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26 de marzo de 2016

ROWLAND BARBER



No me jodas, Rowland, o sea que eras un buen escritor y te ningunearon como si fueras el chico de los recados. Eso fue lo primero que le dije, casi con las mismas palabras, nada más sentarnos en un bar de la segunda avenida. El bar era “The Penrose” y había mucho ambiente. Ocupamos una mesa que hay junto a una de las ventanas que dan a la calle. A Rowland le gustó mucho porque veía pasar la gente y eso era lo que más le entretenía en su situación de muerto. Así me lo dijo. La verdad es que al principio me pareció un tipo extraño, aunque por su aspecto podría pasar completamente desapercibido. Se había puesto un traje gris, camisa gris clara, corbata azul y unos mocasines blancos, un conjunto que lo asemejaba con el americano medio de los años cincuenta. Sin embargo, había algo en él que me inquietaba y tal vez fuese su extrema timidez, como si aún, después de muerto, le tuviera miedo a la vida. Tal vez el pobre Rowland estaba más inquieto que de costumbre por la sencilla razón de que desde su muerte era la primera vez que visitaba Nueva York.
--¿Qué tal si nos pedimos un par de güisquis? –le pregunté para romper el hielo.
--Antes de combatir en esa batalla prefiero una jarra de cerveza y una hamburguesa gigante.
--Entonces, permite que yo también me una al banquete previo.
--¿Sabes lo que más me gusta de estar muerto?
--Que no tienes que pagar impuestos, supongo.
--Pues que mi pelo ha vuelto a ser negro, como cuando era joven.
--Yo diría que tu juventud me resulta insultante. ¿No te hace ilusión?
Desde aquel momento nuestro encuentro adquirió tintes muy distintos, incluso a Rowland se le puso una cara más amplia y clara y se le abrió una sonrisa de lo más agradable y como de buenos amigos. Joder, qué diferencia. Parecía otra persona, mucho más jovial y tal que si tuviera toda la vida por delante.
No quise empezar con las preguntas serias y me dije que lo mejor sera que ﷽﷽﷽﷽ ue lo mejor sertalla de oscuraee la pel, mientras me excitaba viendo un estriptis a gracias a la literatura y ía esperar a que las hamburguesa entraran en sus cuartos menguantes. La verdad es que estaban cojonudas y la cerveza resbalaba con generosidad por nuestros gaznates. Rowland tenía tanta sed que llamó a la camarera para pedirle otro par de jarras. Me pareció que debía esperar incluso a que los hocicos estuvieran limpios de kétchup y mostaza para entrar definitivamente en materia. Pero la cosa no terminó con las hamburguesas, sino que seguimos con un par de raciones de tarta de manzana y sendos cafés recién importados de los mismísimos cafetales brasileiros, muy cerca de Sao Paulo. Pues bien, después de que cada uno encendiera su habano, me dije que era el momento perfecto para abordarlo con otra clase de preguntas.
--Te decía que has sido un buen escritor, pero que te han ninguneado continuamente y…
--Perdona, pero ahora sí que me gustaría tomar un buen güisqui. ¿Qué te parece si pedimos un Knockando de 20 años? ¿Supongo que habrás traído dinero suficiente para pagarme cualquier capricho? Ese fue el trato.
Volví a llamar a la camarera para que atendiera por partida doble la petición de Rowland, que se quedó mirándole el culo como si nunca hubiera visto un culo oculto bajo una falda.  No me fue difícil llegar a la conclusión que los deseos no desaparecen con la muerte. Hasta es probable que aumenten de manera considerable, dado el apetito tan generalizado que Rowland me demostró en cualquier dirección que mirara. Lo mejor de todo fue que no tuve necesidad de repetirle la jodida pregunta.
