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13 de noviembre de 2016

OVIDIO
Diario

Marbella, 12 de noviembre

Un día soleado. Trabajo toda la mañana. A la una y media doy un paseo hasta el faro, como en la novela de Virginia Woolf. Compro el periódico por ver si trae alguna otra foto de Melania Trump. Por fin la Casa Blanca, después de casi tres siglos, se ilumina con la belleza de la mujer.  ¿Una “femme fatale” de la política? Daría cualquier cosa porque así fuera.
Almuerzo con los Dalton en el “Hogar del Pescador”. Hablamos acerca de la película de anoche en televisión: “Eyes Wade Shut”, de Stanley Kubrick. Ellos también la vieron. Como no está Dora Malengo, qué más quisiera yo, me decido por preguntar a Liza Dalton lo mismo que pregunta aquel playboy del baile, Sky du Mont, a Nicole Kidman: ¿Has leído, del poeta latino Ovidio, “El arte de amar”? Pienso que con una pregunta así se podría conquistar a todo un firmamento de mujeres. Pero me equivoco. Liza Dalton ni lo ha leído ni le interesan los poetas latinos ni sabe de qué va la vaina. Claro que tampoco Paul, su marido, consigue apelar a su erudición. Hace tiempo que he llegado a la conclusión de que todos los maridos se parecen. Igual que los chinos.
Sin embargo pongo sobre la mesa el mensaje de la película de Kubrick. Si bien primero trato de defender la importancia del autor de la historia, Arthur Schnitzler, un novelista austríaco. Su obra se titula “Relato soñado”, y en ella se inspira Kubrick para rodar la película. Pero reconozco que me gusta más la versión del cineasta, mucho más inteligente, aunque no tenga en su haber la imaginación creativa. La originalidad.
¿De qué estamos hablando? Obviamente del sexo en su versión más tentadora, es decir, del sexo furtivo, adulterino, aventurero y, por supuesto, peligroso hasta límites insospechados. Como en el caso del personaje masculino, hay que tener suerte para salir ileso de caer en tentación. También ella es compensada y tentada en sueños. Y es que el placer aumenta con la prohibición y el peligro. De ahí su atractivo.
Duermo la siesta hasta las seis de la tarde. Vuelvo al trabajo. A las diez suena el teléfono. Es mi amigo José Antonio de Guzmán. Me invita a cenar en “Los Bandidos”, un restaurante de Puerto Banús. Acepto encantado. Pero no me advierte que viene con dos mujeres colgadas del brazo. Una se llama Lili y la otra Fini. A mí me presenta como Roberto de Montesquiou. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para aguantar la risa. Lili es una rubia de peluquería de barrio, el pelo corto y ralo y las orejas de soplillo. Lleva un vestido rosa que le deja los brazos al descubierto, pero me parecen tan delgados y fibrosos como los de una reina. Yo los prefiero algo más reborondos y descolgados. En cambio Fini es morena, de más encarnadura, y si no tuviera los ojos tan separados y la nariz tan chata se la podría considerársela como una mujer guapa. Pero no lo es. Fini es el amor momentáneo y circunstancial de José Antonio.
Nunca me lo perdonaré, pero caigo en la tentación de probar con Lili la eficacia de la frase . Me refiero a la frase de Sky du Mont a Nicole Kidman.
--¿Has leído, del poeta latino Ovidio, “El arte de amar”?
--José Antonio, a ver si resulta que tu amigo es un pervertido.
--Roberto, ¿qué les ha dicho?
--Sólo le he preguntado si ha leído el “Ars amandi”.
--Lo siento mucho, pero tenéis que perdonar a mi amigo, no en vano es de origen francés y ya se sabe cómo son los franceses.
--Pues la verdad es que para ser francés no tiene mucho acento –dice Fini, tratando de arrugar una nariz que casi no tiene.
O sea que me obligan a pedir perdón por no tener acento francés y, sobre todo, por lo de Ovidio y su arte amatoria. Así que José Antonio cambia el rumbo y nos habla de la elección de Donald Trump. Excepto yo, todos se sienten indignados, como si los americanos hubieran bailado sobre las tumbas de sus muertos. A poco me expulsan del cónclave cuando les digo que los excesos de Trump, si es que llegara a cometerlos, me servirían de entretenimiento. La vida es demasiado aburrida para despreciar a un personaje de tan alto voltaje.
--Ni gato ni perro de aquella color, como decía Quevedo --interviene José Antonio, siempre tan erudito y oportuno en cualquier materia que se discuta.
Creo que no se esfuerzan por comprenderme. ¿Pero qué importancia tiene que la política americana se precipite ahora en el “fauvismo”? En todo caso, siempre nos quedaría Melania.  ¿Habrá leído esta chica, del poeta latino Ovidio, “El arte de amar”? Me gustaría preguntárselo algún día. Lo que no sé es si ella concedería tal honor a un tipo que ni siquiera ha llegado a presidente de una comunidad de vecinos. Y es que los lectores de Ovidio nunca tuvimos demasiada suerte con las mujeres.








 

        
        
        
          







    


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