de peligros, igual que el regreso de Ulises a Ítaca.
Para empezar, el día 20 de este mes de noviembre, cegaremos a Polifemo, el monstruo de un sólo ojo (el ojo de SITEL) y de los infinitos dosieres y chivatazos. La verdad es que Polifemo tiene su gracia, por qué no; eso sí, siempre y cuando no salga de la cueva para debatir en televisión. Hay personajes que funcionan a pleno rendimiento sólo cuando trabajan en la oscuridad del subsuelo. A la luz del día se les transparentan las intrigas, las falsas mochilas y los micrófonos de confesionario. Como ya habrán adivinado, me refiero, claro está, al tortuoso Rubalcaba (si le das la espalda te la clava) y, sobre todo, a su fama de cotilla social y a su voraz apetito de faisanes soplones. Precisamente, creo que Juan Perucho, en el libro de cocina que escribió con el doctor Castroviejo, nos ofrece una suculenta receta del “paté de faisán”, que es el paté preferido de los etarras a la hora de la merienda. Naturalmente, estos chicos lo acompañan con un champán rosé que les manda Rubalcaba de parte de Zapatero, Camacho, Pompidú y los garzones de turno.
Como es natural, antes de escribir sobre Rubalcaba y su guardia pretoriana, he tomado mis cautelas. No en vano a los diablos les molesta un imperio que les vengan con literaturas. De modo que me he leído a conciencia el “Libro del papa Honorio”, que trata acerca de las precauciones que hay que tomar antes de convocarlos o escribir acerca de cualquiera de ellos. Nos dice Honorio, por ejemplo, que no se puede escribir sobre ningún demonio sin antes protegerse trazando un círculo a nuestro alrededor. Ya saben ustedes que al mago Belarmino de Arriaza se le dobló la columna vertebral como consecuencia de un mal encantamiento. Dios me libre de una cosa parecida. No lo divulguen ustedes, pero he descubierto que Rubalcaba es el representante en España del brujo Pinel, es decir, un diablo de baja estofa que vivió en París hace más de un siglo y que todavía menea la cola, según dicen, como barquero de etarras entre San Sebastián y San Juan de Luz.
Sin ir más lejos, la otra noche, en el debate de televisión, se le vio a Rajoy como paralizado de lengua por culpa del pupilazo ultravioleta de su adversario. Acuérdense de que la mirada de Rubalcaba era paralizante, mefistofélica y en plan de querer electrificar a su oponente, quien se quedó como alelado, preso sin duda del encantamiento diabólico. Estaba claro que Rajoy no sabía lo del círculo a su alrededor, enfrentándose a Rubalcaba sin la protección aconsejada por el papa Honorio. Encima estaba ese tipo, Campo Vidal, otro brujo, quien lleva en la nómina socialista y televisiva desde los tiempos de Estrellita Castro y su bucle melancólico. Sin embargo, arrasaremos.
Antonio Civantos
CIERTA FATIGA DEL NORTE
Desde Messolonghi, entendemos que la valquiria Ángela Merkel no es precisamente discípula de su paisano J. J. Winckelmann, aquel arqueólogo alemán que encontró en el ideal de belleza de los griegos la razón principal de su vida. La cancillera alemana debería leer a Herodoto para estar a la altura de las circunstancias. Sobre todo, para saber que la Grecia de Papandreu no es aquella de Platón. Ni mucho menos. Tal vez uno esté equivocado, pero yo creo que desde las correrías de ese bestia parda de Alejandro, un macedonio, al fin y al cabo, Grecia sólo ha dado al mundo quebraderos de cabeza. Aquella Grecia amada, no sólo por Winckelmann, sino también por Marsilio Ficcino, Pico de la Mirandola, Walter Pater, Oscar Wilde y casi todos los estetas que en el mundo han sido, no responde a los postulados de esta otra Grecia moderna, degenerada y arruinada por tirarse a la molicie de los presupuestos generales del Estado. Si los italianos y los españoles hemos ordeñado hasta la extenuación la vaca presupuestaria, los griegos se la han comido cortada en chuletones y a base de ese excelente `Ouzo´ que destilan en la isla de Chíos.