--Pues claro que todos me ningunearon, desde los editores de libros, los directores de cine, los guionistas, los críticos literarios y hasta los historiadores de la literatura americana. No es que yo quiera pasar a la historia al lado de los grandes escritores, no soy tan pretencioso ni tan iluso, pero me molesta enormemente que mi nombre no se mencione ni cuando la obra es mía. A cada uno se le debería dar lo que le corresponde. Por ejemplo, yo no figuro como autor en la cubierta de la edición española de “Harpo, habla”. Creo que viene una tal Elvira Lindo como autora del prólogo, pero te aseguro que el libro lo escribí yo solito, sin esa Elvira Lindo al lado ni nadie que se le parezca. Por cierto, ¿quién es esa tía?
--Te aseguro que no tengo idea de quién pueda ser…
--Harpo Marx sólo me contó su vida delante de un magnetofón y yo tuve que ordenar todo ese material, más el que por mi cuenta recabé de otras fuentes. No es justo por tanto que mi nombre aparezca en la página cinco y figure como colaborador. Yo no quiero otra cosa que mi nombre venga escrito donde le corresponde. Ya sé que no fui un escritor de los grandes, pero tampoco me merezco un desprecio de ese calibre.
--Dicen que el pionero de ese género llamado “novela de no ficción” fue Truman Capote con su novela “A sangre fría”, pero me parece que se olvidaron de “Marcado por el odio”, escrita por ti algo así como doce años antes. ¿Qué tienes que decir al respecto?
--A estas alturas me importa un carajo lo que todo el mundo crea o piense. Esa novela empecé a escribirla a comienzos de los años cincuenta, si mal no recuerdo, y Robert Wise la llevó al cine en 1956. La película tuvo mucha publicidad porque la iba a protagonizar James Dean, pero antes de empezar el rodaje se mató en aquel terrible accidente y fue sustituido por Paul Newman. A rey muerto, rey puesto. Y la verdad es que esa clase de publicidad de tinte tan siniestro y totalmente gratuita me vino muy bien porque la película tuvo mucho éxito y de rebote yo vendí bastantes libros por todo el mundo. Eso sí, en la cubierta no sólo venía mi nombre sino también n﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽cky Graziano mundo. Eso se tan siniestro me vino muy bien porque la peluestollevscribe su muerte. el de Rocky Graziano. Todo fue por la publicidad que el nombre del boxeador llevaba consigo, pero es que mi nombre aparece debajo del suyo, como si yo fuera el pinche de la obra. Por eso mucha gente creyó que fue Rocky quien escribió la novela y Rocky era un chico listo y un buen tío, pero completamente analfabeto, maldita sea, cómo iba a escribir algo semejante.
--Desde luego, a mi me ha parecido una gran novela. De las mejores en su género. La he leído con el placer que me ha faltado en la lectura de otras muchas. ¿Lo debiste pasar muy bien escribiéndola?
--Es que Rocky, a pesar de lo mal que lo pasó en la vida, sobre todo en los primeros veinticinco años, era un tipo muy abierto y tremendamente gracioso. No le quedó demasiado resentimiento y parecía una persona equilibrada, dentro de la locura habitual de los boxeadores, claro está, pero sin cuentas pendientes que ajustar con el mundo. Él decía que había repartido tanta leña, tan fuerte y con tanto odio, que ya no le quedaba nada dentro y que estaba en paz con todas las personas que lo habían dañado y con la vida en general. Le aseguro que fue un libro que escribí con mucha facilidad y que me hizo sentir que por fin había conseguido ser escritor.
--O sea que la novela sobre la vida de Harpo Marx fue coser y cantar.
--No tanto como coser y cantar, pero he de reconocer que cuando lo escribí, empleando la misma técnica narrativa que el anterior, me divertí tanto o más que con el de Rocky. Harpo era un tío genial, como todos sus hermanos, y, a cada instante, sin que nadie lo esperara, se le ocurrían un sinfín de trastadas geniales y el muy cabrón me hizo reír como nunca me había reído antes.
--Cuando lo leí me interesó mucho la relación que tuvo Harpo con los componentes de la Mesa Redonda del Algonquín.
