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23 de junio de 2014

PROUST Y EL BLOQUEO MENTAL


San Marcial, 22 de junio del 2014
DIARIO

En veinte años que llevo en esto de la escritura jamás me había sucedido algo tan molesto como el bloqueo mental que ahora padezco. Es más, cuando alguien de la profesión alude a una situación análoga, uno siempre lo achaca a una absoluta falta de imaginación del afectado. Pues bien, ahora el afectado soy yo y el bloqueo es todo mío y para mí que yo estaba en lo cierto en eso de la imaginación, ya que en lo que a mí respecta la cosa brilla por su ausencia, y a ver que hago yo ahora con esta melaza mental que me ha encarajado los entresijos de la inventiva o como se llame ese chisme neuronal de donde salen las palabras y para mí que el buen daimon que te dicta las historias y las frases ha decidido montarse en el AVE y si te he visto no me acuerdo.
Hoy es domingo, son las diez y media de la mañana y hasta ahora lo único que tengo vivido, literariamente hablando, es la lectura de unas páginas de “A la Recherche” durante mi visita al duque de Aumale, que aún goza de buena salud y, a pesar de su edad, mantiene una conversación realmente exquisita y de lo más entretenida. Incluso ha sido el propio duque quien me ha advertido de mi impotencia mental, es decir, de mi ya demostrada incapacidad para inventarme una historia más o menos aceptable y que los lectores sigan al otro lado de la línea o como se diga esta grosería del internet que bastante tengo yo con lo mío.
Sin embargo, a pesar de mi preocupación, al menos me ha divertido la lectura de Proust, aunque ya sé que a la mayoría de ustedes les parece un escritor aburrido y algo monótono y como plano en su estilo; pero les aseguro que su obra atesora un sentido del humor inigualable, además de un cinismo exquisitamente cultivado. A mí me gusta tanto y me entretiene tanto que cuando termino el último libro de “A la Recherche” vuelvo a empezar por el primero, sin prisas y con alguna pausa con el fin de leer a otros escritores de distinto pelaje, pero siempre con el prurito venenoso de volver a él cuanto antes. Y esta mañana, amigos míos, he leído el pasaje en que Swann recorre los burdeles de París en busca, no ya del tiempo perdido, sino de su escurridiza damisela, Odette de Crécy, que a decir verdad le salió digo yo que entre lobuna y un tanto pendona, y hasta con cierta ligereza de pubis, la muy zorrona.
No me digan que no tenía su miga el señorito Marcel, que además de ser asmático, en el fondo padecía un edipazo casi tan grande como el Ritz, tal y como le habría diagnosticado el mism Salvo Jungescuela de farsantesque en el fondo padecti inigualable. Esta mañana , de mi incapacidad para inventarme una historiaísimo Freud y toda su estirpe psicoanalítica a demasiados euros la hora de diván.
Desde mi punto de vista, hay muy pocos autores cuyas obras merezcan ser leídas una y otra vez; entre ellos, posiblemente, habría que señalar, además de Marcel Proust, a la gran Virginia Woolf, un suponer. Claro que entre los españoles hay escritores que también los tengo clasificados como dignos de ser releídos, por ejemplo, al maestro Paco Umbral y a Ramón Gómez de la Serna. Si bien me atrevería a matizar que en ambos casos debería uno excluir a la mayoría de sus novelas, por no decir a todas, para quedarnos, únicamente y hasta la muerte, con sus libros autobiográficos, gollerías, artículos de prensa y otros ensayos maravillosos que los dos genios nos dejaron como el que no quiere la cosa y como sin mirar.
Naturalmente, luego estamos los otros escritores de tres al cuarto que deberíamos dedicar todo nuestro ímpetu a cuidar el bloqueo mental como si fuera el Jardín de las Hespérides, mimándolo, regándolo y alimentándolo, en definitiva, para que no desaparezca jamás y nos sirva de excusa para cualquiera de nuestras impotencias, las literarias y de las otras, pero éstas no vienen al caso y hay que cenar. Hasta la semana que viene, si es que me entran ganas.