Naturalmente, a la vista del panorama de huelgas, manifestaciones y otras formas de violencia callejera desatado tan sólo por un ligero conato de apretarse el cinturón, Papandreu ha decidido que sean los ciudadanos quienes elijan su futuro. Yo haría lo mismo, claro está. La experiencia histórica nos dice que, salvo los alemanes, ningún pueblo del mundo es proclive al sacrificio para salvar a la patria. Ni siquiera para salvarse a sí mismo. Los sumos sacerdotes de esta sacrosanta actitud, suicida donde los haya, se encuentran, claro está, entre los líderes sindicales, quienes prefieren la ruina del mundo antes que ceder un ápice del poder adquirido. Esta clase de heroísmo sindical, populachero más bien, es lo que ha llevado a Papandreu a un inesperado y peligroso lavatorio de manos, es decir, a quitarse el mochuelo de encima, como vulgarmente se dice. No es para menos. Porque yo creo que cualquier gobernante, democráticamente elegido, solamente está obligado a gobernar, valga la redundancia, si la ciudadanía muestra algún síntoma de estar plenamente civilizada. En caso contrario, lo mejor es dimitir, tomar las de Villadiego y disfrutar de los placeres acuáticos en el lujoso balneario del año pasado en Mariembad. ¿A quién podría interesar, salvo a un milico bananero, ejercer el poder sobre una chusma tonante?
Europa se ha puesto de lo más atractiva y, en mi opinión, merece la pena esperar la respuesta del pueblo griego. Ya veremos el grado de civilización de los herederos de Pericles. Sin embargo, yo siempre he creído en la bondad de la `mayoría silenciosa´. Una mayoría a la que difícilmente se puede engañar más de una vez. Me refiero a que es posible esperar de los griegos una respuesta sensata. De lo contrario, habría que disculpar a los europeos ricos del norte esa cierta fatiga que sienten hacia los pobres del sur. De seguir así las cosas, tarde o temprano, profetizo, los países ricos se desentenderán de los países pobres, una carga demasiado pesada y cara como para llevarla del brazo a través de la Historia. Y no podremos evitarlo, por mucho que nuestros liberados sindicales, asociaciones culturales de okupas y demás estetas de la indignación nos condenen a la perpetuidad de una huelga existencial. El panorama resulta, como digo, sumamente cautivador. De momento, permanecemos, junto a los griegos, con el pie en el acelerador y al borde del precipicio, igual que Thelma y Louise. ¿Se acuerdan? Pero ni los griegos ni nosotros poseemos tanta belleza como ellas. Al menos, desde mi punto de vista.
Antonio Civantos
www.antoniocivantos.blogspot.com
Desde Messolonghi, entendemos que la valquiria Ángela Merkel no es precisamente discípula de su paisano J. J. Winckelmann, aquel arqueólogo alemán que encontró en el ideal de belleza de los griegos la razón principal de su vida. La cancillera alemana debería leer a Herodoto para estar a la altura de las circunstancias. Sobre todo, para saber que la Grecia de Papandreu no es aquella de Platón. Ni mucho menos. Tal vez uno esté equivocado, pero yo creo que desde las correrías de ese bestia parda de Alejandro, un macedonio, al fin y al cabo, Grecia sólo ha dado al mundo quebraderos de cabeza. Aquella Grecia amada, no sólo por Winckelmann, sino también por Marsilio Ficcino, Pico de la Mirandola, Walter Pater, Oscar Wilde y casi todos los estetas que en el mundo han sido, no responde a los postulados de esta otra Grecia moderna, degenerada y arruinada por tirarse a la molicie de los presupuestos generales del Estado. Si los italianos y los españoles hemos ordeñado hasta la extenuación la vaca presupuestaria, los griegos se la han comido cortada en chuletones y a base de ese excelente `Ouzo´ que destilan en la isla de Chíos.
Naturalmente, a la vista del panorama de huelgas, manifestaciones y otras formas de violencia callejera desatado tan sólo por un ligero conato de apretarse el cinturón, Papandreu ha decidido que sean los ciudadanos quienes elijan su futuro. Yo haría lo mismo, claro está. La experiencia histórica nos dice que, salvo los alemanes, ningún pueblo del mundo es proclive al sacrificio para salvar a la patria. Ni siquiera para salvarse a sí mismo. Los sumos sacerdotes de esta sacrosanta actitud, suicida donde los haya, se encuentran, claro está, entre los líderes sindicales, quienes prefieren la ruina del mundo antes que ceder un ápice del poder adquirido. Esta clase de heroísmo sindical, populachero más bien, es lo que ha llevado a Papandreu a un inesperado y peligroso lavatorio de manos, es decir, a quitarse el mochuelo de encima, como vulgarmente se dice. No es para menos. Porque yo creo que cualquier gobernante, democráticamente elegido, solamente está obligado a gobernar, valga la redundancia, si la ciudadanía muestra algún síntoma de estar plenamente civilizada. En caso contrario, lo mejor es dimitir, tomar las de Villadiego y disfrutar de los placeres acuáticos en el lujoso balneario del año pasado en Mariembad. ¿A quién podría interesar, salvo a un milico bananero, ejercer el poder sobre una chusma tonante?
