Es el primer muerto que se me
aparece vestido de granjero. Se presentó en el hotel donde me hospedaba en
Nueva Orleans, el Hotel Roosevelt, y me dijo que él habría preferido que la entrevista se efectuase
en Oxford, Mississippi, que es la ciudad donde él residió de vivo y donde ahora
reside de muerto.
El
caso es que cuando le dije que si él se consideraba un miembro de la "Generación
Perdida", de haber tenido un rifle me habría disparado como a cualquier oso pardo de los que salen en sus magníficos relatos. Desde mi punto de vista, William Faulkner, miembro o no de esa maldita generación, es uno de los grandes escritores de la literatura mundial.
--No
se enfade señor Faulkner, pero en todos los libros de literatura usted aparece como perteneciente a la "Generación Perdida", junto a Hemingway, Steimbeck, Dos
Passos y Fitzgerald.
--Que
yo sepa aquí no se ha perdido nada ni nadie y menos una generación. ¿Pero cómo
es posible tanta imbecilidad? De cualquier manera yo no pertenezco a ningún
círculo, grupo, mesa redonda o generación que algún descerebrado quiera formar
y de paso sienta la tentación de incluirme. Tengo mis influencias, como todos
los escritores, pero de eso a pertenecer a un rebaño de la clase que sea no va
conmigo ni con mi carácter. ¿Qué tengo yo que ver por ejemplo con ese fanfarrón
de Hemingway? Nada de nada. ¿Y con Scott Fitzgerald? Tan sólo que su mujer era
sureña, de Alabama, según creo, pero esa circunstancia no me une a él ni a
ninguno como él. Con eso no quiero decir que Fitzgerald sea un mal escritor,
nada de eso. A mí me parece magnífico, mucho mejor que el otro, que Hemingway,
pero su mundo nada tiene que ver con el mío. Los personajes de Fitzgerald son
gente refinada, muy del norte, millonarios y habitantes de ciudades con
teatros, restaurantes, hoteles y bebedores de cócteles a media tarde. Los míos
son granjeros en su mayoría. Por eso mismo vengo a verle vestido de lo que soy:
un granjero en toda la extensión de la palabra, incluso es probable que huela a
vaca o a estiércol o algo parecido.
--No
sé si lo sabe, pero cuando al recoger el Premio Nobel, dijo usted que sólo era
un granjero, Truman Capote irónicamente comentó que estaba totalmente de
acuerdo con usted.
--Ese
mariconazo estridente siempre fue más peligroso como amigo que como enemigo. Y
si estuviera aquí delante le diría que soy granjero y a mucha honra. A él más
le hubiera valido escribir algo decente después de “A sangre fría”, una novela
extraordinaria, casi perfecta, todo hay que decirlo.
--A
usted se le acusa de que sus novelas huelan demasiado a granja, es decir, a
estiércol de vaca o de mulo, a granero y a heno, a ladrones de caballos y a
vendedores de máquinas de coser. ¿No le parece?
--Claro
que mis novelas y la mayoría de mis relatos huelen a sudor de caballo y a todo
lo que usted dice. Precisamente ese es mi universo particular. Yo escribo
acerca del alma de mi tierra, el estado de Mississippi, concretado en el
condado de ficción que he llamado Condado de Yoknapatawpha, donde viven los
personajes propios de mi tierra, con sus virtudes y sus vicios, con sus
heroísmos y sus cobardías. En fin, joder, pues lo que se llama una ficción
basada en la realidad que uno ha conocido. ¿De qué quiere usted que hubiera escrito?
--Usted
fue piloto en la Gran Guerra. ¿podía haber escrito sobre la guerra o el mundo
de la aviación?
--Joder,
también escribí alguna cosa sobre aviones. ¿Acaso no ha leído, por ejemplo, un
relato titulado “El tío Willy” y aquel otro que titulé “El tirón de la muerte”,
sin hablar ya de un par de novelas como “La escapada” y “Pilón”. En ambas aparecen
aviones, maldita sea. ¿Pero qué clase de lector mío es usted?
--Bueno,
señor Faulkner, por unas cuantas avionetas desperdigadas por cuatro obras, ¿no
se creerá usted un especialista en el tema, tal como lo fue Antoine de
Saint-Exupery?
--A
mí ese francés de siempre me ha caído un poco cargante con toda esa vaina de “El Principito”. Si
quiere que le sea sincero, en mi vida he leído una historia tan cursi como esa, me cago
en la puta más antigua de la gloriosa tierra de Mississippi. ¿Cómo es posible
que ese cagajón de caballo sea uno de los libros más vendidos de la historia de
la literatura? En cambio, todo hay que decirlo, sus novelas de aviones no están
nada mal. Se lo digo yo. Es curioso que nadie quiera leerlas. Pero lo de “El Principito” es sin duda de juzgado de guardia.
--De
los escritores que le he nombrado de la inexistente “Generación Perdida”, ¿cuál
es que más le gusta?
--Menos
Hemingway me gustan los otros tres, sobre todo Fitzgerald, es el más literario
de todos. Ese chico tiene un don natural para escribir sin esfuerzo. De todas
sus novelas la que más me interesó cuando la leí, y así se lo dije a él, fue
“Hermosos y malditos”, que es precisamente la que menos le gusta a los
críticos. Sin embargo, desde mi punto de vista, es la más sincera y vitalista de
todas.
--¿Llegó
a conocer a Fitzgerald?