12 de junio de 2014

GEORGE PLIMPTON


San Marcial, 10 de junio del 2014
DIARIO

Todas las mañanas me levanto, leo la prensa y escribo lo que dejé sin escribir la noche anterior. Ahora estoy con otro libro sobre Hemingway y me paso el día entero en gran cazador blanco y hasta me subo al ring para cruzar guantes con el fantasma del Bombardero de Detroit, que es como llamaban entonces a Joe Louis. Por cierto, siempre que menciono a Joe Louis no me acuerdo tanto de sus dos peleas con Max Schmeling como del artículo que Gay Talese escribió sobre él para el Times. El artículo se titula “Joe Louis, el rey en su madurez” y ustedes lo pueden leer en el libro “Retratos y encuentros”, editado por Alfaguara hará unos cuatro años.
Ya saben ustedes que Gay Talese es uno de esos escritores que Tom Wolfe incluyó en la moda literaria bautizada como “Nuevo Periodismo” y que surgió allá por los años cincuenta/sesenta en los Estados Unidos. Junto a Talese brotaron talentos como los de Rex Reed, Terry Southern, Jimmy Breslin y por ahí todo seguido hasta llegar al mismísimo Tom Wolfe. La cosa consistía en escribir los artículos y las crónicas para el periódico con el estilo narrativo de una novela.
Talese también tiene un artículo sobre Hemingway, que obviamente es el que a priori más me podría interesar, pero Hemingway sólo aparece como una sombra, ya que en realidad versa en su totalidad sobre la pandilla de escritores y periodistas que fundaron en París la famosa revista “Paris Review”. Estoy hablando, naturalmente de gente como George Plimpton, Harold Humes, Peter Matthiessen, William Styron, Terry Southern, John Phillips Marquand y, en ocasiones, James Baldwin. En el fondo, a quien ellos buscaban en París, deambulando por los cafés, como señoritos hambrientos de aventuras, era nada menos que a Hemingway, pero Hemingway hacía tiempo que se había largado a la guerra de alguna parte y todos ellos terminaron trasladando los trastos a Nueva York, que empezaba por entonces a convertirse en la capital cultural del mundo.
Quiero decir que George Plimpton, además de llevarse la revista, abrió piso en Nueva York y sus fiestas empezaron a ser famosas entre la “gauche divine” y otras faunas de la gran ciudad. A decir verdad, en dichas fiestas se reunía gente de distinto pelaje, desde Jacky Kennedy, Lee Radziwill, que era hermana de Jacky, y el Aga Khan hasta Truman Capote, Lillian Hellman, Philips Roth e Irwin Shaw, entre otros muchos escritores.
Pero como una cosa lleva a la otra, resulta que he descubierto una entrevista de Plimpton nada menos que a Hemingway, como caída del cielo, y s _﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e sustancia y me interesa. a que descubro una entrevista de Plimpton a Hemngwaycie de recopilacis mejores relatos.y ovi tuviera sustancia y pintara razonable, que aún no lo sé, digo yo que me podría servir como material de relleno para mi libro y a ver qué pasa. O sea que me tomo un descanso para leerla con mucho interés. Incluso me concedo la libertad de almorzar antes de leerla, al fin y al cabo, son las tres de la tarde y hay que reponer fuerzas. De cualquier manera  mi almuerzo es de lo más frugal: pisto manchego con huevo frito y un yogur de chocolate. Después duermo la siesta, escucho un par de canciones de Billie Holiday y vuelvo al trabajo.
¡Qué decepción! La entrevista es una porquería y eso que Hemingway se permite el privilegio de contestar por escrito. Resumiendo, la entrevista de Plimpton sólo es un conjunto de tópicos a cual más deprimente: “El teléfono y los visitantes son los grandes enemigos del escritor”. “Se escribe mejor cuando se está enamorado”. “La preocupación destruye la capacidad de escribir”. Y otras idioteces por el estilo. Creí que Plimpton sería menos superficial en sus preguntas de lo que ya suponía, pero qué se puede esperar de alguien que su mayor aspiración fue llegar a ser como Hemingway. Y como tampoco he leído su libro sobre Truman Capote, ya que no está traducido al español, me ha parecido que el genio de su arte lo tenía reservado para las fiestas que organizaba en su casa, donde se reunía toda la crisolinfa palatina de Nueva York. Me refiero a que su salón se convertía en una pasarela de moda para el lucimiento social del cogollito prustiano de la intelectualidad neoyorquina. 
Pues bien, de los escritores que he nombrado, sólo he leído a muy pocos: William Styron, Phillips Roth, Terry Southern, Norman Mailer y James Jones. A los demás no los puedo juzgar porque me no me consta que hayan sido traducidos al español.
Ya saben, William Styron es el de “La decisión de Sophie”; Phillips Roth es el autor de “El lamento de Portnoy”; Terry Southern escribió “A la rica marihuana”; Norman Mailer es el inventor de “Los ejércitos de la noche” y James Jones escribió “De aquí a la eternidad”, que más tarde sería llevada al cine por Fred Zinnemann.
La verdad es que me gustan casi todos los novelistas americanos; de siempre han hecho gala de una frescura que es difícil entrever en los europeos y mucho menos en los españoles, siempre tan pulcros y pomposos. Sin embargo, en estos momentos estoy con una novela de Sherwood Anderson, se titula “Winnesburg, Ohio”, y no me parece nada del otro mundo, como me habían dicho. La idea central del libro es buena, pero no me gusta el estilo de leyenda que utiliza el autor. Se trata en realidad de unos relatos en apariencia independientes, pero que en el fondo están relacionados por medio de una misma ciudad y unos personajes que pretenden ser grotescos y que sólo algunas veces lo consiguen. Lo cierto es que leo esta novela como parte de mi preparación para el segundo libro sobre Hemingway.
Por si no lo saben, Anderson fue una persona clave en la vida de Hemingway, todo un maestro y un padre intelectual para él. Al parecer, le enseñó todo lo que sabía acerca de la profesión de escritor, además de recomendarle una buena lista de autores para que le sirvieran de guía en su carrera. Sin embargo, el cabronazo de Hemingway se lo pagó con uno de los mayores desagradecimientos que se han dado en la historia general de los desagradecimientos. Se podría decir que Anderson cumplió con su misión de desasnar a un joven demasiado intrépido y fanfarrónn_﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽blo  de desasnar a todo un fanfarr iba me los desagradecimientos. ve en la vida_______________________________________óón que le dijo que quería ser escritor y cuyo bagaje de lecturas no iba más allá de los relatos de Ring Lardner y los libros sobre la vida de San Nicolás. La afrenta de Hemingway consistió en escribir una novela corta, “Torrentes de primavera”, parodiando el estilo de Anderson con el fin de cachondearse de él, sin escrúpulos ni remordimientos. Supongo que, psicológicamente, habría que calificar este acto de insumisión filial como la tendencia freudiana del hijo a matar al padre.
Por la noche, en la televisión, me entretengo con la película “La hoguera de las vanidades”, adaptación de la novela del mismo nombre de Tom Wolfe, y casi tan pasada como "Mujercitas" y "Qué bello es vivir"  juntas y como en fila, que ya es decir. Y les aseguro que entre todos los personajes que salen de relleno he visto a un tipo que se parece a George Plimpton. Incluso juraría que era él.