Europa se ha puesto de lo más atractiva y, en mi opinión, merece la pena esperar la respuesta del pueblo griego. Ya veremos el grado de civilización de los herederos de Pericles. Sin embargo, yo siempre he creído en la bondad de la `mayoría silenciosa´. Una mayoría a la que difícilmente se puede engañar más de una vez. Me refiero a que es posible esperar de los griegos una respuesta sensata. De lo contrario, habría que disculpar a los europeos ricos del norte esa cierta fatiga que sienten hacia los pobres del sur. De seguir así las cosas, tarde o temprano, profetizo, los países ricos se desentenderán de los países pobres, una carga demasiado pesada y cara como para llevarla del brazo a través de la Historia. Y no podremos evitarlo, por mucho que nuestros liberados sindicales, asociaciones culturales de okupas y demás estetas de la indignación nos condenen a la perpetuidad de una huelga existencial. El panorama resulta, como digo, sumamente cautivador. De momento, permanecemos, junto a los griegos, con el pie en el acelerador y al borde del precipicio, igual que Thelma y Louise. ¿Se acuerdan? Pero ni los griegos ni nosotros poseemos tanta belleza como ellas. Al menos, desde mi punto de vista.
Antonio Civantos
www.antoniocivantos.blogspot.com
CAFÉ VOLTAIRE
Cuando aquello de la aparición de los tres encapuchados, les juro que se me saltaron las lágrimas del alborozo, como al arcangélico Rubalcaba. Por un momento glorioso me hice ilusiones acerca de una vuelta triunfal del Dadaísmo. En realidad, al ver aquellos disfraces carnavaleros, me pareció que viajaba a través de los enigmas del tiempo, un viaje tal vez propiciado milagrosamente por las nuevas prisas supersónicas del neutrino. Quiero decir que, por un momento glorioso, fui como psicotransportado hasta las moradas filosofales de Hugo Ball y Tristan Tzara. Así es, amigos míos, en mi inocencia pensé que los tres encapuchados, con su aspecto venerable de mayordomos de cofradía, habían surgido, misteriosamente, desde los mismísimos cruasanes del Café Voltaire. Entonces, me dije que no hay como una respuesta estética para combatir los efectos devastadores de una mala gestión de gobierno. Me refiero, claro está, a la maléfica y maligna y ruinosa política del señor Zapatero. En mi opinión, una vuelta repentina hacia una nueva versión del movimiento Dadá sería la solución propicia para subsanar la neurosis colectiva de un pueblo arruinado, insultado, humillado y al borde de todos los abismos más o menos probables.
Sin embargo, mi gozo en un pozo. Los tres encapuchados no surgían como representación y voluntad de un movimiento estético, sino como una antigua contienda territorial inventada hace poco más de medio siglo. En el fondo, cuando les vi en la pantalla del televisor, algo me dijo dentro de mí que esas chapelas no podían anunciar nada bueno, aunque algún imbécil diga lo contrario. Pero como enseguida acudió Rubalcaba con la masa encefálica al descubierto y luego vino Pepiño y apareció Zapatero y también esa otra gorda del PSOE, pensé que por fin en España se daba una respuesta estética a los problemas de la crisis. ¿Qué otra solución se puede aportar a una hecatombe semejante? Porque cuando no hay dinero ni para papel de fumar, ¡que no lo hay!, lo mejor es refugiarse en los salones del arte. Pero no en los salones de un arte burgués y bancario cualquiera, ni mucho menos, sino que hemos de profundizar y cavar hasta las mismas zahúrdas de la imaginación y sacar de allí lo necesario para sobrevivir a la miseria y a políticos tan rastreros, por ejemplo, como don Pedro Solbes, aquel cobarde que huyó de la razón cuando la razón aún era posible. El señor Solbes sabía cuál era el futuro de España porque lo vio reflejado en la frente de Zapatero, tan claro y diáfano como un cielo de primavera. Ese fue el motivo de su magistral y patriótico mutis por el foro.
