BUENAS NOCHES Y BUENA SUERTE
La película de George Cloony no salió muy oscarizada que digamos. Ya saben a cuál me refiero, Buenas noches y buena suerte, que trata de la famosa caza de brujas del inefable senador Joseph McCarthy. Claro que la cacería ya se venía preparando desde los años treinta, en un esfuerzo desesperado por contrarrestar el desplazamiento a la izquierda de los intelectuales americanos. La Gran Depresión fue un magnífico caldo de cultivo para la certera propaganda de Stalin. Téngase en cuenta que el Comité de Actividades Antiamericanas, la Comisión Dies, fue creado en 1938, en plena Administración Roosevelt. El macartismo, por tanto, fue una consecuencia de la década anterior y, sobre todo, del miedo colectivo al poder atómico soviético. Quiero decir que la guerra fría entre las dos potencias comenzó mediante una tenebrosa pesadilla vivida en la democracia americana. Curiosamente, la Unión Soviética no correspondió, al menos de manera explícita, con otra caza de brujas en su territorio, aunque soterradamente Stalin llevara quince millones de disidentes asesinados. Lo extraño fue que los intelectuales de izquierdas de todo el mundo nunca supieron qué hacer con tanto muerto. No sabían si enterrarlos exhibirlos como un macabro botín de su inteligencia. Hasta miraron para otro lado cuando los tanques aplastaron aquella gloriosa primavera de Praga de 1968.
Sin embargo, estamos en América, en plena perversión constitucional. Una Constitución pervertida da pábulo a muchas tropelías. Y la caza de brujas de MacCarthy consistió, sobre todo, en una lectura perversa de la Carta Magna americana. Con la perspectiva de algunos años, lo más entretenido de los años macartistas, lo que más nos excita, es saber quiénes son los héroes y quiénes los villanos. Recuerdo que en la década de los setenta, mis amigos más leídos solían, según la información de libros y revistas, confeccionar las listas de unos y otros. Los héroes son, por ejemplo, Humphrey Bogart, Chaplin, Dalton Trumbo, Arthur Miller, etc. Y en las filas de los soplones están, entre otros muchos, Robert Taylor, Edward Dmytrik y Elia Kazan. Intelectualmente, fue muy fructífera la lucha ideológica entre Arthur Miller y Elia Kazan, una lucha que se dirimió apasionadamente y, sobre todo, en el campo de batalla de la respectiva producción artística.
En mi caso particular, yo siempre estuve de parte de los soplones. A decir verdad, los héroes suelen provocarme una especie de sarpullido picajoso por todo el cuerpo. Yo creo que, en aquellas circunstancias, es posible que me hubiese inclinado por delatar a mis colegas. Conozco mis debilidades y cobardías y no suelo resistirme a ninguna de ellas. De hecho, las traiciones que mejor comprendo y perdono son las de mis amigos. En realidad, la vida es como una continua caza de brujas. No pasa un instante en que no vivamos en la tesitura de caer en la traición o abrazarnos a la lealtad heroica. ¡Y es tan agotador comportarse como un héroe! A Arthur Miller, por ejemplo, sólo le admiro por su boda con Marilyn Monroe y por haber engendrado a su prodigiosa hija Rebecca Miller. Por lo demás, me parece un intelectual tan pesado como insoportable. ¿No se han agotado ustedes con la pesantez de sus memorias?
Sin embargo, Elia Kazan es para mí uno de los grandes de la historia de Hollywood. Por eso no me ha gustado la película de Cloony. Demasiado heroísmo, demasiada integridad, demasiada pureza, demasiados principios morales mantenidos a golpe de micrófono. Yo prefiero películas como “La ley del silencio”, con seres humanos en pleno bullicio de su terrible naturaleza. Me gustaría, en definitiva, ser como Elia Kazan, sin eludir ni una sola de sus debilidades. Faltaría más.
Antonio Civantos
31 de mayo de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario