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21 de julio de 2014

KIM NOVAK, DIONISIO AREOPAGITA Y OTROS COMPAÑEROS MÁRTIRES


Domingo, 20 de julio del 2014
DIARIO

Se me reverberan las asíntotas después de meterme en discursos con Eugenio Trías, Dionisio Areopagita y otro tipo de lo más heterodoxo que ahora les presento. Así es. Ocurre que me he pasado la noche del sábado-noche flipando con sus letanías y esas ideas perlimperlambréticas que se gasta esta gente pensadora, que me parecen, ya lo creo, de mucho provecho espiritual y de gran cultura. La verdad es que yo a san Dionisio lo conozco porque más de una vez me lo ha traído a casa el fronterizo de Eugenio Trías, que en paz descanse.
El caso es que la noche primero se metió en naipes y cinticas de güisqui y después vino el coloquio/seminario, un rollo en toda regla, pero de mucha profundidad, si es que existe la profundidad y todo eso. También conocí, por mediación de Trías, al gran Basílides, que ha vivido veinte años en Alejandría, un pibe este Basílides de lo más legal y un gran fumador de puros y como que le priva la frasca.
No obstante, una vez que a las cartas me desplumaron sin conciencia ni sentimientos cristianos, la noche se abrió, como digo, en disquisiciones acerca de esas cosas tan difíciles de entender que tiene la filosofía y todo ese rollo de la intelectualité. Después, como que hay Dios, rezamos unas piezas de misal y nos fuimos cada uno a su cama que ya clareaba y, no es por nada, joder, pero la mañana de hoy domingo, a pesar de que es verano, de principio se ha desatado algo fresca y con un biruji que no vean.
         ¿De qué hablaron estos señores?, me preguntarán ustedes.
         Pues ahora como que no caigo, ya que apenas me enteraba de lo que discutían, o sea que no pillaba lo que se dice ni papas, por escribir a lo moderno. No obstante, me pareció que durante un rato estuvieron hablando de Dios, como si tal cosa. Unas horas, estas del alba, que siempre me parecieron muy religiosas, tanto para los curas como para los que llegan bebidos y necesitan de meterse en trascendencias.
Y me parece que fue Trías quien dijo algo parecido a que Dios, aquí abajo, en lo que él llamó el “cerco del aparecer”, no puede ser nombrado ni es nada de nada ni cosa que tenga algún significado y, que de estar en alguna parte, está más allá de lo que se pueda decir, concebir, razonar y de todo lo que podamos atribuirle. Se refería a que, en todo caso, Dios está del otro lado de la frontera, más allá del límite, o sea que se trata de un ser limítrofe, decía él, como al otro lado del Pecos. Pero lo curioso es que, al parecer, ni siquiera podemos pensar de Él que es un ser bueno, verdadero, sublime, superguay y cosas así, joder, que esto sí que es fuerte.
Sin embargo, lo mejor fue cuando el Areopagita se puso de lo más fino y nos soltó que, como mucho, sería posible hablar de Dios por "via negationis", es decir, que a Dios, por ser más exactos, se le podían achacar cosas de lo más negativas, cosas tales como que es el abismo, las tinieblas y lindezas por el estilo. Pero lo bueno es que quien esto dijo era, como digo, San Dionisio, ¡un santo!, obispo que fue de París, pues ya saben ustedes cómo son estos franceses, siempre dando la nota existencial y sartriana, los muy cabrones.
         Pero, claro, el güisqui empezaba a surtir efecto en los entresijos de estas grandes cabecitas pensantes y va el amigo Basílides y, soltándose el pelo, como si tal cosa, nos larga una andanada por seguir con el rollo de la “negationis”, que empezaba a ponerse de moda. La verdad es que yo me quedé petrificado cuando va el tío, me refiero a Basílides, y nos dice que había pensado muy bien en la idea de que Dios fuese, tal vez, un “no ser”, una “nada” y que, en tal caso, habría que concebir la “creación”, y aquí viene lo bueno, como una “creatio ex nihilo”, es decir, que el mundo podía haber sido creado o revelado o emanado desde esa “nada”, y que esta “nada” era la misma esencia de Dios.
No obstante, como uno ya levitaba sobre el humo de los puros y los aromas del güisqui, ahora no sabría decirles quién de los tres citó de lleno a San Buenaventura, con dos cojones, pero el caso es que los tres se santiguaron al oír ese nombre, aunque todos estuviesen muertos y no les sirviera de nada. Y uno de ellos explicó, creo que vino de la parte de ese tal Basílides, que San Buenaventura estaba en que el conocimiento imperfecto de Dios engendra en el alma una sed permanente de verdad y de amor, algo parecido al “eros”, con perdón, que no es como para dudar de la palabra y pensar en amoríos de culebrón mejicano y así. Pero eso mismo pensaba Platón, seguía el tío con su rollo, de las almas desterradas de la patria de las ideas. Todo esto y un poco más lo escribió San Buenaventura, según me explicaron, en un libro que tituló “Itinerarium mentis Deum” (Itinerario de la mente hacia Dios).
Menos mal que, como siempre que hay hombres que beben en la noche, se termina hablando de mujeres y cosas así. Pero eso fue idea del amigo Trías, que empezó con el rollo interminable de Vértigo y de la Kim Novak, joder, que ya sabemos que está buenísima en color y que a James Stewart lo lleva por la calle de los tormentos con la terrible duda metódica de si ella es o no es la tal Madeleine, o se trata de Carlota Valdés, la bella Carlota, la difunta Carlota y su pelito rubio de moño acaracolado y el marido falso que era un timador.  Este Trías, hay que ver, es que no deja pasar ocasión para hablar de Vértigo, su película preferida y hasta tiene escrito un libro acerca del tema. Y todos ellos dijeron que James Stewart, en la cinta, presenta síntomas de una impotencia floreciente y que al muy cabrón sólo se le levanta con las muertas teñidas de rubio platino, por lo que le tildaron de necrófilo, hortera, fetichista y algo maricón, que nunca está de más.
Pues bien, yo es el caso que al llegar a lo de la película de Hitchcock empecé mi alunizaje particular y les juro que apenas me enteré del trasfondo de lo que allí se decía ni nada de nada. O sea que no he sido capaz de dormir en toda la mañana y he pasado el domingo como fuera de mí, en otro plano dimensional, mientras me martilleaban en la sesera las palabras enfebrecidas de estos tres santos/filósofos, que eran como campanadas de bronce anunciando la misa de doce de don Aniceto, en San Francisco, que es la que a mí me corresponde y que ya no la echan desde que Manolete, el sacristán, se quitó el roquete y el bonete y volteó las matracas a destiempo y como que esas no eran horas. En traje marrón.


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