--A mí también me sorprendió esa relación desde el principio, ya que esa mesa estaba compuesta por gente catalogada como del tipo intelectual. Había dramaturgos como Charly MacArthur, novelistas como F. P. Adams, Dorothy Parker y Edna Ferber, guionistas como Donald Ogden Stewart, críticos de teatro como Alexander Wollcott, directores de teatro como Kaufman, una pintora como Noysa McMain, también estaba Harold Ross, que fue el creador de la revista New Yorker, en fin, había toda esta clase de personajes cuya compañía resulta muy difícil de conseguir por lo cerrados que suelen ser estos círculos. Sin embargo, Harpo fue acogido por todos ellos gracias a lo ingenioso de sus actuaciones en Broadway. Concretamente fue el mordaz Aleck Wollcott quien se quedó prendado de él y, después de dedicarle una buena crítica en el New York Times, lo visitó en el camerino y se lo llevó a una partida de póker en el Hotel Algonquín. No volvió a salir de allí, metafóricamente hablando, claro. Harpo decía que su misión en la Mesa Redonda era escenificar el silencio, ya que él era el único capaz de permanecer callado. Debía resultar difícil hacerse escuchar entre tantas voces tratando de abrirse paso al mismo tiempo.
--También escribiste otra novela titulada “The night they raided Minsky´s”, que luego fue llevada al cine por William Friedkin. No es una película memorable, en mi opinión, pero al menos sale tu nombre como autor del libro en los títulos de crédito.
--Las adaptaciones cinematográficas despojan de todo protagonismo al autor literario. Parece mentira que el cine se sostenga gracias a la literatura y, por supuesto, a la fotografía, y todo lo que consigue el escritor, lo mismo que el fotógrafo, es desaparecer de escena en favor de los actores y del director de la película.
--El director es la estrella…
--Y yo estoy de acuerdo con esa afirmación, sin duda alguna, pero sin escritores ni fotógrafos no habría cine, maldita sea, y deberíamos recuperar el sitio que nos corresponde.
--Oye Rowland, ¿es verdad que el personaje que interpreta Britt Ekland, es decir, el de Rachel Schpitendavel, existió de verdad?
--Existió un personaje parecido que yo conocí cuando era joven, pero sólo me sirvió como argamasa para construir el personaje de ficción. Una noche, en un cabaret, mientras me excitaba viendo un estriptis, se me ocurrió pensar acerca de quién sería la primera mujer que se desnudara como espectáculo y se me ocurrió inventar la historia de Rachel Schpintendavel. No es porque yo la haya escrito, claro, pero a mí la novela de siempre me ha parecido mucho mejor que la película, dónde va a parar, vamos, como de aquí a Florida. Entre otras cosas, la Raquel que yo imaginé no se parece en nada a Britt Ekland, pero absolutamente en nada. Tampoco los demás personajes tienen algo que ver con los de la película. Un bodrio de cinta. Lo que yo te diga.
         Así que nos tomamos otro par de güisquis y nos fuimos dando un paseo hasta la Quinta Avenida. Entramos en Tiffany , pero sólo en plan mirones y te aseguro que no compramos ni un anillo de hojalata; sin embargo, aquella visita sirvió para que Rowland se acordara de Truman Capote y echaras pestes sobre su tumba.
--Ese tipo, además de un mariconazo y un chupapollas, es el impostor que me quitó la gloria de haber inventado la “novela de no ficción”. ¿Cómo es posible que nadie tuviera en cuenta “Marcado por el odio”?
--Magnífica novela, Rowland, de las mejores novelas americanas que he leído. A la altura de las de Marc Twain y muy superior a cualquiera de las de Hemingway. Sobre todo a las de Hemingway.
--¿Lo dices en serio?
--Completamente en serio.
--Dios te bendiga.


                 








        
           





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