Y aquí estamos, mis querido amigos, dilucidando si el comunicado etarra es el evangelio del `Nuevo Dadaísmo´ español o es una versión reducida de las Súmulas de Medina del Campo. Porque hay que reconocer que los españoles, aunque no inventamos el Dadaísmo, siempre fuimos los más dadaístas del mundo. Personalmente creo que el Café Voltaire se merecía haber estado situado en cualquier ciudad española. Incluso hay quien dice que fue Ramón, en la botillería de Pombo, quien realmente creó el movimiento Dadá. Yo también lo creo. ¿Qué terrorista del mundo, por ejemplo, resulta más dadá que esos encapuchados con boina y voz de vicetiple? ¿Qué político europeo es más dadaísta que Pepiño Blanco y sus maletines de gasolinera? ¿Qué mítines son más surrealistas que los de Rubalcaba y sus promesas de empleo? El espíritu del Café Voltaire, aunque suizo, hoy aletea sobre las aguas pantanosas de la ruina de España. Tristan Tzara estaría orgulloso de vivir ahora en nuestro país, aunque fuera, claro está, en calidad de emigrante rumano. Tristan Tzara sería un parado más y votaría sin duda a Rubalcaba. Y es que el Dadaísmo es así de cabronazo. No vayan a creerse.
Antonio Civantos
antoniocivantos.blogspot.com
Cuando aquello de la aparición de los tres encapuchados, les juro que se me saltaron las lágrimas del alborozo, como al arcangélico Rubalcaba. Por un momento glorioso me hice ilusiones acerca de una vuelta triunfal del Dadaísmo. En realidad, al ver aquellos disfraces carnavaleros, me pareció que viajaba a través de los enigmas del tiempo, un viaje tal vez propiciado milagrosamente por las nuevas prisas supersónicas del neutrino. Quiero decir que, por un momento glorioso, fui como psicotransportado hasta las moradas filosofales de Hugo Ball y Tristan Tzara. Así es, amigos míos, en mi inocencia pensé que los tres encapuchados, con su aspecto venerable de mayordomos de cofradía, habían surgido, misteriosamente, desde los mismísimos cruasanes del Café Voltaire. Entonces, me dije que no hay como una respuesta estética para combatir los efectos devastadores de una mala gestión de gobierno. Me refiero, claro está, a la maléfica y maligna y ruinosa política del señor Zapatero. En mi opinión, una vuelta repentina hacia una nueva versión del movimiento Dadá sería la solución propicia para subsanar la neurosis colectiva de un pueblo arruinado, insultado, humillado y al borde de todos los abismos más o menos probables.
Sin embargo, mi gozo en un pozo. Los tres encapuchados no surgían como representación y voluntad de un movimiento estético, sino como una antigua contienda territorial inventada hace poco más de medio siglo. En el fondo, cuando les vi en la pantalla del televisor, algo me dijo dentro de mí que esas chapelas no podían anunciar nada bueno, aunque algún imbécil diga lo contrario. Pero como enseguida acudió Rubalcaba con la masa encefálica al descubierto y luego vino Pepiño y apareció Zapatero y también esa otra gorda del PSOE, pensé que por fin en España se daba una respuesta estética a los problemas de la crisis. ¿Qué otra solución se puede aportar a una hecatombe semejante? Porque cuando no hay dinero ni para papel de fumar, ¡que no lo hay!, lo mejor es refugiarse en los salones del arte. Pero no en los salones de un arte burgués y bancario cualquiera, ni mucho menos, sino que hemos de profundizar y cavar hasta las mismas zahúrdas de la imaginación y sacar de allí lo necesario para sobrevivir a la miseria y a políticos tan rastreros, por ejemplo, como don Pedro Solbes, aquel cobarde que huyó de la razón cuando la razón aún era posible. El señor Solbes sabía cuál era el futuro de España porque lo vio reflejado en la frente de Zapatero, tan claro y diáfano como un cielo de primavera. Ese fue el motivo de su magistral y patriótico mutis por el foro.