P.D. En la fotografía, el señor que está sentado sobre el ángulo inferior izquierdo es George Plimpton. También, si se fijan con atención, Truman Capote está medio de lado y sentado en el sofá, y, un poco más a la derecha, el tipo con gafas que tiene apoyada la mano en la cadera es nada menos que Mario Puzo. Y el señor con gafas, primero por la derecha, apostaría el hato y el garabato a que es Irwin Shaw, el mismo que escribió "Hombre rico, hombre pobre". No conozco a nadie más, si bien es posible que una de las chicas sea la altisidórica Lee Radziwill, cuñada del presidente Kennedy. Descuiden, porque me he puesto a investigar quién es el Don Juan a quien tan interesadas miran las tres mujeres. Pues bien, ocho horas después creo que estoy en condiciones de asegurar que se trata de Harold Humes. 



3 de junio de 2014

FILOSOFÍA PARA DESPUÉS


San Marcial, domingo 1 de junio de 2014
DIARIO

No es mala idea dejar la filosofía, no para después, como reza el título del libro de mi buen amigo Pedro Martín y su hija María, sino como actividad dominguera y hebdomadaria, sin perjuicio, claro está, de tomar el vermut, la paella, el pastel real de la suegra y el fútbol sacrosanto de todos mis pecados. En lo particular, la filosofía, en fiesta de guardar, es la oración que me debo a mí mismo como el ser de lejanías, atribulado y perdido en el templo que soy.
Pues bien, desde mi punto de vista, perdonen por el atrevimiento, la filosofía empieza, miren ustedes, en cuanto que a uno le da por dudar de todo. Y tengo entendido que, si exceptuaos a los escépticos griegos, hasta la filosofía moderna de Descartes nadie había dudado de nada, como si los sistemas filosóficos levantados hasta la fecha fuesen verdad revelada. Desde luego, así piensa el maestro Trías, por ejemplo, de la filosofía de Platón. Y hasta es probable que así sea. Todo es cuestión de la cantidad y calidad de fe necesaria para creer en lo que cada uno prefiera.
A un servidor, sin ir más lejos, le parece perfecto el “argumento ontológico de san Anselmo” para demostrar racionalmente la existencia de Dios. Sin embargo, si me apuran ustedes, no existe mejor piedra angular para levantar el edificio de cualquier sistema filosófico que el “cogito, ergo sum” de Descartes y que Dios me perdone si me paso de listo y me meto donde no me llaman. Nos dice Descartes que hay dos realidades: una extensa, que es la materia y otra inextensa, que es el pensamiento.
Sin embargo, Espinosa o Spinoza, como ustedes quieran, se suelta el pelo y va y nos dice que tanto la materia como el pensamiento son la misma sustancia, y que todo confluye en una Unidad que es la Naturaleza, Dios o como prefieran llamarlo.
Pero hete aquí que llega Leibniz y les dice a sus dos colegas que es imposible que exista lo extenso, es decir la materia, ya que la última partícula que la compone jamás podría llegar a ser indivisible, pues siempre tendría la extensión suficiente para que hubiera otra división y otra y otra y así hasta el infinito. Luego, en todo caso, la última partícula de la materia no puede tener extensión alguna, es decir, no existe. De modo que tan sólo somos pensamiento y la realidad que percibimos como exterior sólo es una ilusión, incluido nuestro propio cuerpo, por mucho que los sentidos nos digan que existe y ojito con no seguir las leyes que lo rigen.
Leibniz piensa que cada uno de nosotros es una “mónada” independiente y cerrada. Las mónadas son puntos dotados de fuerza, pero al ser inextensas no provocan una fuerza que genere movimiento, sino fenómenos, o sea, el contenido de la consciencia: imágenes sensibles, pensamientos, emociones, sentimientos.
Sin embargo, Leibniz, contradictoriamente, no es solipsista, y dice que las mónadas, a pesar de formar un universo cerrado, interactúan entre ellas gracias a la armonía establecida por Dios en el universo. Y es en esto último donde la imaginación de Leibniz se desborda. Porque sí se puede deducir que la realidad que ilusoriamente perciben las mónadas está sujeta a una ley, pero no podemos ir más allá en el atrevimiento, ya que ninguna mónada puede demostrar que las otras mónadas no sean también una ilusión. En este sentido, yo me declaro totalmente solipsista y pienso que todos ustedes y este ordenador que tengo delante y mis dedos que lo teclean son meras ilusiones mías y que yo soy una mónada, no una monada, y que estoy solo, absolutamente solo, donde quiera que me encuentre, así en en la tierra como en el cielo. Nadie puede demostrar la existencia de la materia más allá de su propio pensamiento. Quiero decir que ustedes no existen y por eso no pienso asistir, de ahora en adelante, a ninguna boda que se les ocurra invitarme. Yo tampoco les invitaré a la mía con Nicole, que tampoco existe. Sobre todo.