DIARIO
Viernes, 11 de abril del 2012
He decidido borrar por entero la novela que estoy
escribiendo. La he leído desde el principio después de varios días de no
trabajar en ella y me ha sonado como la campana rota de San Martín. Para mí que
la he impuesto un ritmo demasiado caribeño, a lo García Márquez, muy al estilo
de "El Otoño del patriarca", que le ha sentado como a un santo dos pistolas, igual que solía
decir mi madre, Maruja Mallo, ante cualquier confabulación estética que la
descolocara en un sonoro descuadre. Precisamente es la misma frase que ella le
soltó a Andy Warhol al verlo del brazo de una rubia platino que se llamaba
Marilyn. Los tres se encontraban en una recepción de la embajada iraní en
Washington, bebiendo champán y comiendo caviar a manos llenas, que es a lo que
iban, según me dijo el propio Warhol una noche loca que nos vimos en Estudio
54.
Pues bien, después de
aquello, Warhol pintó los cuadros de las pistolas y el retrato de Marilyn. En
realidad, no sé si los pintó, los fotografió, los coloreó o lo que fuera que
hiciese con ellos, pero ahí están las pistolas, dispuestas a ser disparadas a
la menor provocación. Lo mismo que el cuadro de la pobre Marilyn, un auténtico
cañón sin retroceso de suspiros y con el pavo algo subido por los colores de la
Factory.
Mi madre, Maruja Mallo,
después de aquella velada persa, pintó uno de sus cuadros más afamados, me
refiero al que ven ustedes en la fotografía, y lo pintó en honor de Andy
Warhol, Marilyn Monroe y también, por qué no, del Sha de Persia, que en
definitiva era el tipo que pagaba el champán y el caviar y el de los cincuenta
dólares para ir al tocador, como le exigió Holly Golightly, que también estaba
allí con Truman Capote; eso sí, se los pidió con mucho encanto, esgrimiendo una
pipa encendida y humeante de medio metro, tal que si interpretara el papel de Audrey
Hepburn y se desayunara con diamantes.
Hoy he comido una “fideuá” en
una terraza de Jorge Juan, muy cerca de Serrano, pero como estaba solo, es
decir, sin la compañía habitual de la señora, me he dedicado a leer el
periódico. Así me he podido enterar de que en USA han publicado el epistolario
de Elia Kazan, uno de los más grandes genios de la cinematografía mundial. Todo
un maestro de maestros. No obstante, a su biografía de genio inigualable le
cuelga el sambenito de ser el gran chivato oficial de la caza de brujas
organizada por el senador Pepe MacCarthy. Así es. Elia Kazan fue un comunista
que luchó con todas sus fuerzas contra el establishmen poderosísimo de
Hollywood y, por añadidura, contra el absurdo de la censura oficial, pero nuestro
héroe no fue tan héroe porque, a la hora de la verdad, en cuanto le apretaron las
clavijas, se nos fue de la lengua, revelándoles a Nixon y a MacCarthy quienes
eran sus camaradas. Quiero decir que fue el tío y sin rubor alguno les entregó, por riguroso orden alfabético, una lista con
sus nombres, direcciones y números de teléfonos.
Claro que para mí el problema
de Elia Kazan es que había nacido en Turquía, o sea que se trataba de un morito
turco en plan chilaba, turbante y media luna, y esta gente nunca me pareció de
fiar y como que te la clavan en cuanto las cosas se tuercen y si te he visto no
me acuerdo.
No digo yo que Kazan careciera
de razones personales para llevar a cabo la putada del chivatazo y mandar a la
cárcel a sus colegas de marxismo y meriendas de caviar iraní, el caviar es el
símbolo sagrado de la izquierda exquisita, pero yo insisto en que su naturaleza
traicionera de moro de la morería y de las mil y una noches fue lo que al final
decidió su comportamiento, mostrándose felón y como si fuera pariente de
Rubalcaba, que si no es moro muy cerca anda ya del sultanato y de haber sido él
quien manqueó a Cervantes en Lepanto o en la batalla del Jarama, que hasta
pueden ser la misma cosa si uno se fija
bien.
Después de comer me fui
dando un paseo hasta la plaza de España, subí por la calle Reyes y enseguida,
cruzando San Bernardo y avanzando por la calle del Pez, en un verbo me presenté
en Fuencarral y como a un tiro de piedra de mi casa. Así que desde las seis y
media estuve leyendo el libro de Pilar Urbano y lo que tengo que decir al
respecto es que nadie tiene derecho a escribir tan largo y publicar estos
libros de tan gran cilindrada y tonelaje y como que no se acaban nunca. Este es
el motivo de que haya decidido alternarlo con algo más descansado y a ratos lo entremezclo,
por ejemplo, con la lectura de las cartas que el salido de Apollinaire escribió
a su pretendida dama de placer, es decir, a la calientapollas de María Luisa Pillot de Colygny, aderezándolo también con
algún cuento cruel del misterioso Villiers de l´Isle Adams, única manera de
refrescar la travesía del desierto que suponen las casi mil páginas de la
desmemoria del rey y la del presidente Suárez, muy distinta, claro está, la una
de la otra.
A las nueve y media me siento
delante de la sopa minestrone, como mi amigo Manolo Urtiaga, y me pongo a ver
por televisión la cosa de la final de la Copa del Rey. En el segundo gol del
Madrid llegué a pensar que, como por arte de brujería, Paco Gento había vuelto
y llevaba el mundo en sus botas de siete leguas. Pero no era Gento ni era
cántabro, sino galés, como el gran Dylan Thomas, y este nuevo galgo del fútbol se llama
Bale y les aseguro que Bale corre como el tiempo. Adeu,
Messi, adeu.
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