Y aquí estamos, mis querido amigos, dilucidando si el comunicado etarra es el evangelio del `Nuevo Dadaísmo´ español o es una versión reducida de las Súmulas de Medina del Campo. Porque hay que reconocer que los españoles, aunque no inventamos el Dadaísmo, siempre fuimos los más dadaístas del mundo. Personalmente creo que el Café Voltaire se merecía haber estado situado en cualquier ciudad española. Incluso hay quien dice que fue Ramón, en la botillería de Pombo, quien realmente creó el movimiento Dadá. Yo también lo creo. ¿Qué terrorista del mundo, por ejemplo, resulta más dadá que esos encapuchados con boina y voz de vicetiple? ¿Qué político europeo es más dadaísta que Pepiño Blanco y sus maletines de gasolinera? ¿Qué mítines son más surrealistas que los de Rubalcaba y sus promesas de empleo? El espíritu del Café Voltaire, aunque suizo, hoy aletea sobre las aguas pantanosas de la ruina de España. Tristan Tzara estaría orgulloso de vivir ahora en nuestro país, aunque fuera, claro está, en calidad de emigrante rumano. Tristan Tzara sería un parado más y votaría sin duda a Rubalcaba. Y es que el Dadaísmo es así de cabronazo. No vayan a creerse.
Antonio Civantos
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CONDOLENCIAS EN LA MONCLOA
Agachapandado en la Moncloa, el cadáver se lame las heridas como si estuviera vivo. Mejor sería que doña Sonsoles le diera friegas de formol para que al menos su mirada fosforeciera, astral y lobuna, en la noche postrera de su reinado. Tal vez no lo sepan, pero les juro que el cadáver, acartonado en su trono, pasa los últimos días de Pompeya recibiendo visitas desconsoladas. Sin ir más lejos, Pepiño presentó ayer sus respetos después de repostar en la gasolinera de Rios Rosas. Más tarde, el gallego se pasó por Ferraz para dejar unos galones, antes de subir al ático y dejar la carga entre cerrojos codificados. También me dicen que Josu Ternera, después de sus prácticas de tiro, suele pasarse por la capilla ardiente para charlar un rato con el cadáver. La charlotada de San Sebastián, precisamente, surgió de esos rezos a dos manos en una noche de oráculos. El cadáver y Ternera no piensan dejar de rezar hasta que se crucen los trenes soleados de la independencia vasca. Feliz ese día de difuntos en que el cadáver será trasladado, entre himnos y salterios, a la catedral de León.
Me cuentan que también el ministro del Interior, con su loca tendencia al contoneo, se presentó en Moncloa acompañado de media docena de indignados, todos ellos vestidos con librea y pelucas a lo Chateaubriand. El señor ministro llegó directamente de su palacio en la calle Carretas, Hotel Madrid, después de darse un baño de agua caliente y sales perfumadas, como si fuera la reina del alegre candombe. Perdonen si les hiere la comparación, pero yo creo que los jóvenes indignados se parecen cada vez más a los `sans-culottes´ de Robespierre, sólo les falta la bayoneta calada y una alimentación menos proteica. Por lo demás, demuestran el mismo entusiasmo. Resulta raro que aún no hayan levantado la guillotina en la Puerta del Sol.
¿Se imaginan a Rubalcaba en plan `tricoteuse´?
Por cierto, Rubalcaba ha venido y nadie sabe cómo ha sido. El cadáver, al verlo allí delante, rezando sus oraciones en el libro rojo, como mínimo se ha puesto nervioso. Rubalcaba ni entre rezos parece de confianza. Incluso han tenido que recoger a toda prisa la poca plata que aún queda en la Moncloa. Rubalcaba, pálido como el jade, apiña sus deditos para explicar la estrategia que derrotará la avariosis vitalicia de los `mercados´. El cadáver le da su bendición y el candidato se retira entre miradas de tristeza dolorida y suspiros al borde del silencio. A Rubalcaba le espera en la puerta su utilitario rojo, seguido de los cien mil coches oficiales del Estado, más los cien mil chóferes incluidos, es decir, los cien mil hijos de San Luis del socialismo español.
Al fin, llegaron las niñas a ofrecer sus condolencias. Doña Sonsoles las recibió con un juego de café conmemorativo de Suresnes y otras bulerías. Maria Teresa, cara volpina y ojos insinuantes. Elenita Salgado, una señora mínima de rostro apretujado entre bonos del Tesoro, tan volátiles como pompas de jabón. Rosita Aguilar, la Verónica de los comunistas, traidora, con el rostro de Julio Anguita tornasolado en el paño. Bibiana Aído, “poupée de cire, poupée de son”, coronela de un tropel de feministas, zurcidoras de honras y otras `miembras´ equidistantes entre el amor y la guerra. Leire Pajín, noblemente robusta, teñido el pelo de mil fuegos, titiritera hambrienta, su mirada larga y espesa, como el vaho de la lluvia. El cadáver las mira y se sobrepone a la emoción de verlas allí reunidas, alrededor se su trono mortuorio, jugando al corro de la patata, como en aquellos tiempos gloriosos de Guadalajara. El cadáver llora con sus ojos nublados de lejanías. Pues bien, chicas, hasta aquí hemos llegado, les dice. ¿Queda algo ahí fuera? Me temo que no, presidente, le responden. Tan sólo ruina y desolación.