--Lo
conocí en Hollywood. Los dos éramos guionistas y teníamos nuestros despachos
casi contiguos. Sin embargo, él no tuvo ningún éxito en ese oficio. Me parece
que no consiguió meter su nombre en ninguna producción. No es que mi éxito
fuera exagerado, pero al menos se rodaron algunas películas con mi apellido en
la lista de créditos. Recuerdo que adapté para el cine una novela de Hemingway:
“Tener y no tener”. Fue maravilloso entrar a saco en esa porquería de texto. No
sé si la habrá le
ído usted, pero le juro que esa novela no tiene ni
pies ni cabeza. Es lo más absurdo que se haya escrito jamás. Desde luego el guión
que me salió nada tiene que ver con la historia original. Creo que llegué a
efectuar un buen trabajo, lo mismo que el director de la película, Howard
Hawks, que me felicitó por haber conseguido poner orden y coherencia en un
argumento que no había por donde cogerlo. Por cierto, Hemingway se agarró un
rebote de padre y muy señor mío. El muy cabrón me escribió prometiendo que me
propinaría, si tenía cojones de subirme a un ring con él, una paliza en plan
Rocky Marciano. Menos mal que no se me ocurrió aceptar la pelea. Ese animal,
dada la diferencia de peso y altura, me habría matado a golpes sin ni siquiera
despeinarse.
--Para
su consuelo, señor Faulkner, le contaré que ya hubo un escritor que aceptó
cruzar los guantes con
él, pero en esa ocasión fue
Hemingway quien recibió la paliza.
--¿Quién
es ese héroe, si puede saberse?
--Morley
Callaghan, un tipo que fue compañero de Hemingway en el “Toronto Star”.
Tendrá escritas algo así como una decena de novelas y también algunos cuentos.
--Pues
a ese tío habría que levantarle un monumento. Darse el placer de noquear a
Hemingway debe ser el acto más placentero que se haya inventado sobre la faz de
la tierra. Mucho mejor que el sexo. Y, dígame, hablando de sexo, ¿por qué me ha
citado en Nueva Orleans? Otro cualquiera habría quedado conmigo en uno de los
miles de bares de Oxford City.
--Le
he citado en Nueva Orleans porque aquí fue usted periodista y también escribió su primera novela. ¿No es así?
--Veo
que está usted correctamente informado. Pues sí, en esta ciudad lo he pasado
muy bien y tengo un gran recuerdo de ella; entre otras cosas porque gracias a
mi trabajo en el periódico pude mantenerme y
ser independiente y también tuve tiempo libre para estudiar literatura, escribir
poesía y mi primera novela: “La paga de un soldado”, que por cierto trata de la vuelta casa de un piloto herido en la Gran Guerra, para que luego diga que no he escrito sobre mis experiencias bélicas. Sin embargo, lo mejor que me
ocurrió aquí en Nueva Orleans fue conocer a Sherwood Anderson y que él me
honrara con su amistad. En mi vida he conocido a una persona más generosa y
desinteresada que Sherwood. Tenga en
cuenta que, cuando me lo presentaron, él era ya un escritor famoso y, por supuesto,
la “prima donna” de la editorial “Liberight”. Para mí que no tenía ninguna
necesidad de molestarse en ayudar a un principiante como yo, pero Sherwood leyó
mi novela y, como le gustó y vio en mí posibilidades para triunfar, aconsejó a
sus propios editores que me la publicaran. Jamás lo olvidaré y creo que nunca le estaré
lo suficientemente agradecido. Por eso me gusta tanto esta ciudad, porque me
recuerda a Sherwood Anderson, uno de los mejores escritores de la literatura
americana y una gran persona.
--A
Hemingway también le ayudó…
--Sherwood
estaba muy dolido con Hemingway. Muy, muy, dolido. Se lo aseguro. Él nunca comprendió
cómo, después de abrirle los caminos que le abrió, pudo insultarle en aquella…,
¿cómo se titula esa jodida novela?
--¡”Torrentes
de primavera”!
--Eso
es, muchas gracias, “Torrentes de primavera”.
Por cierto, hay que escarbar mucho en las cloacas de la literatura para
encontrar una cosa peor escrita. No entiendo cómo Hemingway pudo mostrarse
tan desagradecido con el buenazo de Sherwood. No lo llegaré a entender jamás.
--Dejemos
a Hemingway y conteste a esta pregunta: entre todas sus novelas, señor Faulkner,
¿cuál de ellas salvaría de un incendio?
--Ya
estamos con lo del jodido incendio, maldita sea, pero qué incendio ni qué niño
muerto. Todas mis novelas son hijas mías y no me pregunte cuál es mi preferida
porque no tengo ninguna. A decir verdad las odio a todas por igual.
--Casi
todos los críticos eligen “¡Absalón, Absalón!” como la mejor de toda su obra.
¿Podría estar de acuerdo con esta elección?
--Otros
críticos, sin embargo, han dicho que la más brillante es “Mientras agonizo”, como, por ejemplo, Harold Bloom y su maldito canon. Por cierto, no estoy nada de acuerdo con la lista que establece en su libro. De cualquier forma a mí me da exactamente igual lo que
pueda decir Harold Bloom y todos los críticos de este mundo y del otro, que es ahora donde yo vivo y de donde vengo.
Personalmente, una crítica me parecerá buena siempre y cuando esté bien
escrita. Los novelistas y los críticos tenemos la misma obligación con nuestro
lectores y con la literatura: convertir la escritura en una obra de arte. En esta
cuestión, amigo mío, estoy completamente de acuerdo con Oscar Wilde. Y ahora,
si no le importa, vayamos al Barrio Francés a escuchar jazz toda la noche y a
bebernos una botella de bourbon. ¿Ha entrado alguna vez en "La gata negra"
--Creo que no, pero si usted quiere entraré esta noche. Faltaría más.
--Creo que no, pero si usted quiere entraré esta noche. Faltaría más.
--Le advierto que no me he traído dinero.
--Ya contaba con eso.
--No sabe cómo me alegro.
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