Antonio Civantos
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Agachapandado en la Moncloa, el cadáver se lame las heridas como si estuviera vivo. Mejor sería que doña Sonsoles le diera friegas de formol para que al menos su mirada fosforeciera, astral y lobuna, en la noche postrera de su reinado. Tal vez no lo sepan, pero les juro que el cadáver, acartonado en su trono, pasa los últimos días de Pompeya recibiendo visitas desconsoladas. Sin ir más lejos, Pepiño presentó ayer sus respetos después de repostar en la gasolinera de Rios Rosas. Más tarde, el gallego se pasó por Ferraz para dejar unos galones, antes de subir al ático y dejar la carga entre cerrojos codificados. También me dicen que Josu Ternera, después de sus prácticas de tiro, suele pasarse por la capilla ardiente para charlar un rato con el cadáver. La charlotada de San Sebastián, precisamente, surgió de esos rezos a dos manos en una noche de oráculos. El cadáver y Ternera no piensan dejar de rezar hasta que se crucen los trenes soleados de la independencia vasca. Feliz ese día de difuntos en que el cadáver será trasladado, entre himnos y salterios, a la catedral de León.
Me cuentan que también el ministro del Interior, con su loca tendencia al contoneo, se presentó en Moncloa acompañado de media docena de indignados, todos ellos vestidos con librea y pelucas a lo Chateaubriand. El señor ministro llegó directamente de su palacio en la calle Carretas, Hotel Madrid, después de darse un baño de agua caliente y sales perfumadas, como si fuera la reina del alegre candombe. Perdonen si les hiere la comparación, pero yo creo que los jóvenes indignados se parecen cada vez más a los `sans-culottes´ de Robespierre, sólo les falta la bayoneta calada y una alimentación menos proteica. Por lo demás, demuestran el mismo entusiasmo. Resulta raro que aún no hayan levantado la guillotina en la Puerta del Sol.
¿Se imaginan a Rubalcaba en plan `tricoteuse´?
Por cierto, Rubalcaba ha venido y nadie sabe cómo ha sido. El cadáver, al verlo allí delante, rezando sus oraciones en el libro rojo, como mínimo se ha puesto nervioso. Rubalcaba ni entre rezos parece de confianza. Incluso han tenido que recoger a toda prisa la poca plata que aún queda en la Moncloa. Rubalcaba, pálido como el jade, apiña sus deditos para explicar la estrategia que derrotará la avariosis vitalicia de los `mercados´. El cadáver le da su bendición y el candidato se retira entre miradas de tristeza dolorida y suspiros al borde del silencio. A Rubalcaba le espera en la puerta su utilitario rojo, seguido de los cien mil coches oficiales del Estado, más los cien mil chóferes incluidos, es decir, los cien mil hijos de San Luis del socialismo español.
Al fin, llegaron las niñas a ofrecer sus condolencias. Doña Sonsoles las recibió con un juego de café conmemorativo de Suresnes y otras bulerías. Maria Teresa, cara volpina y ojos insinuantes. Elenita Salgado, una señora mínima de rostro apretujado entre bonos del Tesoro, tan volátiles como pompas de jabón. Rosita Aguilar, la Verónica de los comunistas, traidora, con el rostro de Julio Anguita tornasolado en el paño. Bibiana Aído, “poupée de cire, poupée de son”, coronela de un tropel de feministas, zurcidoras de honras y otras `miembras´ equidistantes entre el amor y la guerra. Leire Pajín, noblemente robusta, teñido el pelo de mil fuegos, titiritera hambrienta, su mirada larga y espesa, como el vaho de la lluvia. El cadáver las mira y se sobrepone a la emoción de verlas allí reunidas, alrededor se su trono mortuorio, jugando al corro de la patata, como en aquellos tiempos gloriosos de Guadalajara. El cadáver llora con sus ojos nublados de lejanías. Pues bien, chicas, hasta aquí hemos llegado, les dice. ¿Queda algo ahí fuera? Me temo que no, presidente, le responden. Tan sólo ruina y desolación.
Antonio Civantos
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